lunes, 30 de abril de 2012

LA TRIPLE ACTIVIDAD VITAL HUMANA





                       Para distinguir con claridad las tres dimensiones de la vida propiamente humana: teoría, praxis y poiesis, es muy conveniente precisar la diferencia que hay en el obrar humano entre las operaciones perfectas llamadas “acciones” y las imperfectas llamadas “producciones”.  Veamos a continuación dos textos clásicos, el primero de Aristóteles y el segundo de Santo Tomás de Aquino.    

                       “De las acciones que tienen límite (término) ninguna es fin, sino que todas están subordinadas al fin; por ejemplo del adelgazar es fin la delgadez, y el cuerpo mientras así adelgaza está en movimiento. No existiendo todavía aquellas cosas (el término de la operación) a cuya consecución se ordena el movimiento estos procesos no son una acción o al menos no una acción perfecta. Acción es aquella en la que se da el fin. Por ejemplo, uno ve y al mismo tiempo ha visto, piensa y ha pensado, entiende y ha entendido. Pero no aprende y ha aprendido, ni se cura y está curado. Uno vive bien y al mismo tiempo ha vivido bien, es feliz y ha sido feliz. Y si no, sería preciso que en algún momento dado cesara, como cuando adelgaza; pero ahora no, sino que vive y ha vivido. Así pues, de estos procesos (operaciones) unos pueden ser llamados “movimientos” y otros “actos”. Pues todo movimiento es imperfecto, así el adelgazar, el aprender, el caminar, el edificar. Estos son en efecto movimientos y por tanto imperfectos, pues uno no camina y al mismo tiempo llega, ni edifica y termina de edificar, ni se mueve y ha llegado al término del movimiento, sino que son cosas distintas. En cambio ver y haber visto es lo mismo, y pensar y haber pensado. A esto último llamo acto y a lo anterior movimiento” (Aristóteles, Metafísica, IX, 6).

                       “Como dice Aristóteles hay dos clases de acciones: unas que pasan a materia exterior, como las de calentar o cortar; y otras que permanecen en el agente, como las de entender, querer y sentir. La diferencia entre unas y otras consiste en que las primeras nos son perfecciones del que las ejecuta sino de lo que las recibe, y las segundas son perfecciones del agente. Por lo cual, en virtud de la semejanza que hay entre el movimiento como acto del móvil y el segundo grupo de acciones como actos del operante, se llama a estos movimientos del agente, no obstante que el movimiento sea acto de lo imperfecto, esto es, de lo que está en potencia, y estas acciones sean actos de lo perfecto, o sea, de lo que está en acto” (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I, 18, 3, ad1).

                       Sobre la base de los textos citados podemos afirmar lo siguiente: Existen dos tipos de operaciones, unas perfectas llamadas “acciones” o movimientos en sentido amplio y otras imperfectas llamadas “producciones” o movimientos en sentido estricto. Las primeras (“acciones”) son acto de lo perfecto o de lo en acto, son inmanentes o intrínsecas (permanecen en el sujeto operante), en la misma operación se da el término de la operación, y perfeccionan al agente en sí mismo; por ejemplo, entender. Las segundas (“producciones”) son acto de lo imperfecto o de lo en potencia, son transeúntes o extrínsecas (pasan a materia exterior, su término esta en algo fuera del operante), en la misma operación no se da el término de la operación, y perfeccionan no al agente sino a lo hecho por el agente; por ejemplo, construir.        

                       Por otra parte, debemos distinguir en la única potencia o capacidad intelectiva humana el entendimiento especulativo y el entendimiento práctico, no como potencias o facultades distintas sino como el mismo entendimiento que conoce la verdad con finalidades distintas. Cuando el entendimiento contempla la verdad buscada por sí misma se llama “entendimiento especulativo” y cuando considera la verdad con una finalidad práctica, esto es, para dirigir la acción práctica sea moral o productiva, se llama “entendimiento práctico”.

