jueves, 6 de octubre de 2011

Origen y comienzo de cada vida humana. Causa eficiente y causa final.




Por Natalia López Moratalla
Catedrática de Bioquímica



1. El lenguaje simbólico de la naturaleza.

Hay una “peculiar no–verdad”[1] de la visión del mundo y del hombre que consiste en reducir la realidad a lo empírico, aquello que aparece ante nuestros sentidos, y que permite percibir la dimensión cuantitativa de lo real. El mundo natural no es sólo las apariencias sino que tiene un significado propio; habla con un lenguaje simbólico, de forma que lo visible es signo de una realidad más profunda. El cuerpo de cada hombre, con sus procesos vitales y sus gestos corporales, habla de la persona titular de ese cuerpo; su lenguaje propio muestra el misterio de cada hombre.

La cultura del hombre “autónomo” –el hombre que no acepta deberle a alguien su existencia – ha creado un nuevo lenguaje, especialmente para hablar de su origen y de los orígenes del mundo natural; esa realidad que no es obra suya. Es una mentalidad con la pretensión de que sea el hombre quien dé sentido a la realidad, reinventando el proyecto original y despreocupado por conocer la verdad que encierra; es una pasión obsesiva de emanciparse de toda atadura. En ese nuevo lenguaje hay cambio de importancia capital: al término “procreación” le sustituye el de “reproducción” para describir la transmisión de la vida humana. Ambos conceptos no son necesariamente excluyentes. Efectivamente, cada persona, que evidentemente es engendrada por sus padres y aparece en un momento singular y concreto de comienzo, es al mismo tiempo creada por parte de Dios; tiene un origen más allá de su comienzo. Sin embargo, tras el uso de cada uno de estos términos resuena una concepción del hombre diferente y un modo distinto de entender el mundo natural.

La técnica de nuestros días permite separar fácticamente el acontecimiento natural y personal de la unión de un hombre y una mujer (procreación) del fenómeno puramente biológico (reproducción) que subyace a la transmisión de la vida humana. La biotecnología le ha permitido apropiarse de un nuevo poder sobre la naturaleza y en concreto sobre los lazos naturales de la filiación humana. Este poder se le ofrece como una forma de emanciparse definitivamente de su naturaleza, al rechazar ser un “ser natural” que tiene su origen y comienzo en el engendrar de sus progenitores. La forma de optar por dominar la procreación es reducirla a mera reproducción.

En efecto, los cuerpos personales de los padres, en la unidad plena de un encuentro personal, es un ámbito procreador que goza de la libertad de la naturaleza y escapa de suyo a una programación artificial desde fuera. Los hijos engendrados son un don y no el mero producto necesario de un proceso biológico puesto en marcha. El intento de programación racional, finalizada a los intereses de los manipuladores, exige que los hombres sean “confeccionados” y seleccionados para cumplir convenientemente la misión que se les marque. La necesidad que rige en el dominio de lo biológico permite la eficiencia del proceso fisiológico de reproducción, por el que se da comienzo a una nueva vida; se puede fácticamente intervenir en ese proceso biológico para generar seres humanos convertidos en medio para los fines de los programadores.

Ahora bien, todo viviente humano posee ese plus de realidad, o carácter personal, sea cual sea la forma en que haya tenido lugar su comienzo a la existencia. La biología humana, al describir espléndidamente los presupuestos biológicos del don de la libertad personal, muestra que cada ser humano no está sumergido en los procesos naturales de la fisiología. El titular de un cuerpo humano no está encerrado en el necesario automatismo de lo meramente biológico. Pone así de manifiesto la presencia de una potencia real, distinta de la fuerza de la vida, involucrada en el origen de cada ser humano. Un dinamismo vital propio de cada ser humano que potencia el dinamismo de la vida biológica. Lo que no puede la ciencia es dar razón de por qué cada hombre es un viviente libre, ni del origen de esa capacidad.

El lenguaje de la biología humana pone de manifiesto el sentido natural propio del cuerpo de cada hombre y deja abierto el camino racional para entender lo que de suyo dicen las realidades naturales. La ciencia no es el único modo; desde siempre el hombre ha buscado comprender el sentido profundo de la realidad, la realidad verdadera que está escondida en las apariencias. Ambos planos de la realidad no están separados por un abismo intransitable racionalmente; entre ambos hay un mensaje, una voz. Y sólo atendiendo a ese mensaje se puede hablar de manera apropiada del hombre, sin caer en la falacia intelectual de negar la existencia de ese “plus de realidad” que la ciencia no puede explicar. Este conocimiento racional es una revelación natural de su Hacedor; es el lenguaje luminoso de la naturaleza que la hace accesible a nuestro conocimiento. Y, también desde siempre, el hombre ha encontrado apoyo en la coherencia plena entre la verdad que alcanza con la razón y la verdad contada en la revelación primitiva para todos los hombres. Revelación que tomará una forma de expresión nítida en la revelación judaica y definitiva con la revelación cristiana (1).

Se trata en esta ponencia de recorrer el camino desde el conocimiento de la biología, acerca del sentido propio del comienzo del cuerpo de cada hombre, hacia la comprensión de su origen. Es legítimo que la racionalidad humana tenga de fondo lo que de diversas formas ha relatado Quien lo crea. La confianza en lo que dice tiene el apoyo ineludiblemente universal en la coherencia de sentido de la realidad natural y en la unidad de sentido de cada ser humano.

2. El comienzo de cada viviente.

Hasta el ser vivo más simple es un individuo que se constituye desde un material de partida que es un material informativo, el DNA, que hereda de sus progenitores y transmite a sus descendientes. Lo que se transmite por generación es una información, un lenguaje, un mensaje genético, o secuencia de los cuatro elementos del DNA de los cromosomas. El orden de los sillares del DNA se traduce en la secuencia de aminoácidos de una proteína, secuencia que determina su estructura tridimensional y por tanto su función. De este modo, la información genética del DNA se traduce a información funcional de la cadena polipeptídica. Y estas a su vez catalizan la formación de las estructuras orgánicas ordenadas, y progresivamente más complejas, en el desarrollo individual. Es el lenguaje molecular de la vida

Los progenitores aportan el sustrato material de ese mensaje genético inmaterial, como lo es toda información. Cada uno de ellos una mitad no idéntica de cromosomas y que juntas constituyen una versión completa del patrimonio genético del nuevo individuo y que es la base de su identidad biológica. El significado biológico del mensaje genético del genoma es informar la construcción del organismo y las funciones biológicas. En este sentido se puede decir que es la forma, o diseño del viviente. Describe al individuo puesto y le da la identidad biológica que mantiene a lo largo de su existencia, a pesar de los cambios de fenotipo.

El fenotipo del individuo es el resultado del tipo de proteínas sintetizadas y con ello de las funciones que pueden desempeñar. Depende en primer lugar del genotipo, pero no sólo de él. Para que la información se traduzca es necesario que el DNA reciba señales moleculares que regulan cuándo y cómo se traduce. Estas señales aparecen con el desarrollo y reconocen una configuración espacial concreta del DNA; configuración que es cambiante a su vez con el desarrollo y maduración del organismo. Por ello el primer nivel de información (la secuencia de sillares del DNA heredado) no basta.

La construcción del organismo requiere un segundo nivel de información que aporta la secuencia espacio-temporal en la que se emiten los mensajes que portan los diversos genes. Esa regulación ordenada, unitaria, armónica y coordinada de la expresión de los genes, en el espacio corporal y en el tiempo, es el programa genético: una ordenada sucesión de los mensajes de los diferentes genes. Su función específica es precisamente el crecimiento unitario, lo que podríamos denominar el principio vital de cada viviente. Con él se inicia la existencia del nuevo individuo y se mantiene su unidad porque permite la diferenciación armónica y sincronizada de las diversas partes del cuerpo

El programa, o principio unitario, no se hereda, sino que genera con la concepción de cada nuevo individuo. La fecundación fusiona el material genético de los gametos de los progenitores en un proceso en que ambos gametos se reconocen y activan mutuamente. Así al terminar las sucesivas etapas de la fecundación, el soporte material está en una situación diferente de la que tenía en los gametos y es más que su suma. Es una nueva unidad de información en acto, “encendida”. Es decir, la fecundación da lugar al comienzo de la vida de ese ejemplar concreto al activar el inicio del programa. No sólo reúne los materiales de la herencia, sino que genera un nuevo principio vital unitario. El contenido del mensaje, el texto, es entonces el lenguaje de un individuo, que posee el texto y que lo encarna; es decir el texto se traduce a cuerpo vivo.

El primer “hito”, el comienzo, en la vida de un organismo es su constitución como individuo por la actualización de la información genética en una peculiar unidad celular, el cigoto. Los componentes del citoplasma ponen en marcha, en acto, la información potencial de la información genética de los gametos, iniciando la emisión del programa. Aparece el individuo en su etapa unicelular. En el cigoto está todo el individuo en la etapa de comienzo; y, por tanto, tiene en acto todas las potencialidades propias de esa etapa y sólo ellas. Es un verdadero cuerpo, con los ejes cabeza-cola y dorsoventral trazados, asimétrico, e indiviso (2).

Con el tiempo de su existencia se irán actualizando las potencialidades que le corresponden a cada etapa vital, y con el fluir de la vida cada individuo genera una información -información “epigenética”-, que no está en los genes sino que aparece con el desarrollo. Así la construcción de un determinado órgano aporta la función o la operación propia del mismo, aquello a lo que el órgano está ordenado: el riñón a filtrar, el corazón a bombear la sangre, etc. Esas operaciones, o funciones, emergen del órgano. No están contenidas en el soporte material de la información que hereda sino que es información epigenética. De esta forma, el individuo es el beneficiario de todas las operaciones y en todas las etapas hace autoreferencia a la información genética con que se constituyó. Es el mismo pero no está lo mismo. La diferencia de realidad fenotípica, o de operatividad, de un embrión, respecto de un feto o de un organismo joven es innegable; y es igualmente innegable la referencia del viviente neonato, joven, maduro o envejecido, con el feto, embrión o cigoto que tuvo su comienzo en la fecundación de los gametos de sus progenitores.

Si en el patrimonio de la especie no hay información genética para construir un determinado órgano, el individuo de esa especie no posee la operatividad que emerge de tal sistema. De ahí que la operatividad propia de los animales superiores se hace posible porque poseen información genética para construir su sistema nervioso que procesa información de otro tipo: la que le llega a través de los sentidos. Las capacidades como la memoria, el “conocimiento” animal, o el comportamiento instintivo, surgen y dependen de la integración de circuitos neuronales. Como toda función, en última instancia descansa en la configuración de la materia aportada por la información genética inicial: sin información genética para configurar neuronas no puede existir un sistema nervioso. Tampoco puede existir sin información epigenética que aporte la capacidad de “reformatear” la información que recibe cada neurona para que se establezcan los circuitos neuronales y con ello se complete y madure el cerebro, y aparezcan las operaciones propias del animal de esa especie.

