Mensaje de Pío XII en honor de Santa María Goretti.
Heroicidad de la pureza
Extracto
La virginidad es una manera angélica de vivir, que la
religión cristiana llevó a un tal grado de perfección, que parece ser ajena a
la tierra, y convenir solamente al Cielo: pero si la palabra del martirio se
agrega a ella, al encanto y al brillo de la gracia se le une la victoria de la
fortaleza, y todas las almas nobles se ven arrastradas por ella a los actos
heroicos exigidos por los preceptos divinos. Todo esto lo admiramos en la
virginal niña que Nos ha sido dado coronar ayer con la gloria de los Santos del
Cielo, María Goretti.
Sus padres pertenecían a la clase obrera, y para ganar con
un trabajo honesto el pan para su numerosa familia, tuvieron que abandonar su
pequeña ciudad y se mudaron a la provincia del Lazio, donde pudieron
asegurarse, muy modestamente, la subsistencia de sus hijos por medio del
trabajo en el campo.
Al candor de su alma, María le agregaba su ardor al trabajo
y desde sus más tiernos años no solamente se distinguió por la luminosa pureza
de su vida, sino también por el cuidado y la diligencia con los cuales ayudaba,
alegremente y sin cansarse, a su madre y en todos los trabajos de la casa.
Cómo no sabía leer, aprendió los preceptos del cristianismo
de su propia madre, quien cuidaba que ellas penetrasen su alma atenta.
No había nada más agradable ni más suave para ella que
dirigirse cada vez que le era posible a la iglesia, que estaba bastante lejos
de su hogar, y en donde podía dirigir a Dios y a la Bienaventurada Virgen María
sus oraciones llenas de amor.
Cuando finalmente pudo acercarse a la mesa eucarística y
nutrirse con el alimento celestial, lo hizo con una piedad tan grande, con una
caridad tan ardiente, que más que una niña se parecía a un ángel con envoltura
humana.
Sin ninguna duda, fue de allí donde sacó esa fuerza
celestial que le permitió pocos meses después, cuando aún no había cumplido
doce años, combatir victoriosamente hasta la muerte para conservar intacto y
sin mancha el lirio inmaculado de su inocencia, pero tiñéndolo de púrpura con
la sangre de su martirio por el Divino Autor de su vida virginal.
En esta lucha tan dura, como cada uno de ustedes bien lo
sabe, tuvo que comprometerse esa virgen indefensa.
De improviso la acometió un ataque violento e impetuoso,
dirigido a violar y ensuciar su angélico candor. Pero en la terrible dificultad
en medio de la cual se vio envuelta, pudo haber repetido con el Divino Redentor
esas palabras que se hallan en el pequeño libro de oro de la “Imitación de
Cristo”: “Si estoy tentada y afligida por las turbaciones, no temeré que me
ocurra ningún mal, mientras su gracia esté conmigo.
Ella es mi fortaleza; ella me aconseja y me socorre.Es más
poderosa que todos mis enemigos…”
Por eso, sostenida por la gracia celestial, a la cual
correspondía con su voluntad fuerte y generosa, dio su vida, pero no perdió la
gloria de su virginidad.
En la vida de esta humilde hija, que a grandes rasgos hemos
recordado, Nos es dado ver, venerables hermanos y queridos hijos, un
espectáculo no solamente digno del Cielo, como ya lo hemos dicho, sino también
digno de una mirada de admiración y de respeto de los hombres de nuestro
tiempo.
Que los padres y las madres de familia enseñen cuánto
importa que eduquen en la rectitud, la santidad y la fuerza de carácter a los
hijos que Dios les ha confiado, y que los formen según los preceptos de la
religión católica, de tal manera que cuando su virtud sea probada, con la ayuda
divina, salgan victoriosos, intactos e inmaculados
Que la infancia alegre y la juventud ardiente aprendan a no
abandonarse perdidamente a las alegrías efímeras y vanas de voluptuosidad, ni a
los placeres de vicios embriagadores que destruyen la apaciguada inocencia,
engendran una sombría tristeza y debilitan tarde o temprano las fuerzas del
alma y del cuerpo, sino más bien a tender con entusiasmo, aún en medio de
penosas dificultades, hacia esa paz cristiana de las costumbres que por la
energía de nuestra voluntad, ayudada por los dones celestiales, por el
esfuerzo, el trabajo y la oración, todos podemos alcanzar.
Que este mundo voluptuoso y demasiado inclinado a hacer el
mal aprenda de una vez a venerar y a imitar la victoria de la fortaleza en esta
virginal niña.
Que todos miren este lirio campestre, exhalando su olor
suavísimo, estas palmas radiantes de martirio, y que entiendan cuán poderosos
son los principios cristianos para conducir a los hombres dentro de la rectitud
y formarlos, y cuánto las alegrías superiores -que nacen de una inocencia de
vida guardada intacta y de una virtud laboriosamente adquirida- traspasan y
eclipsan los vanos placeres de la voluptuosidad. Sólo Dios, en efecto, puede
colmar de paz y tranquilidad las almas de los hombres, y calmar sus deseos
infinitos.
No todos estamos destinados a sufrir el martirio sino a
alcanzar la virtud cristiana para la cual somos llamados. La virtud requiere
una fuerza que, si no alcanza a las cimas de la fuerza de esta angélica niña,
exige de nosotros nada menos que un esfuerzo prolongado, asiduo, indefectible,
hasta el fin de la vida.
Por esto se puede decir que Jesucristo nos invita a un
martirio largo y continuo, con esas divinas palabras: “El Reino de los Cielos
sufre violencia, y son los violentos quienes lo alcanzan”.
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