                       Dice Santo Tomás: “El entendimiento especulativo y el práctico no son potencias distintas. Y la razón es porque, según ya hemos dicho, lo que es accidental con respecto a la formalidad del objeto al cual se refiere una potencia no diversifica esta potencia, como siendo accidental al color el que sea un hombre su sujeto, o grande o pequeño, estas diferencias no diversifican la potencia visiva que lo aprehende. Y es accidental en el objeto captado por el entendimiento (la verdad de las cosas) el que se ordene a la operación práctica. Ahora bien, en esto difieren el entendimiento especulativo y el práctico: en que el entendimiento especulativo no ordena lo que conoce a la operación sino solo a la contemplación  de la verdad y el práctico ordena lo aprehendido a la operación. Por eso dice el Filósofo que “el entendimiento especulativo difiere del práctico en el fin”. Del fin, por consiguiente, toman ambos su nombre: uno el de especulativo y otro el de práctico u operativo” (Suma Teológica I, 79, 11).

                       Finalmente, consideremos la división de la actividad vital propiamente humana formulada en el texto que sigue: “El pensamiento griego definió con precisión y riqueza significativa, a menudo perdidas posteriormente, tres dimensiones de la actividad humana, constituida en el ejercicio de su vida según la inteligencia, u orientada teleológicamente, o regulada normativamente por ella. Llamó “teoría” al acto de contemplación de la verdad, al bien propio del entendimiento que consuma su perfección en el conocimiento de la realidad en sí misma. Entendió como “praxis” el ejercicio de la vida humana constituido por las acciones en cuanto ordenadas al bien del hombre como tal, aquella dimensión por la que la vida humana se perfecciona en el recto orden al fin que llamamos su bien moral. Llamó “poiesis” al ejercicio por el hombre de una eficiencia, regulada conceptualmente, según la cual es capaz de imprimir activamente perfección estética o útil en el universo, causando así en la sucesión del proceso histórico los productos del arte y de la técnica, y transformando racionalmente en entorno cultural del hombre la misma realidad natural” (Francisco Canals, La Esencia del Conocimiento, pag. 618).

                       Relacionando lo dicho respecto de la diferencia entre “acción” y “producción”, la distinción entre “entendimiento especulativo” y “entendimiento práctico” y la división de la actividad humana en “teoría”, “praxis” y “poiesis”, podemos establecer lo siguiente: En el hombre, el entendimiento en su función especulativa es el principio próximo de su vida teorética consistente en acciones especulativas. Y el entendimiento en su función práctica es, por una parte, principio de praxis constituida por las acciones morales y, por otra, de poiesis consistente en producciones de objetos útiles o bellos.

                       Encontramos así que la vertiente práctica de la actividad humana, a la que se refiere el entendimiento práctico, está caracterizada por dos tipos de operaciones: la praxis y la poiesis. La praxis da como resultado acciones, mientras que la poiesis da como resultado obras externas o producciones. Aristóteles distingue perfectamente estas dos actividades: “Como la producción y la acción son cosas distintas, se sigue necesariamente que el arte que tiene por objeto la producción no tiene por objeto la acción” (Ética a Nicómaco, VI, 4).

                       La praxis y la poiesis se distinguen en relación al hombre por su carácter de intrinsicidad o extrinsicidad. La praxis en cuanto constituida por aquellas acciones del hombre que lo perfeccionan en orden al fin, es intrínseca al hombre mismo. La poiesis en cuanto constituida por aquellas obras externas o producciones  cuyo fin es distinto de la misma producción, y en las que se busca por tanto la perfección de lo hecho como algo distinto del hombre que lo realiza, es extrínseca al hombre. La praxis, que se refiere a la vida moral del hombre, es una acción intrínseca. La poiesis, que se refiere al arte o a la técnica es una acción extrínseca o un movimiento. Y la praxis es una acción intrínseca, pues en ella se da el fin. Dice Aristóteles: “La producción tiene un fin diferente de ella misma, la acción no lo tiene pues es el bien obrar mismo lo que es fin” (Ética a Nicómaco, VI, 5).