Podría decirse, por tanto, que los animales superiores están preprogramados o predispuestos, por el contenido de su mensaje genético, para aprender determinadas pautas de comportamiento y aprenderlas de manera paralela al crecimiento orgánico del individuo. Según la edad existirá un tipo u otro de respuestas, siempre iguales para todos los miembros de la especie. Y según la especie, esos circuitos neuronales podrán ser más o menos automáticos y cerrados, o más o menos plásticos y no tan estereotipados. Esa forma de “capacidad curiosa”, que les permite una cierta exploración el entorno, emerge de la dinámica funcional de los circuitos cerebrales. En efecto, la posesión y la expresión regulada de genes que codifican proteínas para la síntesis de neurotransmisores inhibidores, permite a estos animales una capacidad de regulación de la dinámica cerebral, en función de sus necesidades. Y, obviamente, sólo se regulan los circuitos estímulo-respuesta que le corresponden por ser individuo de una especie determinada.

El comienzo, la constitución de todo individuo de cualquier especie animal está pautada por los ciclos biológicos de la transmisión de la vida. Por ello la causa eficiente de la constitución del cigoto animal es el proceso de fecundación. El proceso biológico de constitución causa la vida de un individuo que está finalizado a vivir (construir y madurar el organismo) y transmitir la vida. Un ciclo vital cerrado en sí mismo y pautado por la naturaleza y sólo en orden al mantenimiento de la especie. Cada viviente no-humano carece de fin en sí mismo y no requiere una causa final que dé cuenta de su existencia individual: su existencia está sumergida en la dinámica de la vida de la especie a que pertenece y de las especies que pueblan la Tierra.

Transmitir la vida es aportar con los gametos propios el soporte material que contiene la información genética de la especie. Es dar paso a la vida a un congénere que realizará su propio y nuevo ciclo vital, repitiendo el contenido del mensaje.

3. Comienzo de un nuevo mensaje genético.

La vida en la Tierra lleva aparejada evolución: el contenido de los mensajes ha cambiado con el tiempo y lo han hecho en el sentido perfectible, de lo más simple a lo más complejo. Las diferencias que existen entre los seres vivos de distintas especies, su diversa identidad biológica y formas de vida, con mayor o menor autosuficiencia, o mayor o menor dependencia del exterior, se deben a diferencias en el contenido del mensaje: número y tipo de genes. Pero la mayor complejidad de un organismo no viene dada sólo por los genes que constituyen su genoma. El dinamismo propio de lo vivo supone que la información aumenta con el proceso mismo de desarrollo del organismo, de modo que las diferencias entre especies son debidas principalmente a diferencias en la emisión del programa. Poseer un principio unitario más rico, o tener más dinamismo vital, significa más regulación espacio-temporal de la expresión de los genes, y más retroalimentación de la información del inicio. La capacidad de amplificación epigenética de la información es lo que hace posible que se construya un organismo más complejo y con más capacidades vitales, a veces con escasa información genética adicional.

Evolucionar es, en primer término, dar paso al transmitir la vida a un nuevo y diferente soporte material de información genética. Un cambio en el contenido del mensaje, del genoma que generará descendientes con otra forma; evolucionar es transformar. Es una transmisión de vida que no la realizan progenitores sino antecesores. Al dar comienzo a esa nueva vida se habrá generado un principio unitario de otro orden, del que dimanan todas las potencialidades del nuevo fenotipo. Cada una de estas transformaciones, que suponen la aparición de ramas en el árbol de la vida emergen de la eficiencia propia de la dinámica de lo vivo (3). Cada comienzo evolutivo es causado por la eficiencia propia de una materia que posee información para configurar un organismo, e información que puede cambiar, por cambio en el soporte material, al transmitir la vida.

Tanto la génesis de un individuo como la de una especie tiene una dinámica epigenética de lo simple a lo complejo, y no exige una causa final que dé cuenta de su aparición. No son fines por sí mismas. Es en la unidad del mundo vivo, en las ramas del árbol de la vida, donde se manifiesta una tendencia finalizada a la complejidad. Y de forma evidente en la rama de los homínidos se manifiesta una tendencia de cambio evolutivo que tiene su término en los individuos del género Homo, Homo sapiens.

4. La génesis humana.

Como en toda transmisión de vida, la vida humana se inicia con la generación del cigoto iniciando la emisión de un programa como una sucesión ordenada de mensajes genéticos. El cigoto es un cuerpo humano. La constitución de cada cuerpo se debe a la eficiencia de los mecanismos de la fecundación de los gametos de los padres. Sin embargo, la dinámica de la génesis de los mamíferos (un programa que se genera y que amplifica epigenéticamente la información genética del material genético heredado), es insuficiente para dar razón de la génesis de cada hombre.

La biología muestra el plus de complejidad de cada cuerpo humano que le permite estar abierto a más posibilidades que las que la biología ofrece, convirtiendo la vida en biografía. Y, sin embargo, el genoma que hereda cada viviente de la especie humana es, en lo que se refiere a información, muy similar al de los primates más próximos, los grandes simios.

¿Qué hace humano un genoma? ¿Cómo puede construirse un organismo tan peculiar como el cuerpo humano desde el genoma, prácticamente idéntico, del Pan troglodytes, el pariente más cercano?

La biología actual, con la secuenciación de genoma humano y su comparación con el del chimpancé, muestra la profunda coherencia lógica del viviente humano. La información genética human -cuantitativamente pobre, pero permanentemente amplificable y regulable- predispone la generación de un tipo de programa, de un principio vital unitario que es “más”. Construye un peculiar organismo que es presupuesto de la capacidad humana de liberación del automatismo de los procesos biológicos. Obviamente, no se dice con esto que unos genes causen la libertad. Sin embargo, sin ser la causa, son imprescindibles para que el mensaje genético pueda constituir un cuerpo humano cada vez que da comienzo una nueva emisión. El mensaje genético, y sus amplificaciones, en vez de quedarse ordenado a la mera vida corporal, en función de la especie, se ordena hacia el fin propio personal.

Es decir, los cambios en el material genético que causan eficientemente el proceso evolutivo de hominización están unitariamente finalizados al plus de complejidad del cuerpo humano.

En efecto, el viviente humano es una realidad específica y distinta, capaz, cada uno, de novedad radical. Lo específico del cuerpo humano y de la vida de cada ser humano se puede resumir precisamente en apertura y relacionabilidad. Apertura en las dos direcciones: hacia su interior, la intimidad, de tal forma que el cuerpo de cada hombre es un organismo, que expresa en gestos humanos al personaje titular. Y, porque está abierto hacia dentro puede relacionarse abierta, es decir, libremente hacia fuera: hacia el mundo natural, los demás hombres y Dios. En efecto, ese plus de realidad de cada hombre, que es capacidad de desatar ese tipo de ataduras que encierran al animal en los ciclos biológicos de la especialización, se manifiesta en apertura en los ciclos vitales de intereses-conducta y es al mismo tiempo lo que le permite abrirse “más allá del nicho ecológico”. Cada hombre tiene “mundo”, en cuanto que se relaciona con los demás y se hace cargo de la realidad en sí misma, objetivamente, y no sólo de modo subjetivo en función de su situación biológica.

Su actuar no está estrictamente sometido a las condiciones materiales, por lo que es capaz de operaciones no determinadas estrictamente por las condiciones previas: A) No tiene un conjunto fijo de estímulos, sino que puede interesarse por cosas que incluso no existen. B) Una vez captado el estímulo, puede reaccionar a él de formas diversas, no determinadas biológicamente, a veces culturales y a veces “contraculturales”, e incluso no reaccionar en absoluto. C) No se pone automáticamente en marcha, cuando se dan acontecimientos biológicamente significativos; o, si se pone, puede liberarse de ese automatismo.

Su actuar manifiesta una operatividad creativa que sobrepasa todo aquello que los más sofisticados procesamientos de información neuronal podrían hacer emerger. Las facultades como el habla, el conocimiento intelectual, la voluntad y la capacidad de amar, son facultades no ligadas directamente a órgano, y la prueba más obvia de ello es que están abiertas a desarrollarse mediante hábitos. A diferencia de lo que sucede en el comportamiento animal, estas facultades no crecen de forma paralela a la maduración del órgano. De hecho, al estar abierto a incorporar a la emisión del programa la información que procede de su capacidad de relación, no está nunca terminado. Más aún, la criatura humana que nace siempre en un parto prematuro, sin acabar, necesita de un “acabado” en la familia para ser viable y para alcanzar la plenitud humana de atención y relación con los demás. Tiene una enorme plasticidad neuronal; la construcción y maduración del cerebro de cada hombre no está cerrada, sino abierta a las relaciones interpersonales y a la propia conducta.

Ese elemento nuevo, la apertura o relacionabilidad, no es simplemente más información genética ni epigenética, sino potenciación de la dinámica de emisión del programa de desarrollo. Un dinamismo vital abierto a la relación que no crece en paralelo al desarrollo corporal. La ciencia biológica, al dar razón de la construcción de un cuerpo humano inespecialidado e indeterminado en su funcionamiento, aporta un conocimiento de gran riqueza: el principio vital único de cada hombre está intrínsecamente potenciado por la capacidad de relación personal que posee.

No es “otro” principio operativo, sino potenciación de la dinámica de la emisión del único programa genético de cada hombre. No es un segundo principio de vida, al modo de más información genética o epigenética, sino refuerzo de la información genética de cada viviente humano. No le viene con el tiempo sino que comunica libertad al principio de vida transmitido por sus padres con la constitución misma del patrimonio genético.

Cada hombre dispone en propiedad de la naturaleza humana común a todos los hombres. Por ello, el carácter personal no emerge con el desarrollo corporal. Ni la transmisión de vida humana es mera reproducción, ya que, a diferencia de los demás seres, los humanos no reproducen íntegramente su naturaleza en nuevos ejemplares de su especie. Cada uno posee un plus que potencia la vida biológica convirtiéndola en tarea personal, precisamente al liberarle del encierro al mero fin biológico.

El fin de cada hombre no está biológicamente dado y por ello el ser personal no está sumergido en el automatismo de los procesos fisiológicos. La libertad humana queda situada en lo más alto e íntimo del ser humano, más aún, es la explicación última de su intimidad y de su manifestación (4). Esa dimensión corporal, abierta y relacional, que es precisamente el elemento constitutivo de la personalidad humana, es signo de la presencia de la persona y no causa. Esta cuestión es de especial importancia en un mundo en el que la eficiencia aparece como independiente de la finalidad natural. La libertad que capacita a cada uno para marcarse sus propios fines y decidirse, procede de la persona.

El origen de cada hombre involucra de modo explícito la fuerza creadora del mismo Dios, que le otorga el carácter personal, al llamarle a la existencia a vivir en relación con Él, haciendo de la vida del hombre el espacio para responder personal e insustituiblemente a la llamada que le puso en la existencia “desde la eternidad”. Quien no acepta una intervención de la Causa final, que crea de la nada, deja sin explicación el origen de ese “vivir más”, que no es mera vida biológica más compleja. .

5. El origen de cada ser humano “más remoto” que su comienzo.

El primer capítulo del Génesis describe como Dios hace al hombre: “modeló al hombre con el barro de la tierra…insufló aliento…y fue ser vivo”. ”Él quiso formar nuestro cuerpo con sus propias manos”[2]. El lenguaje de la mano de Dios que forma el cuerpo, se corresponde con su Palabra “¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza!”. Con sus propias manos forma al primer hombre y a la primera mujer (“hombre y mujer los creó”) y a todo hombre y a toda mujer. Lo que la Biblia dice del primer hombre vale para todos.

