jueves, 25 de agosto de 2011

DE MAGISTRO

SANTO TOMÁS DE AQUINO

Artículo 1. ¿Puede el hombre enseñar y llamarse maestro de otro o, al contrario, está reservado sólo a Dios?

Solución:

Ha de decirse que se da la misma diversidad de opiniones en estas tres cuestiones: en la educción de formas a la existencia, en la adquisición de las virtudes y en la adquisición de las ciencias.

Hubo quienes dijeron que todas las formas sensibles existen por un agente extrínseco, que es una sustancia o una forma separada, a la que llaman causadora de formas o inteligencia agente. En ese caso, todos los agentes naturales inferiores no son más que agentes que preparan la materia para la recepción de la forma. De modo semejante, dice Avicena, en su Metaphysica, que nuestra acción no es la causa del hábito virtuoso, sino la que remueve los impedimentos y dispone a recibirlos, dado que este hábito está inherente a la sustancia que confiere su perfección a las almas de los hombres, es decir, al entendimiento agente o algo similar. De pareja manera, afirman que sólo el agente separado produce la ciencia en nosotros y por esta razón afirma Avicena, en el VI De naturalibus, que las formas inteligibles fluyen de la inteligencia agente a nuestra mente.

Otros opinaron, por el contrario, que estas formas eran inherentes a las mismas cosas y que su causa no venía del exterior sino que sólo se manifiestan por la acción exterior. Algunos, en efecto, afirmaron que todas las formas naturales estaban latentes en acto en la materia y que el agente natural no hace más que sacarlas de lo oculto de la vista. De igual manera, otros afirmaron que todos los hábitos de las virtudes están impresos en nosotros por la naturaleza, si bien, por el ejercicio de las obras, se remueven los obstáculos que en cierto modo ocultan los hábitos, al igual que, por la limadura, se quita la herrumbre para que salte a la vista el brillo del hierro. Otros dijeron, asimismo, que la ciencia de todas las cosas fue concreada con el alma y que la enseñanza y demás instrumentos de conocimiento no hacen más que ayudar a que el alma recuerde o considere lo que ya antes sabía. Y con ello vienen a defender que aprender no es otra cosa que recordar.

Ambas opiniones carecen de razón. La opinión primera excluye las causas próximas, pues atribuye sólo a las causas primeras todos los efectos que acaecen en las inferiores. Derógase, con ello, el orden del universo, compuesto de una ordenada conexión de causas y conforme al cual la causa primera, por eminencia de su bondad, otorga a las otras cosas no sólo el existir sino también el ser causas. La opinión segunda incide casi en el mismo inconveniente. En efecto, la remoción de impedimentos es un motor (principio) sólo accidental, como dice en Physicorum VIII. Si los agentes inferiores sólo sacan lo oculto a la luz, removiendo los obstáculos por los que estaban ocultas las formas y los hábitos de las virtudes y de las ciencias, se seguiría que todos los agentes inferiores actúan como causa accidental.

Por tanto, en conformidad con la doctrina de Aristóteles, ha de tomarse, en todo lo dicho, una vía intermedia entre estas dos. Según ella, las formas naturales preexisten ciertamente en la materia, pero no en acto, como ellos dicen, sino sólo en potencia, de la que son educidas al acto por el agente extrínseco próximo, y no sólo por el agente primero, como sostenía la otra opinión. Según su propia opinión, en VI Ethicorum, los hábitos de las virtudes preexisten, en nosotros, antes de su pleno desarrollo, en forma de inclinaciones naturales, que son como virtudes incoadas y alcanzan, luego, con el ejercicio de las obras, su desarrollo consumado. Pues bien, esto mismo ha de afirmarse también de la adquisición de la ciencia: preexisten en nosotros ciertas semillas de las ciencias, que son los primeros conceptos del entendimiento, conocidos inmediatamente por la luz del entendimiento agente usando las especies abstraídas de los objetos sensibles, tanto si se trata de principios complejos, como los axiomas, como si se trata de nociones simples como la noción de ser, de lo uno u otras semejantes aprendidas instantáneamente. Todo lo que de ello se sigue está incluido en estos principios universales como en sus razones seminales. Y, en consecuencia, cuando la mente es educida a conocer en acto lo que antes sólo conocía en potencia y en universal, es entonces cuando decimos que se adquiere la ciencia.