5.1. La eficiencia de la generación humana en el engendrar de los padres.

“En el principio” la fecundidad humana se vincula expresamente con el primer hombre y la primera mujer a quienes encarga transmitir vida humana mediante la procreación. La unión por la que se «se hacen una sola carne» es un gesto humano genuino de reconocimiento mutuo personal, del que la biología humana da buena cuenta (5). El sentido de la unión sexual no queda descrito en términos de eficiencia, sino en términos de unión, de entrega mutua. Engendran los cuerpos personales de un varón y una mujer. Los padres humanos, siendo primaria y fundamentalmente causa eficiente, participan al engendrar en la creación de la nada que es exclusiva de Dios; que es causa total. No sólo dan comienzo al cuerpo, sino que los padres están en el origen de la existencia del hijo al participar en el acto por el que Dios llama a la existencia, crea el alma de esa persona singular que es el hijo. Es una con-creación que causa del origen del hijo, ya que el mismo sujeto que es engendrado es creado directamente por parte de Dios.

El impulso de unidad que aparece entre un varón y una mujer que se donan, les conduce hacia la unidad peculiar de la una caro. La coincidencia del gesto de expresión natural del amor sexuado con el gesto que les hace potencialmente fecundos, esa unidad, es reflejo de la Causa final de la criatura que es concebida. La eficiencia que se origina es esencialmente dependiente de la unión. En ese ámbito personal e íntimo del espacio procreador Dios moldea e insufla el aliento que torna eficaz un nuevo comienzo. La estructura informativa generada en ese comienzo, es como el precipitado material de la llamada creadora a ese ser humano en concreto. Por ello la dotación genética es signo de la presencia de la persona: es su identidad biológica y el apoyo material de su identidad personal. La relación personal de los padres en el engendrar forma parte crucial de la identidad del hombre e incluye la identidad biológica heredada sin condiciones.

Una combinación de información concreta, entre las infinitas posibles de los gametos de los cuerpos de los padres, no elegida por ellos sino por Dios en la libertad propia de la naturaleza. Dios forma el cuerpo del hijo con sus manos en la libertad de un comienzo en el acontecimiento espiritual y personal de la una caro de sus padres. Acontecimiento en el que el hijo está “en causa” final y llegará a la vida en un momento concreto por la causa eficiente de los procesos temporales de la generación.

Ser engendrado en la libertad de la naturaleza es un derecho y no algo neutro para el concebido. Más aún, la gestación en el cuerpo personal de la madre del hijo engendrado en ella es una unidad de sentido biológico y de sentido personal. La biología humana aporta un aspecto profundamente significativo del carácter personal de la maternidad. El cuerpo materno es la primera habitación que no la suple un hipotético “útero artificial”. El encuentro inicial con la madre es humano; da el “último terminado afectivo” que le permitirle asimilar e incorporar las estructuras formales del ambiente a las estructuras organizadas por la herencia y le dotan de una capacidad de adaptación a su mundo peculiar. Una “urdimbre” -en terminología de Roff Carballo-, que le permite la vida personal, biográfica, creativa y cultural.

La ciencia muestra la influencia de la situación personal y los habitos de la madre en la construcción o “cableado” del cerebro del hijo que gesta. Más aún, ese desarrollo es dependiente de las relaciones interpersonales afectivas. Es bien conocido, que no acaba de construirse un cerebro adecuado, que no madura la estructura orgánica misma, si la vida no es vivida en relación personal[3]. No solamente las emociones modulan la capacidad cognitiva, sino que incluso la relación personal afectiva permite que desarrolle la lateralización de los hemisferios cerebrales, imprescindibles para una operatividad específicamente humana[4].

El desarrollo del cerebro tiene que ver con la información genética y la epigenética, con las señales que recibe del entorno familiar y cultural y en definitiva con la biografía personal. Los procesos psíquicos inmateriales emergen de la estructura funcional del cerebro labrado por la vida de cada uno. La limitación la pone el órgano, pero la operatividad es más libre que la apertura de posibilidades que la masa cerebral ofrece. En efecto, el “plus” humano, que es la facultad inteligencia, tiene como base biológica la indeterminación de los circuitos neuronales; una indeterminación que es intrínseca a la dinámica funcional y que consiste en una regulación del funcionamiento mediante frenado de los procesos neuronales (6). En cuanto que el intelecto detiene, frena, o inhibe lo inmaterial psíquico, no está determinado por lo fisiológico. Por ello, si la facultad inteligencia se manifiesta en la regulación de las estructuras psíquicas, puede afirmarse que lejos de que emerja de ellas, permite liberarlas del automatismo biológico.

En definitiva, dar origen a un viviente humano significa insuflar libertad a un cuerpo que comienza a generarse en la eficiencia de la confección de un genoma humano desde progenitores humanos.

5. 2. Hominización

La cuestión que se plantea a continuación es el origen evolutivo del cuerpo humano. Es decir, cómo se origina un patrimonio genético humano sin progenitores.

El proceso de hominización, que da paso al hombre, se inserta en el proceso evolutivo de los primates del viejo mundo. En el camino ontológico hacia el hombre, con la eficiencia propia del proceso evolutivo de lo simple a lo complejo, se han ido fraguando una serie de cambios en los materiales de la herencia de los grandes simios que suponen incoación de procesos anatómicos y fisiológicos que alcanzarán su “plenitud de significado biológico” en la generación de la “carne humana”. El Creador formó con sus manos el cuerpo del primer hombre y la primera mujer en la eficiencia de la materia de la vida orientada y finalizada a cuerpo humano. Los seres humanos divergieron fenotípicamente de los grandes monos de forma repentina. Ante nosotros está el desafío de encontrar los cambios genéticos en el linaje humano que explique nuestros rasgos inusuales[5].

Los datos de la ciencia muestran que ha habido dos etapas de preparación. En una primera, remota, se mejoran las condiciones generales para un modo de vida pautada por un buen cerebro[6]. Por ejemplo, la selección natural ha favorecido en la línea de los primates antropoides, particularmente de los humanos por su larga vida[7], aquellos cambios que permiten la producción de energía limpia en el cerebro. La etapa más próxima de la hominización tiene una fase de divergencia de Homo y Pan desde un antecesor común; y una última fase en que los australopitecos dan paso a la primera etapa de la humanidad, el Homo habilis.

Recientemente se ha realizado la comparación del genoma del chimpancé con el humano, y se ha generado un catálogo completo de las diferencias genéticas entre ambas especies[8], que permiten analizar la selección positiva y negativa de las mutaciones acaecidas en ambos genomas. Algunos datos de interés son los siguientes.

1) En la línea humana ha habido “pérdida” de genes que suponen reducción de capacidad de adaptación al medio y que llamativamente son ganancia en posibilidad de manifestación del carácter personal. Por ejemplo, el registro anatómico fósil[9] muestra la perdida del gen d

Desde la fecundación hay un nuevo ser humano



Natalia López Moratalla, catedrática de Biología,

Cada día llegan a la opinión pública informaciones sobre investigaciones científicas, proyectos legislativos o medias políticas referentes al origen de la vida humana: manipulaciones genéticas, investigación con embriones, clonación de individuos (con fin reproductivo o terapéutico), utilización de células madres embrionarias, abortos tempranos, píldoras "del día después" (con efecto antiimplantatorio, es decir, abortivo)

Formular una valoración ética de dichas prácticas implica un conocimiento exacto, del que a menudo se carece, sobre lo que sucede en las primeras fases de la vida humana. Precisamente con el título "Los quince primeros días de una vida humana" (1), las biólogas Natalia López Moratalla y María Iraburu Elizalde, investigadoras y profesoras de la Universidad de Navarra, acaban de publicar un volumen que recoge la bibliografía más reciente y los resultados de las investigaciones científicas, desarrolladas en laboratorios de todo el mundo, acerca de los primeros momentos del proceso embrionario. Lo más notable de esa obra es que, a través de una rigurosa información biológico molecular, explica los procesos del desarrollo embrionario y revela una indiscutible continuidad de la vida humana a partir del "cigoto". Para que nos hable de todo ello, hemos tenido ocasión de entrevistar a la doctora López Moratalla, catedrática de Bioquímica desde 1981. Sus investigaciones anteriores han versado acerca de los mecanismos de potenciación del sistema inmunitario. G.B.


¿Por qué precisamente" los quince primeros días"?

El embrión humano necesita cinco días para hacer el primer viaje de su vida desde las trompas cercanas al ovario, en que es concebido, hasta el lugar preparado en el útero materno. En el día seis comienza a implantarse y hasta el día catorce, en que completa este proceso de anidación, el embrión va desarrollando su cuerpo, según el diseño preciso de los ejes corporales establecidos ya en su primer día de vida. Y así el día quince el embrión, embebido en el seno materno, tiene ya el plano corporal completo: donde estará la cabeza, los pies, el corazón, etc. En los quince primeros días ocurren los hitos más importantes de la configuración corporal.

FECUNDACIÓN Y CIGOTO

¿En qué momento puede decirse que se ha efectuado la fecundación?


La fecundación es un proceso y pasan varias horas desde que los gametos paterno y materno se encuentran, se activan mutuamente y funden el material genético que cada uno porta y se "enciende" una nueva vida desde esos peculiares materiales de partida. El DNA de los cromosomas presentes en los gametos de los padres tuvo que "rejuvenecerse", es decir quitar las marcas propias de la vida transcurrida en el organismo de los progenitores, dejando el mensaje genético preparado para dar vida a un nuevo ser. Durante la fecundación el material genético heredado adquiere las nuevas marcas y la estructura propia de inicio de una nueva existencia. Al mismo tiempo que este proceso de "cambio de la impronta", tiene lugar otra serie de cambios en el óvulo materno; al ser fecundado distribuye de una forma asimétrica los componentes que contiene, de tal forma que deja de ser una simple célula y se convierte en el cuerpo del hijo, en su estado más sencillo, cigoto. La aparición de un cigoto es la muestra de que ya terminó el proceso de fecundación y se ha concebido un nuevo ser humano.

¿Qué es exactamente y qué propiedades tiene el cigoto?

Un cigoto es un cuerpo humano en fase primordial. Todo el nuevo ser esta ahí con las características y potencialidades propias de quien inicia su primer día de vida. El cigoto es una realidad nueva y es más que la simple célula producto de la fusión de los gametos de los progenitores. El cigoto está polarizado porque tiene diseñados los ejes corporales y una distribución de sus elementos asimétrica; por ello, cuando se divide para convertirse en embrión de dos células, lo hace según un plano perfectamente trazado de forma que estas dos células son diferentes entre sí y diferentes al cigoto. Esto es, el cuerpo en estado de cigoto se ha desarrollado a embrión bicelular. Luego lo hará a embrión de tres, cuatro, ocho células en su día tres de vida, etc. Y en cada etapa está todo el individuo con las potencialidades propias de ese día de vida actualizadas y mostrando por tanto las propiedades que le corresponden a esa edad.

En el cigoto se pone en acto la emisión del mensaje que contiene el genoma que ha heredado¬y con ese "encendido de la vida" da la primera orden, que es precisamente una división asimétrica. Es impresionante observar como aparece el cigoto al final del periodo de tiempo de la fecundación: su característica polarización produce un halo de luz que ha permitido "ver" ese encendido de la nueva vida que ya ha comenzado.

"DÍA DESPUÉS"

¿Cuánto tiempo transcurre desde la unión corporal de los padres hasta la constitución de ese cigoto?

Los espermios tardan unas seis horas en llegar al extremo de las trompas que recogen el óvulo liberado del ovario. En ese tiempo se capacitan y adquieren capacidad de recorrer el camino y reconocer la zona pelúcida, o corteza que rodea el óvulo, y comenzar a penetrar por ella. Se inicia así la fecundación, que tarda aproximadamente unas doce horas hasta que queda autoconstituido el cigoto y comienza su división a embrión bicelular.

La aparición del cigoto es, pues, signo de que ya está completada la constitución de un individuo humano, una persona; es importante tener en cuenta que el periodo de tiempo anterior, el proceso de fecundación con sus etapas ordenadas en el tiempo, es asignificativo. Transmitir vida humana, dar vida a un hombre, es una alianza entre Dios (que le dona su imagen y semejanza) y los padres que engendran. La llamada a la existencia por parte de Dios otorga el carácter de persona al hombre que están concibiendo los padres. De esa forma el resultado de la acción de Dios y de los padres es único y el mismo: la persona del hijo. Respetar la vida incipiente del hijo es también respetar el engendrarle.

Siendo eso así, ¿hasta qué punto cabe asegurar que una "píldora del día después" (o "de un rato después") tiene carácter sólo anticonceptivo?

Un rato o un día después no tiene nada que ver con que sea anticonceptiva o abortiva. Que el efecto sea impedir que se inicie una fecundación o que una vez iniciada destruya la vida incipiente o naciente, se debe al mecanismo por el que el producto actúa. Esta píldora no evita la fecundación sino que en caso de haberse producido y por tanto iniciado la vida del hijo, ésta quedará más tarde interrumpida. La ambigüedad no es si su mecanismo es o no abortivo, que lo es de suyo, sino simplemente que la mujer que la toma desconoce si se había quedado o no embarazada.

Es importante conocer que, hoy por hoy, no hay ninguna píldora que impida que una vez que se ha iniciado una fecundación, se corte este proceso y no se alcance la constitución del hijo cigoto. Y si algún día" se encontrara un compuesto de este tipo también seria abortivo: se habría interrumpido la vida naciente en un momento anterior.

EMBRIONES CONGELADOS

Cuando se habla de transferencia de embriones o de embriones congelados, ¿de qué fase se está hablando?


Cuando un embrión es generado in vitro, el desarrollo ocurre prácticamente a la misma velocidad que cuando es engendrado en la madre; el día cinco alcanza la fase de "blastocisto" y en el seis tiene que comenzar a anidar en el útero para sobrevivir. Por ello no se puede mantener en el laboratorio más que esos cinco o seis días en que alcanza la configuración corporal de blastocisto.

A1 comienzo de las prácticas de fecundación in vitro se transferían a la madre o se congelaban en el día uno de vida. Después se acertó con algunos medios de mantenerlos en cultivo a fin de seleccionar los de "mayor vitalidad", para una primera transferencia al útero; y se congelaron el resto en fase de 2,4 e incluso 8 células, es decir hasta su tercer día de edad. Más recientemente, el deseo de hacer un diagnóstico genético, que permitiera elegir o rechazar los que pudieran potencialmente portar alguna predisposición hacia alguna enfermedad concreta, ha llevado a mantenerlos en cultivo hasta el día cinco.

En el libro alude usted a la gemelación. Si un embrión puede dar origen a dos o más gemelos, no puede decirse que el embrión fuera "un" individuo (ni que, por tanto, eliminarlo fuera matar a una persona)... Planteado dentro modo, en lo casos de hermanos gemelos ¿cuándo se ha producido la distinción?

No existe ningún dato de que un embrión engendrado en la madre se parta en dos iguales y sea éste el origen de los gemelos idénticos. Eso fue una hipótesis del siglo XIX, que nunca se ha confirmado y que, sin embargo, se tomaba como argumento para negar que el embrión de 14 15 días fuera "un" individuo. Con la embriología actual esta hipótesis ha quedado sin fundamento: un embrión asimétrico no se parte en dos mitades iguales, y el embrión es asimétrico desde que es cigoto. Se plantean por tanto nuevas hipótesis para explicar el origen de los gemelos: los mecanismos que regulan la fecundación pueden ocasionar que una sola termine en dos cigotos, dos individuos que arrancan independiente a vivir su día uno de vida.

CÉLULAS MADRE

Una última pregunta. ¿A qué etapa se refiere la cuestión de las células madres embrionarias utilizables terapéuticamente?


Ninguna célula madre embrionaria puede ser utilizada terapéuticamente porque no son "domesticables". Estas células madre son las que forman la llamada masa interna del blastocisto. Aparecen con éste en el día cinco de vida. En ese estado el embrión tiene dos tejidos diferentes: la parte externa a través de la cual se implanta en el útero y que formará la placenta y un montoncito de células, llenas de potencial de crecer, y que según el sitio que ocupan en el cuerpo del embrión dan lugar a todos los tipos celulares que forman los órganos y tejidos. Estas células tienen su propio etiquetado por el que saben qué sitio ocupan y por tanto si deben ir hacia hacer la cabeza o los pies o la espalda o la tripa. Por ello han sido un rotundo fracaso los experimentos dirigidos a un supuesto uso terapéutico; se han destruido embriones, tomado estas células madre embrionarias y se ha intentado dirigirlas en el laboratorio hacia un tipo u otro, con la idea de transplantarlas luego al tejido del enfermo y que sustituyan a las que tiene dañadas por la enfermedad. El resultado es que no se logra ni que vayan en la dirección deseada, ni controlar su crecimiento por lo que son un tumor en potencia, ni tampoco que una vez producidas en cantidad y conservadas como "línea celular" sean estables; de hecho, van alterándose genéticamente con el paso del tiempo.

Este resultado es lógico y era esperable de unas células cuya función es dar el cuerpo entero y no simplemente sustituir las dañadas en el organismo propio. Esta función de "regenerar" lo estropeado por accidente o por enfermedad degenerativa es la propia de las células madre de adulto. Se están usando con éxito para curar a enfermos.

ALMA HUMANA Y EVOLUCIÓN



CONVERSACIÓN DE MARIANO ARTIGAS
CON SIR JOHN C. ECCLES, PREMIO NOBEL DE MEDICINA






Sir John Eccles es Premio Nobel de Medicina por sus trabajos acerca del cerebro. En su obra The Wonder of Being Human (New York, The Fee Press, 1984) expone los avances científicos que permiten localizar qué partes del cerebro están implicadas en los movimientos voluntarios, los cuales son irreductibles a explicaciones causales fisiológicas. Mariano Artigas es doctor en Ciencias y Filosofía, profesor de Filosofía de la naturaleza en la Universidad de Navarra; autor de muy numerosos trabajos publicados sobre cuestiones científico filosóficas. Dos de sus libros se refieren a materias relacionadas con nuestro asunto: Las Fronteras del evolucionismo (con prólogo de John Eccles) y Ciencia, razón y fe (ambos editados por Ed. Palabra, Madrid 1985). Ofrecemos a continuación un diálogo entre Sir John Eccles y el profesor Artigas acerca del alma humana, la ciencia y la religión.

LO QUE EXPLICA EL «EMERGENTISMO»

M.A.—El 11 de abril de 1980, usted dio una conferencia sobre Lenguaje, pensamiento y cerebro, en el Simposio de la «Académie Internationale de Philosophie des Sciences» de Bruselas. En el coloquio, yo le pregunté sobre un tema que ya habíamos comentado en privado: el emergentismo, o sea, la teoría según la cual, en el curso de la evolución, los aspectos propios del hombre tales como los que solemos llamar espirituales, habrían surgido por emergencia a partir de la organización de lo material. A pesar de que esta doctrina ha alcanzado cierta difusión yo no la comparto, y me parece que usted tampoco.

J.E.—Efectivamente, el «emergentismo» no explica nada. No es más que un nombre sin contenido real, una etiqueta. Además, si lo que se pretende es decir que las características específicamente humanas surgen de la materia por «emergencia», se trata de un materialismo reduccionista pseudocientifico e inaceptable: la ciencia no proporciona ninguna base para esa doctrina.

M.A.—El 1 de marzo de 1984, usted estuvo en Barcelona y dio, en el Paraninfo de la Facultad de Medicina, la primera lección Cajal, en memoria de los importantes trabajos que Ramón y Cajal realizó durante su estancia en Barcelona. Cajal recibió el Premio Nobel por sus estudios sobre el sistema nervioso en 1906. Usted lo recibió en 1963 por trabajos en la misma línea, dedicados al cerebro. En este siglo se han realizado avances muy importantes en ese campo fundamental para comprender la estructura de la persona humana. Algunos interpretan esos progresos en favor de posturas materialistas, y usted ha escrito bastante sobre este tema. ¿Podría sintetizar cómo ve la cuestión?

EL MATERIALISMO ES UNA SUPERSTICION

J.E.—El materialismo carece de base científica, y los científicos que lo defienden están, en realidad, creyendo en una superstición. Lleva a negar la libertad y los valores morales, pues la conducta sería el resultado de los estímulos materiales. Niega el amor, que acaba siendo reducido a instinto sexual: por eso, Popper ha dicho que Freud ha sido uno de los personajes que más daño han hecho a la humanidad en el último siglo y tuvo ocasión de comprobar que el método de Freud no es científico, pues trabajó hace muchos años en Viena en una clínica donde se aplicaba ese método. El materialismo, si se lleva a sus consecuencias, niega las experiencias más importantes de la vida humana: «nuestro mundo» personal seria imposible".

M.A.—Siguiendo con esta cuestión, hay quien dice que podemos estudiar científicamente el cerebro, pero, en cambio, no tenemos conocimientos fiables acerca del alma. ¿Qué podemos conocer del alma?.

J.E.—Los sentimientos, las emociones, la percepción de la belleza, la creatividad, el amor, la amistad, los valores morales, los pensamientos, las intenciones... Todo «nuestro mundo», en definitiva. Y todo ello se relaciona con la voluntad; es aquí donde cae por su base el materialismo, pues no explica el hecho de que yo quiera hacer algo y lo haga.

M.A.—Sin embargo, cabría pensar que, en el fondo, el funcionamiento de la persona está determinado por procesos materiales enormemente complejos que poco a poco vamos conociendo. Si en el cerebro hay unos cien mil millones de neuronas, y el número de sinapsis que establecen contactos podría ser del orden de 100 billones, siempre cabe remitirse a complejidades todavía mal conocidas que condicionarían un comportamiento determinista. Usted acaba de hablar de la voluntad. ¿Podría poner algún ejemplo sencillo de comportamiento no determinista?