No puede olvidarse que algo preexiste potencialmente en las cosas naturales de dos modos. De un primer modo, en potencia activa completa, cuando el principio intrínseco es suficiente para llevar al acto perfecto. Esto es lo que sucede en la curación por la virtud natural que se da en el enfermo. De un segundo modo, en potencia pasiva, cuando el principio intrínseco no es suficiente para educir el acto, como sucede cuando el fuego se produce del aire, lo cual no puede obrarse por una virtud existente en el mismo aire. Así, pues, cuando algo preexiste en potencia activa completa, el agente extrínseco actúa sólo ayudando al agente intrínseco, suministrándole aquellas cosas por las que se puede llegar al acto, por ejemplo cuando el médico coopera con la naturaleza en la curación, que es la que obra de manera principal, reforzando la naturaleza y aplicando las medicinas, que la naturaleza usa como instrumentos para curar. Cuando, en cambio, algo preexiste sólo en potencia pasiva, el agente extrínseco es quien educe el acto de la potencia, como el fuego hace pasar el aire, que es fuego en potencia, a fuego en acto. Por tanto, en quien aprende la ciencia preexiste en potencia activa y no puramente pasiva. De otra suerte, el hombre no podría adquirir por sí mismo la ciencia.

Ahora bien, al igual que uno se cura de dos modos: uno, por la acción de la naturaleza sola y, otro, por la naturaleza con la ayuda de la medicina, así también es doble el modo de adquirir la ciencia: uno, cuando la razón natural llega por sí misma al conocimiento de las cosas ignoradas, y este modo se llama invención, y, otro, cuando la razón natural es ayudada exteriormente, y este modo se llama disciplina.

Sucede que en las cosas que son efecto de la naturaleza y el arte, el arte obra del mismo modo y por los mismos medios que la naturaleza. Por ejemplo, la naturaleza cura al enfermo calentando su cuerpo frío y lo mismo hace el médico. Dícese, por esto, que el arte imita la naturaleza. Y en la adquisición de la ciencia acaece algo semejante. Quien enseña a otro lo lleva a la ciencia de las cosas desconocidas, de la misma manera que alguien, por la invención, se conduce a sí mismo al conocimiento de lo desconocido.

Ahora bien, el proceso de la razón que, por la invención, llega al conocimiento de lo desconocido, consiste en aplicar principios comunes de suyo conocidos a materias determinadas y de ahí proceder a ciertas conclusiones particulares, y de éstas, sucesivamente, a otras. En consecuencia se dice que alguien enseña a otro, porque expone a otros mediante signos el mismo proceso de la razón que uno efectúa por sí mismo con su razón natural. De este modo, la razón natural del discípulo adquiere el conocimiento de lo ignorado por los signos que se le proponen, a modo de instrumento. Igual que se dice que el médico causa la curación en el enfermo por la acción de la naturaleza, también se dice que el hombre es causa de la ciencia en otro por la acción de su razón natural (la del discípulo). Y esto es enseñar. Y, por lo mismo, se dice que un hombre enseña a otro y que es su maestro.

Esto mismo sostiene el Filósofo, en I Posteriorum, al decir que la demostración es un silogismo que hace saber. Si, en cambio, alguien propusiera a otro cosas que no están incluidas en principios de suyo conocidos, o que no aparecen como en ellos incluidas, no produciría en él la ciencia, sino, tal vez, la opinión y la fe. Aunque esto es también, en cierto modo, causado por principios innatos, pues, en virtud de estos principios de suyo conocidos, considera que ha de mantenerse con certeza lo que se sigue necesariamente de ellos, y que todo lo que es contrario a ellos ha de ser totalmente rechazado; a lo demás, puede prestarse el asentimiento, o no.