J.E.—La actividad cerebral nos permite realizar acciones de modo automático. Pero podemos añadir un nivel de conciencia. Por ejemplo, cuando camino, «quiero» ir más deprisa o más despacio. Incluso podemos envolver casi todo en la conciencia: «quiero» andar con aire de Charlot, pensando cada paso y cada movimiento...

M.A.—Prosigamos todavía con este tema. El progreso futuro de la ciencia es difícil de prever. Algunos se preguntan si nuestras experiencias personales no son más que un aspecto subjetivo de los fenómenos físicos; ésta es la tesis de la teoría de la identidad psico-física, que en nuestra época sigue contando con defensores (por ejemplo, Herbert Feigl la ha expuesto de manera bastante sofisticada). Usted ha criticado esta teoría como una de las variantes del materialismo, la más extendida, llegando a decir que se trata de «una creencia religiosa sostenida por materialistas dogmáticos que a menudo confunden su religión con su ciencia», y que «tiene todos los rasgos de una profecía mesiánica».

J.E.—Hasta hace poco, nada sabíamos de ondas electromagnéticas y de áreas cerebrales, y hay gente que no lo sabe tampoco ahora. Pero todos, y desde antiguo, sabemos de «nuestra vida». Para expresarla en palabras o acciones necesitamos el cerebro, como también, muchas veces, necesitamos de la laringe o de los músculos de la mano; pero ni la laringe, ni la mano, ni siquiera el cerebro son «nuestra vida». Desde luego, es fundamental investigar sobre la físico-química cerebral, pero nuestro «yo» sabe de «nuestra vida», no del cerebro.

M.A.—¿Cómo se explica entonces que no pocas veces el ambiente científico parezca favorable a diversos tipos de materialismo?

J.E.—Existe actualmente un «establishment» materialista que pretende apoyarse en la ciencia y parece coparlo todo. Entonces, yo soy un «hereje». Pero, en realidad, son muchos los científicos no materialistas y creyentes, también gente importante en los países del este de Europa. Una vez, en un debate televisivo, Monod me llamó «animista»; yo me limité a llamarle a él «supersticioso», porque presentaba su materialismo como si fuera cientifico, lo cual no es cierto: es una creencia, y de tipo supersticioso.

M.A.—Evidentemente, su postura implica que existe en el hombre un alma espiritual que, siendo irreductible a lo material, debe ser creada para cada hombre por Dios. Usted lo ha escrito en sus obras. No deja de ser paradójico que, en una época en que algunos pensadores espiritualistas encuentran dificultades para hablar del alma, no las encuentre un Premio Nobel de neurofisiología que, al ocuparse del cerebro, estudia científicamente los aspectos del cuerpo más relacionados con el pensamiento y la voluntad.

J.E.—Los fenómenos del mundo material son causas necesarias pero no suficientes para las experiencias conscientes y para mi «yo» en cuanto sujeto de experiencias conscientes. Hay argumentos serios que conducen al concepto religioso del alma y su creación especial por Dios. Creo que en mi existencia hay un misterio fundamental que trasciende toda explicación biológica del desarrollo de mi cuerpo (incluyendo el cerebro) con su herencia genética y su origen evolutivo; y que si es así, lo mismo he de creer de cada uno de los otros y de todos los seres humanos.

PROFUNDOS INTERROGANTES

M.A.—Estoy de acuerdo, desde luego, con sus argumentos. Sin embargo, en sus obras expone hipótesis sobre la interacción entre espíritu y materia que me recuerdan planteamientos cartesiano poco satisfactorios. Convendrá en que la persona humana es una unidad en la que la realidad espiritual y la material no pueden concebirse como agentes separados; aunque esta tesis tenga su inevitable aire de misterio, pienso que es la única que hace justicia a los datos completos de nuestra experiencia.

J.E.—La ciencia explica muchos fenómenos mediante las teorías de la gravedad; sin embargo, no sabemos decir qué es la gravedad en sí misma. El evolucionismo explica un cierto nivel de hechos, pero hay profundos interrogantes difíciles de explicar. No puede sorprender que, admitiendo con motivos bien fundados que en el hombre hay espíritu y materia, sea muy difícil e incluso misterioso comprender su relación. Yo he propuesto algunas hipótesis al respecto, pero está claro que se trata de un tema muy difícil. Sin embargo, esas dificultades no debilitan los argumentos que llevan a admitir el alma y su origen sobrenatural.

M.A.—Me parece obvio que, en contra de lo que algunos siguen sosteniendo, las relaciones entre ciencia y fe son, bajo distintos aspectos, de cooperación, y que no hay conflictos reales entre ellas. Me gustaría que expresara su punto de vista al respecto, como científico y como creyente que admite muchas tesis evolucionistas.

J.E.—He tenido ocasión de estar varias veces con el Papa Juan Pablo II, en una reunión con Premios Nobel y en otro encuentro con científicos. Tiene razón cuando dice que la ciencia y la religión no pueden contradecirse. Además, ¿no es una labor profundamente cristiana investigar la naturaleza creada por Dios? En el caso de Galileo, todos reconocen que hubo errores por ambas partes, que nadie desea repetir. Respecto al evolucionismo, ya Pío XII declaró que la Iglesia no se opone al estudio del origen del cuerpo humano; lo que sostiene es que Dios crea individualmente el alma de cada hombre, y a esto la ciencia no se puede oponer. Y esa es la base de la maravilla de ser hombre.

M.A.—Como sucede con no pocos científicos de primera fila, usted se muestra siempre muy interesado por el impacto social de la ciencia. Ha escrito mucho al respecto, y parece preocupado por el impacto negativo de algunas interpretaciones que se presentan como científicas, que llevan en último término a una crisis de valores.

J.E.—Sí. Me parece que el hombre ha perdido un poco el sentido de su condición humana, como si la ciencia dijera que es sólo un insignificante ser material en la inmensidad cósmica. Pero el hombre es mucho más de lo que dice el materialismo. Y necesita un nuevo aliento para volver a encontrar la esperanza y el sentido de su vida.

DESENMASCARAR LA PSEUDO-CIENCIA

M.A.—Está claro que importa mucho desenmascarar la pseudo-ciencia en sus diversas manifestaciones, para evitar que el prestigio de la ciencia se utilice abusivamente en favor de ideologías que nada tienen que ver con ella. Hemos hablado ya de algunas de ellas. Sin embargo cabe preguntarse si la ciencia puede realizar tareas positivas en el ámbito de la existencia humana. Es evidente que lo hace en cuanto sirve de base a la técnica, pero el uso de la técnica es ambivalente, se puede utilizar para bien y para mal. ¿Se puede decir algo semejante acerca de la ciencia?

J.E.—He escrito que, de hecho, la ciencia está impregnada de valores: de carácter ético, en nuestro esfuerzo por llegar a la verdad, y de carácter estético. Si conseguimos dar a la humanidad un concepto de la ciencia como un esfuerzo humano para comprender la naturaleza y ofrecer con toda humildad nuestros afanes para conseguirlo, la ciencia merecerá ser considerada como una obra grande y noble; en otro caso, corre el peligro de convertirse en un enorme monstruo, temido y venerado por el hombre y que lleva en sí la amenaza de destruirlo.

M.A.— Vivimos una época de profundas transformaciones culturales, condicionadas en buena parte por el influyo de la ciencia. En este contexto, ¿qué podría decir respecto a los valores cristianos, tan relacionados con nuestra cultura?

J.E.—Que los valores cristianos tienen una importancia grande para conseguir que la admirable empresa humana que es la ciencia esté verdaderamente al servicio del hombre. La ciencia moderna nació en unas circunstancias favorables debidas, en buena parte, al cristianismo, que lleva a ver al mundo como obra racional de un Creador infinitamente sabio, y al hombre como criatura hecha a imagen de Dios, con una inteligencia capaz de penetrar en el orden impreso por Dios en el mundo. Esa ciencia se desarrolló gracias al trabajo y a las convicciones de científicos profundamente cristianos. La ciencia y la fe son aliadas, no enemigas. Y la fe cristiana proporciona ayudas muy valiosas para que se evite un materialismo que nada tiene que ver con la ciencia, y para que la ciencia pueda contribuir a la solución de los graves problemas que tiene planteados hoy día la humanidad.

miércoles, 5 de octubre de 2011

CRISTO, TIEMPO Y ESPACIO




Me propongo en este artículo hacer una síntesis o resumen de lo que esencialmente podemos decir de Jesucristo y su relación con el tiempo y el espacio teniendo en cuenta el magisterio reciente de la Iglesia. Considero que la reflexión teológica puede ayudar a un integración vital, en el interior de cada cristiano, de la fe de la Iglesia que profesa, de la liturgia en la que participa, de la oración que practica y su vida cotidiana.

Un hombre que carezca de fe puede sentir un gran aprecio por la figura de Jesús, comparándola con otros personajes importantes del pasado. De hecho esto le ocurre a creyentes de todas las religiones. Hay judíos, musulmanes, hindúes, budistas, etc. que manifiestan admiración por la conducta de Jesús y por sus enseñanzas; incluso le conceden un rango que roza lo divino. Otras personas agnósticas o ateas le consideran un hombre de cualidades humanas excepcionales como puedan ser su altruismo, su generosidad o su comprensión de las debilidades humanas. En todos estos casos Jesús es mirado como alguien que vivió en este mundo, desarrolló una actividad dentro de un marco geográfico y cultural determinado, murió trágicamente en tiempos de Poncio Pilato y dejó tras sí una estela de discípulos que afirmaron su existencia después de la muerte y una presencia suya invisible en medio de ellos; y así hasta nuestros días. Alguien que carezca de la fe podrá representar a Jesús de Nazareth como una persona humana que protagonizó o fue afectado por acontecimientos ya pasados. Lo que hizo o le aconteció ya no existe; sólo queda en la historia presente su memoria, el influjo de sus enseñanzas, la realidad de los creyentes cristianos. Un incrédulo difícilmente captará algo más cuando se le mencione el nombre de Jesús.

La fe, en cambio, es el conocimiento completo (en claroscuro) de la Persona y del Acontecimiento llamado Jesucristo. Es el conocimiento, otorgado por el Padre en el Espíritu, de una realidad permanente: Cristo muerto y resucitado.

Una aportación notable del nuevo Catecismo de la Iglesia católica

La experiencia pascual de los discípulos del Señor está suficientemente reflejada en los relatos bíblicos. Quizá una de las partes más sorprendentes en el Catecismo de la Iglesia Católica es la resolución con que describe una situación nueva de la corporeidad de Jesús Resucitado. Parece prescindir de muchas cautelas anteriores debidas, en mi opinión, a una concepción clásica del espacio y del tiempo muy concreta, fuera de la cual no debe situarse nada corporal. En ese espacio concebido de un modo muy concreto el cuerpo glorioso de Cristo ocupa un lugar.

El Catecismo parece prescindir de esa cosmología clásica cuando trata del cuerpo glorioso de Cristo en dos números:

Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo (non amplius in spatio et tempore possitum est), pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf Mt 28, 9.16; Lc 24, 15.36; Jn 20, 14.19.26; 21,4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf Jn 20,17)( n.645)

En su cuerpo resucitado (Cristo)pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio (ultra tempus et spatium ).(n.646)

Al describir el estado de glorificación de Cristo se atribuyó a su Cuerpo un ubi y un situ en una esfera celeste distinta de la terrestre, de modo semejante a los "cuerpos celestes", digo sólo semejante. La afirmación del Catecismo de que el Cuerpo de Cristo está ultra spatium elimina, aunque sin resolverlos, muchos problemas que se plantea la imaginación. El poder "hacerse presente donde quiere y cuando quiere" no tiene nada que ver con un movimiento local, con un cambio de ubi, ni siquiera con una percepción sensible; también hay que eliminar problemas imaginarios acerca de la compatibilidad de hacerse presente aquí o allí, simultáneamente.

Sin duda alguna es un error (que se ha dado históricamente) hablar de una omnipresencia de la Humanidad gloriosa de Cristo, de un pancristismo que trasladase a la humanidad de Cristo la presencia de inmensidad de Dios; pero pienso que también es inadecuada toda explicación que equivalga a una localización del Cuerpo glorioso de Cristo en el espacio real que conocemos por experiencia.

Ciertamente Santo Tomás parece situar al cuerpo glorioso de Cristo en un locus. Por ejemplo, al referirse a la ascensión afirma: la Ascensión es un movimiento local que no corresponde a la naturaleza divina, que es inmóvil y no localizable. Pero de esta manera le compete a Cristo según la naturaleza humana, que está circunscrita por el lugar, y puede estar sujeta al movimiento (1). Pero en esto el Aquinate pudo ser deudor inevitable de una cosmología clásica.

¿Un bloqueo imaginativo-espacial en algunos teólogos?

En la teología neo-escolástica es comúnmente aceptada la doctrina de la inhabitación de la Trinidad en el alma del justo, pero siempre entendiendo la presencia del Verbo Eterno sin ninguna referencia a la Humanidad Santísima de Cristo. Es corriente hablar de una presencia del Padre, del Verbo y del Espíritu Santo. Por una cosmología clásica implícita también era habitual entender y explicar que en la recepción sacramental de la Eucaristía durante unos minutos se daba una especial presencia de la Humanidad Santísima de Cristo en el comulgante y que, una vez corrompidas las especies eucarísticas, esa presencia de la Humanidad Santísima de Cristo cesaba, permaneciendo en el alma sólo el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo.

Lo que aquí se señala como el bloqueo espacio-temporal de la teología medieval es consecuencia de una lectura literalista de la Sagrada Escritura en todo lo referente a la ubicación de los misterios de la Revelación divina al hombre y de la Redención humana realizada por el Padre a través del Hijo en el Espíritu Santo, mediante La Encarnación y el Misterio Pascual de Cristo. Cuando Dios habla al hombre emplea la lengua del hombre en la que está incluida la visión que el hombre tiene del universo. Como afirmaba San Agustín "Dios no nos ha querido descifrar el enigma de las estrellas sino cómo se va al Cielo" .Cuesta mucho trabajo (y se requiere una prudencia grande) distinguir entre lo que es el mensaje divino y su soporte lingüistico-cultural. Eso es tarea de toda la Iglesia, a través del tiempo, en un proceso enriquecedor, guiado por el Espíritu Santo, De este modo describe la Const. Dei Verbum el progreso en la inteligencia de la fe:

" Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido, amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido de palabra o por escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado una vez para siempre. Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.

Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios (2)."

Una prudente desespacialización de los misterios

Basta leer con atención los términos en los que el Magisterio de la Iglesia se expresa en tiempos recientes para advertir un proceso lento y cauto en el cual se procuran separar los contenidos esenciales de la fe de una estructura espacial que pertenece a la Escritura, que forma parte de la cultura histórica humana y que debe respetarse siempre como vehículo o armazón querido por Dios mismo en su Revelación al hombre. Me refiero a la Tierra, el Cielo, el Infierno (entendido como el estrato inferior del cosmos), a Descender, a Subir, a la Derecha, a la Izquierda, etc.

Es interesante el modo en el Catecismo describe los Novísimos, añadiendo a las formas dogmáticas conocidas una propuesta del misterio con abstracción del espacio; es decir, sin situar el Cielo o el Infierno en el espacio euclídeo como sitios " a los que se va" . Veamos por ejemplo, el Cielo: "Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" . El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (3)." Hay más momentos del magisterio reciente en los que se advierte ese proceso (4).

Este proceso ha de ser sumamente prudente. El Papa ha aludido a la necesidad de llevar a cabo esta tarea con cautela. También a propósito de la escatología intermedia un documento de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe advertía hace unos años de la conveniencia de respetar la simbología bíblica, por ejemplo "el fuego". La palabra divinamente inspirada no puede ser sustituida por ninguna otra que tenga el mismo rango. Ciertamente hay una "condescendencia divina" cuando Dios se revela a través de una cultura, una época, una lengua, a través de unos autores concretos que no eran autómatas sino instrumentos vivos. Bajo la guía del Magisterio esa misma Escritura es leída en la Iglesia a la luz del mismo Espíritu que la hizo nacer. Parte de la inteligencia de la Palabra de Dios consiste en captar la mediación humana y saber valorar su transitoriedad; pero al mismo tiempo hay que aceptar que hay razones para nosotros desconocidas por las que Dios escogió precisamente esas mediaciones y no otras. En la Revelación divina al hombre está implícita una cierta representación espacio-temporal del Universo que es bien conocida. En nuestro mundo actual nos representamos al cosmos material de un modo algo distinto. En la Biblia no hay una autocrítica a aquel soporte representativo del espacio y del tiempo que estaba en la mente de hagiógrafos y de lectores y en el que sitúan los acontecimientos salvíficos.. Sí, en cambio, hay una crítica, con frecuencia mordaz, a los mitos de culturas circunstantes. Como dijo San Agustín Dios no quiso enseñarnos la verdad acerca de las estrellas del cielo sino cómo ir al cielo.

La lectura fundamentalista o literalista a ultranza de la Biblia llevaría a incluir como contenido de la Revelación lo que es mediación humana, lo que son presupuestos mentales o imaginarios de una cultura concreta. La Iglesia no hace esa lectura de la Biblia (5) pero conserva con clarividencia el lenguaje bíblico y sus imágenes con un respeto profundo al modo preciso en que Dios quiso comunicarse con el hombre. Si en cualquier aspecto posterior en la vida de la Iglesia hemos de ver los designios de la Providencia divina (6), esa misma Providencia divina ha de venerarse con especial temor cuando se trata de la Escritura Sagrada.

Es legítima esa coperación entre la fe y la razón, argumento básico de la Encíclica Fides et ratio. Sin cambiar la substancia de la fe, ésta puede ser traducida a contextos culturales nuevos. En concreto, en este aspecto de la Revelación estrechamente ligada a una preconcepción del tiempo y del espacio cabe el intento que el mismo Magisterio hace de traducir el núcleo de la fe a categorías en las que nociones espaciales tradicionales son puestas entre paréntesis, como no esenciales a la misma fe. Me refiero a nociones como "arriba", "abajo", "cielo " (en el sentido de cielo empíreo), "infierno" (en el sentido de zona subterránea), "subir", "descender", etc. Hay aspectos del misterio cristiano que están ligados en su experiencia primaria a esas dimensiones : El Verbo Eterno "descendió" a este mundo por la Encarnación, Cristo después de muerto "descendió a los infiernos", resucitó de "entre los muertos", "subió a lo cielos", "está sentado a la derecha" de Dios Padre, "vendrá desde lo alto" a este mundo en la Parusía.

Hay todo un lenguaje en el Catecismo (y más quizá en las catequesis del Papa) en el que esos núcleos esenciales de la fe son propuestos de un modo supraespacial. Pero, al mismo tiempo, se hacen convivir esas propuestas digamos más actuales con las fórmulas de los símbolos de fe más antiguos y con el lenguaje inmediato de la Biblia. No se pretende hacer un hiatus. En el terreno de la doctrina o exposición de la fe ha habido siempre (y debe haberlo siempre) una especie de horror vacui, un instinto de sano temor a romper una continuidad dentro de la inevitable progresión de la fides quaerens intellectum y del intellectus quaerens fidem. En todo caso, siempre hay que retornar a las fuentes, cerciorarse de la fe de los Padres, aquilatar mejor el sentido de la Escritura Santa. Por todo ello, es válido el intento prudente y humilde de dar cuenta de la ratio theologica de cada tiempo, sin dejar de venerar la fe plasmada en lenguajes culturales más antiguos.

Hay que señalar, además, los profundos estudios realizados por algunos que evidencian un algo esencial escrito en la propia corporeidad humana que da a algunas referencias espaciales (superior, inferior, arriba, abajo, delante, detrás, etc) un significado cercano y permanente que transciende toda idea o representación del cosmos.

El mismo Jesucristo se expresó muchas veces en un lenguaje corporal muy preciso: levantaba los ojos al cielo para dirigirse al Padre (7). El mismo dijo: "nadie asciende al cielo sino aquel que desciende .del cielo" (Jn 3,13). Su misma Ascención es descrita del modo más sucinto por Lucas como elevación "hasta que una nube le ocultó" (Lc 1,9). Sería tema de un estudio específico el lenguaje espacial de todo el Nuevo Testamento. Pero también lo sería la selección atenta de pasajes donde el espacio desparece para ser sustituido por el sintagma "en el Espíritu". Nos bastarán dos pasajes del Evangelio.

En el diálogo con la samaritana, ante la pregunta de la mujer acerca del "dónde" ha de ser adorado Dios, buscando una localización precisa (¿Jerusalén o el monte Garizim?), Jesús revela la nueva situación que El ha traído al mundo:"llega la hora en que ni a ese monte ni a Jerusalén está vinculada la adoración al Padre....llega la hora, y es ésta, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre quiere que sean tales los que le adoren"(Jn 4,21-24). La lectura comúnmente aceptada de "en espíritu y en verdad" es la de "en el Espíritu Santo y en Cristo".

En Lc 17,20-21 también es interrogado Jesús por unos fariseos acerca de la visibilidad externa del Reino en este mundo. La repuesta de Jesús es: "no viene el Reino con ostentación, ni dirán: aquí está, o allí; antes bien, el Reino está dentro de vosotros".La realidad sobrenatural que Cristo inaugura con su presencia escapa a la localización precisa, es una realidad interior, allí donde actúa de modo inmediato el Espíritu Santo.

La larga confidencia de Jesús con los Apóstoles en el Evangelio de San Juan (Jn 13,31-17,25) transciende el espacio y, en muchos aspectos, el tiempo lineal: "me iré y volveré", "voy a prepararos lugar", "allí donde yo esté estaréis vosotros conmigo", "en aquel día conoceréis vosotros que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros", etc. No podemos detenernos, dentro del modesto intento de este trabajo, en todos los textos neotestamentarios en que el Misterio de Cristo es presentado como un misterio de comunicación y de comunión entre las Personas divinas y las personas humanas redimidas.