En conclusión, Dios puso en nosotros la luz de esta razón por la que estos principios nos son conocidos, a modo de cierta semejanza de la verdad increada, hecha presente en nosotros. Y, como toda enseñanza humana sólo puede tener eficacia en virtud de aquella luz, es manifiesto que Dios es el único que enseña interior y principalmente, al igual que la naturaleza es quien interior y principalmente causa la salud. Pero esto no impide que también el hombre cure y enseñe con toda propiedad, en el sentido que acabamos de decir.

Ad 2, ad 4, ad 5, ad 6, ad 7, ad 11

Artículo 2. ¿Puede alguien llamarse maestro de sí mismo?

Solución:

Ha de decirse que, sin duda, uno puede llegar al conocimiento de muchas cosas desconocidas por la luz de la razón que en él está, sin el maestro ni ayuda externa. Así sucede en quien adquiere ciencia por invención, en cuyo caso uno es causa, en cierta manera, de su propia ciencia. Pero por ello no puede decirse rigurosamente que sea maestro de sí mismo o que se enseñe a sí mismo.

En efecto, en la naturaleza hay dos tipos de principios agentes, como consta en Metaphysicae VII. Existe el agente que tiene en sí todo lo que causa en el efecto, como sucede en los agentes unívocos, o de modo más eminente, como sucede en los agentes equívocos. Pero existen, asimismo, otros agentes en los que sólo preexiste una parte de los efectos que producen, tal como el movimiento (ejercicio) que causa la curación o como una medicina caliente, que tiene el calor en acto o virtualmente. En este caso, el calor es en parte causa de la salud, no toda la causa de la salud. Así, pues, la razón de acción en los agentes primeros es perfecta, pero no en los agentes del segundo modo, porque toda causa obra en cuanto está en acto. Y como estos agentes sólo parcialmente están en acto respecto al efecto, no son agentes perfectos.

La enseñanza implica, por parte del docente o maestro, capacidad perfecta de causar la ciencia, por lo cual necesariamente quien enseña, o sea el maestro, debe poseer explícita y perfectamente la ciencia que causa en otro, pues así es como la adquiere quien aprende. Pues bien, cuando uno adquiere la ciencia con la sola ayuda de un principio interior, quien es causa agente de la ciencia sólo tiene en parte la ciencia que va a adquirir, o sea, la parte que corresponde a las razones seminales de la ciencia, es decir, los principios comunes. Por tanto, rigurosamente hablando, el nombre de docente o maestro no puede aplicarse a este tipo de causar la ciencia en sí mismo.

Artículo 3. ¿Puede un ángel enseñar al hombre?

Solución:

Ha de decirse que el ángel actúa de dos modos en el hombre. El primero, según el modo que nos es propio, cuando se aparece sensiblemente al hombre, tomando cuerpo, o de cualquier otro modo, y lo instruye con palabras sensibles. No nos referimos ahora a este modo de enseñanza del ángel, pues así el ángel enseña de igual manera que el hombre. Según el segundo modo, el ángel actúa en nosotros según el modo que le es propio, a saber, invisiblemente. El tema de esta cuestión es cómo el ángel puede enseñar al hombre de este segundo modo.

No puede olvidarse que, porque el ángel es medio entre el hombre y Dios, su modo de enseñar ha de ser, según su naturaleza, medio entre Dios y el hombre, esto es, inferior a Dios y superior al hombre. Cómo esto sea verdad, puede comprobarse considerando cómo enseña Dios y cómo lo hace el hombre. Para entenderlo, ha de tenerse presente que la diferencia entre el entendimiento y la vista corporal está en que para la vista corporal todos los objetos son igualmente cercanos en lo referente a su conocimiento, pues el sentido no es una potencia comparativa, de manera que haya de pasar de un objeto a otro. En cambio, para el entendimiento no todos los inteligibles son igualmente cercanos, pues unos pueden conocerse al instante y otros se conocen sólo mediante otros principios anteriormente entendidos. Y, así, el hombre llega al conocimiento de lo desconocido por dos vías: por la luz de la inteligencia y por los primeros conceptos evidentes en sí mismos, que se comparan con esa luz que es el entendimiento agente como el instrumento con el artífice.