La salvación otorgada por Dios al hombre es salvación del alma, del cuerpo y del mundo realizada a través del Verbo hecho carne. La Redención es también redención del cuerpo, por la que suspiramos con San Pablo (8). Por tanto está muy lejos de nuestra intención acentuar una dimensión tan "espiritualista" de la realidad cristiana que pudiera equivaler a una transformación en ángeles. El Señor lo dejó bien claro en su refutación de los saduceos: "los llamados a formar parte del siglo futuro ni ellos tomarán esposa ni ellas tomarán marido"(9). Será un mundo de hombres y mujeres transformados por la acción del Espíritu Santo , pero no volatilizados o mutados en otra especie. Por tanto en todo nuestro trato con Dios y en nuestra referencia a El estamos obligados a respetar la lógica de la Encarnación, por la que el hombre es reafirmado definitivamente como tal hombre (10). Por eso mismo tiene mucha importancia en la celebración litúrgica el espacio, el tiempo, las posturas, los gestos, lo tangible y lo vivencial humano. Allí donde y cuando más de cerca comunicamos con la Liturgia celestial, donde y cuando más se actualiza la Obra de la Redención, nos expresamos de un modo corporal humano y santificado. Todas las consideraciones que forman la trama de este trabajo no deben alejarnos de la imaginación , por decir así, común. Y el sacerdote cuando recita en la Santa Misa la Plegaria I o Canon Romano, sabrá vivir con piedad sincera la indicación de "elevar los ojos a lo alto" cuando pronuncia las palabras del Señor inmediatamente antes de la consagración, "El cual, levantando los ojos al cielo, hacia Ti, Dios, Padre suyo todopoderoso...".

Los acta et passa Christi

Cristo acontecimiento

Cristo glorioso lleva consigo su propia historia vivida en el tiempo incorporada a la eternidad. Él es quien muestra sus llagas al Apóstol Tomás, Él es "Cordero degollado puesto en pie". Como recita el Prefacio Pascual III, "inmolado, ya no vuelve a morir; sacrificado vive para siempre". En Cristo resucitado la Persona Eterna del Verbo hace que participen de la eternidad los Acontecimientos redentores: Jesucristo el Justo intercede siempre por nosotros y nos reconcilia con el Padre, es nuestro Abogado permanente. En Él están todos los tiempos, los asume y los condensa. Repitiendo palabras del Catecismo: Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en Cristo Jesús (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). Por lo demás, esta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios (ibid. 3,18,7; cf. 2, 22, 4) (CCE, 518).

La enseñanza del Catecismo

Todo cuanto hizo o aconteció a Jesucristo en su paso por la tierra, aun siendo acontecimientos y hechos históricos, participa, a la vez, de la eternidad. Esta afirmación del Catecismo es importante para lo que se pretende mostrar a lo largo de este trabajo.

La "participación en la eternidad" es un tema tratado por Santo Tomás en varios lugares (11). La eternidad como tal sólo se puede predicar de Dios: sólo en Dios se da la interminabilitas perfecta; en las criaturas sólo se puede dar el tiempo o la eviternidad. El caso de los ángeles y de los bienaventurados es el caso de criaturas en las que el esse es finito y distinto del recipiente en que es recibido, pero la potencialidad ha sido "colmada", ha sido actualizada de modo tan completo que no queda en ellos ninguna potencialidad respecto a otros actos, por lo cual viven de un modo interminable (in aevo), pero no indeterminado sino determinado, por tanto "participan de la eternidad" sin ser la eternidad misma que sólo conviene a Dios (12). Quiero subrayar la expresión tomista quaedam aeternitatis participatio, porque coincide con la frase del Catecismo : "Durante su vida terrestre Jesús anunciaba con su enseñanza y anticipaba con sus actos el misterio pascual. Cuando llegó su Hora (cf Jn 13,1; 17,1), vivió el único acontecimiento de la historia que no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6,10; Hb 7,27; 9,12). Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida." (13).

Fijemos nuestra atención en esta frase: "todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente". Podemos encontrar esa misma idea encerrada en otro punto del Catecismo que, por su importancia, citamos por extenso: "Toda la riqueza de Cristo "es para todo hombre y constituye el bien de cada uno" (RH 11). Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros, desde su Encarnación "por nosotros los hombres y por nuestra salvación" hasta su muerte "por nuestros pecados" (1 Co 15, 3) y en su Resurrección para nuestra justificación (Rom 4,25). Todavía ahora, es "nuestro abogado cerca del Padre" (1 Jn 2, 1), "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7, 25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24) (14). Acotamos esta frase: " Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece presente para siempre...". Aunque se suela referir ese carácter histórico y, a la vez, partícipe de la eternidad, al Misterio Pascual de Cristo, en realidad es extensible a todo el tramo de temporalidad que va desde la Encarnación hasta la Resurrección. El Misterio Pascual es como un "concentrado" vital y espiritual de todo el paso del Verbo Encarnado por este mundo y su historia. Y si consideramos la historia en su conjunto llegamos a la misma conclusión expresada sí por J. Ferrer: "Todo lo acontecido en la historia anterior es mero despliegue del acontecimiento Cristo en el Espíritu, bien por anticipación –antes de su venida- bien por derivación de su plenitud desbordante"(15).

Una razón teológica que puede ilustrar la doctrina aquí expuesta puede ser la siguiente. Cristo fue en su vida terrena simul viator et comprehensor. En al ápice de su alma gozaba de la visión beatífica, "desde el primer instante de su concepción" (como recordó Pío XII, en su Encíclica Mystici Corporis Christi). Por lo menos, hay que atribuir a Cristo en su vida terrena la condición eviterna de los bienaventurados. Si a esto añadimos, que en Él la gracia es capital, que Jesús es el único en quien reside la gracia ofrecida a todos, no es difícil suponer que en cada instante de tiempo, en cada acto suyo, durante su curso terreno, pudo (y, por ende, puede) alcanzar a todas las almas, en todo tiempo..

Desde la Humanidad Santísima de Cristo recibimos gracia sobre gracia. Me parece que puede afirmarse que nuestra visión beatífica será una participación de la ciencia beatífica de Cristo porque su mediación es permanente (16).

La posibilidad de nuestra comunión con los misterios de Cristo

Comunión es "mutua interioridad" entre personas, lo cual implica presencia de persona(s) en persona(s), inmanencia recíproca. La fe nos abre a la posibilidad de una comunión con Cristo, con Cristo en su totalidad y con Cristo en cada misterio de su vida. Desde al aquí y ahora de mi realidad personal es posible un acceso, en el Espíritu, al allí y entonces de Cristo, porque el allí y entonces de Cristo participa de la eternidad del Verbo (17) .

Esta es una de las maravillas de la realidad sobrenatural: la posibilidad de vivir en Cristo por la acción del Espíritu Santo todos y cada uno de sus momentos, manteniéndose siempre la alteridad personal entre la Persona del Verbo Encarnado y la persona del cristiano (18). Esa posibilidad se puede expresar desde otra óptica: que Cristo pueda vivir sus momentos ("trasladados" a la eternidad) en el cristiano (19). Sería una simplificación falsa atribuir esa posibilidad a la sola imaginación, pues ésta nada podría en el orden sobrenatural si no estuviera actuando el Espíritu Santo que recuerda a la inteligencia la regula fidei, marco seguro dentro del cual la voluntad puede mover a la imaginación. Después, los resultados no son únicamente "cosa humana" (20).

La posibilidad de una comunicación con las Personas del Padre y del Hijo la origina en el alma cristiana el mismo Espíritu Santo. El Paráclito es llamado por Santo Tomás nexus vel vinculum (21). con lo cual conecta con toda la Patrística. En primer lugar lo es respecto al Padre y al Hijo, pero también lo es entre personas humanas (fieles en estado de gracia) y la Trinidad, y por ende, también lo es entre los mismos fieles:" el bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios, nos une a Jesucristo y nos unge en el Espíritu Santo: no es un mero sello de la conversión, como un signo exterior que la demuestra y la certifica, sino que es un sacramento que significa y lleva a cabo este nuevo nacimiento por el Espíritu; instaura vínculos reales e inseparables con la Trinidad; hace miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia"(22).Lo propio de un nexo es anexionar, conectar, conexionar, crear redes.

Por tanto hay una categoría sobrenatural que podría llamarse "en el Espíritu" que excede totalmente el espacio clásico en que sólo se dan cuerpos simultáneos en un mismo tiempo e impenetrables entre sí. Ya en el orden natural es difícil situar en ese mundo de espacio-tiempo la realidad de las personas, de las mismas personas humanas. Sólo sería posible hacerlo si reducimos la noción de persona al solo cuerpo humano. Si , además, aceptamos el mundo de lo sobrenatural, conocido por la fe, la categoría "en el Espíritu" es como un universo en el que están interconexionadas con Cristo una multitud de personas distantes en el tiempo y en el espacio, de un modo "espiritual" (es decir "en el Espíritu") y, a través de Cristo, con Dios Padre. Esa realidad es "espiritual" en sentido estrictísimo, es decir , realidad originada por el Espíritu Santo , Nexo o Vínculo Substancial entre el Padre y el Hijo que incluye también, de un modo participado, a una multitud de personas redimidas por Cristo. La doctrina de San Agustín es muy rica es esta consideración de la realidad "espiritual" de la Iglesia a través de los siglos: "Mirando a la Iglesia, Cuerpo de Cristo y vivificada por el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, Agustín desarrolló en diversas maneras una noción acerca de la cual el reciente Concilio ha tratado con particular interés: la Iglesia comunión . Habla de ella de tres modos diversos, pero convergentes: la comunión de los sacramentos o realidad institucional fundada por Cristo sobre el fundamento de los Apóstoles, de la cual discute ampliamente en la controversia donatista, defendiendo su unidad, universalidad, apostolicidad y santidad , y demostrando que tiene por centro la "Sede de Pedro", "en la que siempre estuvo vigente el primado de la Cátedra Apostólica" ; la comunión de los santos o realidad espiritual , que une a todos los justos desde Abel hasta la consumación de los siglos ; la comunión de los bienaventurados o realidad escatológica, que congrega a cuantos han conseguido la salvación, es decir, a la Iglesia "sin mancha ni arruga" (Ef 5, 27) (23) .

Al decir "espiritual en sentido estrictísimo " queremos destacar ese adjetivo respecto a lo espiritual en sentido estricto que serían las substancias inmateriales como los ángeles, o las almas. En su acepción amplia lo "espiritual" para mucha gente es sinónimo de imaginario, emotivo, etc. siempre contrapuesto a "real". Cuando afirmamos que hay un sentido estrictísimo de "espiritual (lo originado por acción del Espíritu Santo) no sólo no se opone este adjetivo a "lo real", sino que queremos significar con ello una realidad superlativa, es decir una acción divina sobre la criatura que excede al mero dar y conservar su ser finito; lo supone, lo reafirma y lo intensifica de un modo nuevo, es decir, sobrenatural.

La categoría "en el Espíritu" está presidida de un modo universal por la Humanidad Santísima de Cristo, obra maestra del Espíritu Santo y, a la vez, Fuente de donde mana el Agua del Espíritu Santo.