En ambos casos, Dios es causa de la ciencia del hombre de la manera más excelente. Dio, en efecto, la luz intelectual al alma y, en ella, imprimió el conocimiento de los primeros principios, que son a manera de semillas de las ciencias, al igual que imprimió en las otras cosas naturales las razones seminales de todos los efectos que producirán.

En cambio, si bien un hombre es igual, según el orden de la naturaleza a otro hombre, en lo referente a la luz intelectual, un hombre no puede ser, de ningún modo, causa de la ciencia de otro causando o aumentando en él aquella luz. En cambio, en cuanto causar la ciencia de lo desconocido por principios de suyo conocidos, un hombre es, en cierto modo, causa del saber de otro, no transmitiéndole el conocimiento de los principios, sino haciéndole pasar al acto de entender, mediante signos sensibles presentados al sentido exterior, lo que sólo estaba implícitamente y, en cierto modo, en potencia en los principios, como se dijo antes.

Como el ángel posee naturalmente una luz intelectual más perfecta que el hombre, puede ser causa del saber del hombre por ambas vías, pero de un modo inferior al de Dios y superior al del hombre. Por la parte de la luz, aunque el ángel no puede infundir la luz intelectual como hace Dios, puede reforzar la luz infusa para que el hombre vea con mayor perfección. Y es que todo lo que es imperfecto en un género, refuerza su virtud cuando se une a otro de género más perfecto, al igual que sucede en los cuerpos, cuando un cuerpo contenido en un lugar se refuerza por el cuerpo que lo contiene y que se compara con él como el acto con la potencia, según se lee en el IV Physicorum. A su vez, por la parte de los principios, el ángel puede enseñar al hombre, no transmitiéndole los mismos principios, como hace Dios; ni proponiendo, con signos sensibles, la deducción de las conclusiones de esos principios, como hace el hombre; sino imprimiendo especies en la imaginación, mediante la alteración del órgano corporal. Es algo similar a lo que sucede en los que duermen y en los que tienen el juicio perturbado, los cuales perciben diversos fantasmas, dependiendo de la diversidad de los vapores que suben a su cabeza. Y, de este modo, con la unión a otro espíritu, puede acaecer que un ángel muestre, por estas imágenes, lo que el sabe a aquel al que se une, como dice Agustín en Super Genesim ad litteram XII.

Artículo 4. El enseñar, ¿pertenece a la vida contemplativa o a la activa?

Solución:

Ha de decirse que la vida contemplativa y la activa se distinguen entre sí por el fin y por la materia. Son materia de la vida activa las cosas temporales, sobre las que versa la actividad humana. Y son materia de la contemplación las razones cognoscibles de las cosas, a las que se aplica con diligencia el contemplativo. Esta diversidad de la materia deriva de la diversidad del fin, pues, como en las demás cosas, la materia se determina en conformidad con la exigencia del fin. Pues bien, el fin de la vida contemplativa es la búsqueda de la verdad, en el sentido en que nos referimos ahora a la vida contemplativa. Digo de la verdad increada, según el grado asequible al contemplativo, a saber, imperfectamente obtenida en esta vida y en grado perfecto en la futura. Dice, por ello, Gregorio: La vida contemplativa comienza aquí y llegará a su plenitud en la patria celestial. En cambio, el fin de la activa es la operación por la que se atiende a la utilidad del prójimo.

Ahora bien, en el acto de enseñar encontramos dos materias y, como signo de ello, el acto de enseñar lleva dos acusativos: uno, de las materias que se enseñan y, otro, del sujeto al que se transmite la ciencia. Por lo que se refiere a la primera materia, el acto de enseñar pertenece a la vida contemplativa, más, por la segunda, pertenece a la vida activa.

Pero por parte del fin, hallamos que la enseñanza pertenece sólo a la vida activa, porque su última materia, en la que se alcanza el fin propuesto, es materia de la vida activa. Por tanto, el enseñar pertenece más a la vida activa que a la contemplativa, aunque también, de algún modo, pertenece a la contemplativa, como es patente por lo dicho.

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