En un orden ciertamente subordinado y participado, María es Madre universal en el orden de la gracia. El Concilio Vaticano II sintetiza felizmente la relación indivisible de María Santísima con Cristo y con la Iglesia: «Por no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos que los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, "perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste", y que también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu que ya en la Anunciación la había cubierto con su sombra»." Con esta expresión el texto del Concilio une entre sí los dos momentos, en los que la maternidad de María está más estrechamente unida a la obra del Espíritu Santo: primero, el momento de la Encarnación; y luego, el del nacimiento de la Iglesia en el Cenáculo de Jerusalén" (24).
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Jorge Salinas,
Doctor en Teología,
director de www.theologoumena.com, página de Teología especulativa.

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Notas:

1- Tum etiam quia ascensio est motus localis, qui divinae naturae non competit quae est immobilis et inlocalis. Sed per hunc modum ascensio competit Christo secundum humanam naturam, quae continetur loco, et motui subiici potest" (STH III, q.57, a.2, in c.).

2- Conc. Vaticano II: Const Dei Verbum, n. 8).

3- CCE n. 1024

4- Podemos comprobar el mismo modo "desespacializador" de los siguientes puntos del Catecismo:

n.1025: Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):

Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).

n. 1026: Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.

n. 1027: Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).

Para el Infierno se dice:

n. 1033: Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn 3, 15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

En la exposición del Misterio de la Ascensión del Señor, se citan los textos bíblicos, por el contenido del misterio es ofrecido fuera de un contexto espacial euclídeo:

n. 659: La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1). Sólo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo "como un abortivo" (1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a éste en apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).

n. 668: Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.

La Sessio ad Dexteram Patris también está propuesta de un modo no espacial:

n. 664: Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: "A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás" (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del "Reino que no tendrá fin" (Símbolo de Nicea-Constantinopla).

5- Cf. el documento "La interpretación de la Sagrada Escritura en la Iglesia" de la Pontificia Comisión Bíblica

6- Ninguna circunstancia por mínima que sea escapa a la Providencia divina. En el mismo desarrollo de la Iglesia a lo largo del espacio y del tiempo hay realidades que son contingentes y que no pertenecen a la substancia del Misterio, pero si se han dado esas realidades o en ellas se ha inculturado la fe y la vida cristiana, detrás de ello ha habido un designio de la Providencia, que hemos de escrutar con humildad, sin despreciar nada, incluso aquellos errores de los que ahora podemos aprender. En la Encíclica Fides et Ratio se habla de esa presencia de la Providencia divina en el curso histórico de la Iglesia: Corresponde a los cristianos de hoy, sobre todo a los de la India, sacar de este rico patrimonio los elementos compatibles con su fe de modo que enriquezcan el pensamiento cristiano. Para esta obra de discernimiento, que encuentra su inspiración en la Declaración conciliar Nostra aetate, tendrán en cuenta varios criterios. El primero es el de la universalidad del espíritu humano, cuyas exigencias fundamentales son idénticas en las culturas más diversas. El segundo, derivado del primero, consiste en que cuando la Iglesia entra en contacto con grandes culturas a las que anteriormente no había llegado, no puede olvidar lo que ha adquirido en la inculturación en el pensamiento grecolatino. Rechazar esta herencia sería ir en contra del designio providencial de Dios, que conduce su Iglesia por los caminos del tiempo y de la historia. Este criterio, además, vale para la Iglesia de cada época, también para la del mañana, que se sentirá enriquecida por los logros alcanzados en el actual contacto con las culturas orientales y encontrará en este patrimonio nuevas indicaciones para entrar en diálogo fructuoso con las culturas que la humanidad hará florecer en su camino hacia el futuro. En tercer lugar, hay que evitar confundir la legítima reivindicación de lo específico y original del pensamiento indio con la idea de que una tradición cultural deba encerrarse en su diferencia y afirmarse en su oposición a otras tradiciones, lo cual es contrario a la naturaleza misma del espíritu humano. (Enc. Fides et Ratio, n. 72).

7- cf. Mt 14,19; Mc 6,41; 7,34; Lc 9,16; 18,3; Jn 3,13; 17,1 entre otros.

8- Rm 8,23

9- Lc 20,35.

10- A través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimensión que quería dar al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva -de modo peculiar a él solo, según su eterno amor y su misericordia, con toda la libertad divina- y a la vez con una magnificencia que, frente al pecado original y a toda la historia de los pecados de la humanidad, frente a los errores del entendimiento, de la voluntad y del corazón humano, nos permite repetir con estupor las palabras de la Sagrada Liturgia: "¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!" (Juan Pablo II: Encíclica Redemptor hominis, n.1).

11- Como muestra nos basta una primera cita: "interminabilitas quae excludit omnem imperfectionem, non communicatur alicui creaturae, cum nulla creatura possit esse perfecta simpliciter; sed communicatur sibi perfectio quaedam, scilicet quam nota est creatura attingere, ut sit perfecta secundum suam naturam: et sic La cita de Santo Tomás sigue de esta manera: ex hoc potest colligi differentia inter aeternitatem, aevum et tempus. illud enim quod habet potentiam non recipientem actum totum simul, mensuratur tempore: hujusmodi enim habet esse terminatum et quantum ad modum participandi, quia esse recipitur in aliqua potentia, et non est absolutum quantum ad partes durationis. illud autem quod habet potentiam differentem ab actu, sed quae totum actum simul suscipiat, mensuratur aevo: hoc enim non habet nisi unum modum terminationis, scilicet quia esse ejus est receptum in alio a se, ut dictum est, hac dist., quaest. 1, art. 1. illud vero quod non habet potentiam differentem ab esse mensuratur aeternitate; hujusmodi enim esse est omni modo interminatum. unde patet etiam quod aevum non est nisi quaedam aeternitas participata." angeli et homines beati sunt perfecti, quia totum habent id ad quod eorum natura capax est".

12- La cita de Santo Tomás sigue de esta manera: ex hoc potest colligi differentia inter aeternitatem, aevum et tempus. illud enim quod habet potentiam non recipientem actum totum simul, mensuratur tempore: hujusmodi enim habet esse terminatum et quantum ad modum participandi, quia esse recipitur in aliqua potentia, et non est absolutum quantum ad partes durationis. illud autem quod habet potentiam differentem ab actu, sed quae totum actum simul suscipiat, mensuratur aevo: hoc enim non habet nisi unum modum terminationis, scilicet quia esse ejus est receptum in alio a se, ut dictum est, hac dist., quaest. 1, art. 1. illud vero quod non habet potentiam differentem ab esse mensuratur aeternitate; hujusmodi enim esse est omni modo interminatum. unde patet etiam quod aevum non est nisi quaedam aeternitas participata." angeli et homines beati sunt perfecti, quia totum habent id ad quod eorum natura capax est".

13- CCE n. 1085

14- CCE n. 519

15- fc. o. cit., p. 447.

16- Así me parece entender este texto que pertenece al entorno de Santo Tomás : dei vident, aliqui plures effectus vel rationes divinorum operum in ipso Deo conspiciunt, qua alii qui minus clare vident: et secundum hoc inferiores angeli superioribus illuminantur secundum dionysium. anima ergo Christi summam perfectionem visionis divinae obtinens, inter ceteras creaturas omnia opera divina et rationes ipsorum quaecumque sunt, erunt, vel fuerunt, in ipso Deo plene intuetur, ut non solum homines, sed etiam supremos angelos illuminet: et ideo dicit apostolus ad coloss. 2, quod in ipso sunt omnes thesauri sapientiae et scientiae absconditi: et hebr. 4: omnia autem nuda et aperta sunt oculis ejus; nulli enim intellectui glorificato deest, quin cognoscat in verbo omnia quae ad ipsum spectant.

17- La meditación hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo. La oración cristiana se aplica preferentemente a meditar "los misterios de Cristo", como en la "lectio divina" o en el Rosario. Esta forma de reflexión orante es de gran valor, pero la oración cristiana debe ir más lejos: hacia el conocimiento del amor del Señor Jesús, a la unión con El. (CCE, n. 2708)

18- En una homilía comentaba el Beato Josemaría: " Considerad unos instantes el hecho que acabo de mencionar. Celebramos la Sagrada Eucaristía, el sacrificio sacramental del Cuerpo y de la Sangre del Señor, ese misterio de fe que anuda en sí todos los misterios del Cristianismo. Celebramos, por tanto, la acción más sagrada y trascendente que los hombres, por la gracia de Dios, podemos realizar en esta vida: comulgar con el Cuerpo y la Sangre del Señor viene a ser, en cierto sentido, como desligarnos de nuestras ataduras de tierra y de tiempo, para estar ya con Dios en el Cielo, donde Cristo mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos y donde no habrá muerte, ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el mundo viejo ya habrá terminado." (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, n. 113)

19- Dice el Catecismo: Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre"(GS 22, 2). Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con él; nos hace comulgar en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que él vivió en su carne por nosotros y como modelo nuestro: Debemos continuar y cumplir en nosotros los estados y Misterios de Jesús, y pedirle con frecuencia que los realice y lleve a plenitud en nosotros y en toda su Iglesia ... Porque el Hijo de Dios tiene el designio de hacer participar y de extender y continuar sus Misterios en nosotros y en toda su Iglesia por las gracias que él quiere comunicarnos y por los efectos que quiere obrar en nosotros gracias a estos Misterios. Y por este medio quiere cumplirlos en nosotros (S. Juan Eudes, regn,) (CCE, n. 521)

20- El Beato Josemaría fue un maestro en el arte de divulgar, con sentido práctico, modos sencillos y profundos de meditar los misterios de Cristo: No estorbes la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con Él, los insultos, y los salivazos, y los bofetones..., y las espinas, y el peso de la cruz..., y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en desamparo...

Y métete en el costado abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su llagado Corazón. (Camino, 58)

21- ut augustinus dicit in VIII de trinitate: duo autem mutuo se amantes, sunt Pater et Filius; amor autem qui est eorum nexus est Spiritus Sanctus. sunt ergo tres personae in divinis. (De potentia q. 9, a. 9, c. 4)

22- Juan Pablo II: Enc. Redemptoris missio, n. 47

23- Carta Agustinum Hipponensis, n 3. Léase también en el mismo documento:" Otra verdad fundamental es la del Espíritu Santo, alma del Cuerpo místico -"lo que es el alma para el cuerpo, eso mismo es el Espíritu Santo para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia" , del Espíritu Santo principio de la comunión que une a los fieles entre sí y con la Trinidad. De hecho "el Padre y el Hijo han querido que nosotros entráramos en comunión entre nosotros mismos y con Ellos por medio de Aquél que es común a ambos, y nos han recogido en la unidad mediante el único don que tienen en común, esto es, por medio del Espíritu Santo, Dios y Don de Dios" . Por ello escribe en el mismo lugar: "La comunión de la unidad de la Iglesia o la societas unitatis, fuera de la cual no se da perdón de los pecados, es la obra propia del Espíritu Santo, con quien obran conjuntamente el Padre y el Hijo, dado que en cierto modo el mismo Espíritu Santo es el elemento unificante y la societas que une al Padre y al Hijo" .(ibidem, n.3)

24- Juan Pablo II: Carta A Concilio Constantinopolitano I, n. 8.