                       La distinción entre la praxis y la poiesis y su carácter intrínseco o extrínseco respecto del hombre aparece más clara a la luz de un ejemplo aristotélico comentado por Santo Tomás: “Porque es manifiesto que si alguien peca en el arte por propia voluntad es considerado mejor artífice que si no lo hace voluntariamente, porque entonces parecería proceder de su impericia en el arte, como se hace patente en los que hablan incongruentemente por propia voluntad. Pero en relación a la prudencia es menos ponderable el que quiere pecar que el que no quiere, igual que en las virtudes morales” (Santo Tomás, In Ethic., lec. VI, lect., 4).

                       Aristóteles señala en todas sus obras la primacía de la actividad teorética o contemplativa sobre la práctica, tanto la moral (praxis) como la productiva (poiesis). Su argumento se basa en que la teoría es actividad de la facultad más perfecta del hombre, su entendimiento. Dice: “En efecto, esta actividad es la más excelente (pues también lo es el entendimiento) entre todo lo que hay en nosotros, y entre las cosas cognoscibles las que son objeto de entendimiento” (Ética a Nicómaco, X, 7). Y Santo Tomás razona en la misma línea: “La felicidad es la mejor operación, pero la mejor de las operaciones humanas es la contemplación de la verdad. Que ello es así se hace patente de dos maneras, a partir de las cuales se aprecia la dignidad de dicha operación. De una manera de parte de la potencia que es el principio de la operación, y así es claro que esta operación es la mejor, pues el entendimiento es lo mejor de lo que hay en nosotros. De otra manera de parte del objeto que da la especie de la operación, y en este sentido también esta operación es la mejor, pues entre todas las realidades cognoscibles las inteligibles son las mejores, y principalmente las divinas” (In Ethic., X, lect. 10).                                        

                       La teoría es principio y fin de la praxis. Principio, por cuanto toda operación práctica, sea moral o productiva, es realizada por la voluntad que, como facultad ciega que es, presupone el juicio de la razón. Para que el hombre pueda ordenar sus acciones hacia el bien que perfecciona su naturaleza, es completamente necesario el conocimiento del bien en cuanto tal. Y es también fin en cuanto el fin último del hombre consiste esencialmente en el acto perfecto del entendimiento que es la contemplación amorosa de la suprema Verdad y toda otra actividad humana es medio para ello.

                       Al respecto señala el Dr. Canals: “Preguntarse pues por la ordenación respectiva de las funciones especulativa y práctica del entendimiento humano exige resolver la cuestión entre la primacía del conocimiento de la verdad en cuanto tal y la acción libre impulsada por la elección que sigue a la deliberación sobre lo elegido.

                       “Si se reconoce como definición esencial de lo práctico la del estar constituido por las acciones ordenadas al bien humano, la acción misma no podrá ser reconocida como bien y fin último. La praxis tendrá que ser reconocida como algo que tiene el bien buscado fuera de ella, más allá de la propia acción y elección voluntaria. La tesis de que “en el principio era la acción” es el mensaje nuclear de una ética en la que se consuma en el fondo el formalismo y el primado de la razón práctica, en la que no hay otro imperativo que la autorrealización por el hombre por una actividad incondicionada, no ordenada a otro fin que la propia actividad. (..) Por esto, la afirmación de la primacía de la acción excluye el reconocimiento de la ordenación de la vida del hombre a un bien no originado en la propia actividad vital, es decir, el primado de la acción a sí entendido excluye la afirmación del orden de la vida humana a un bien superior al hombre mismo.  
 
                       “La absolutización de la praxis implicada en la negación de un fin distinto de sí misma viene a ser tal vez el más profundo ejercicio de idolatría antropocéntrica, de autoadoración de lo humano como lo absoluto y divino. El sinsentido según el cual “el hombre es Dios para el hombre” no ha podido brotar sino en un contexto de falsa filosofía, cuyo núcleo es, junto con la negación de la primacía del conocimiento teorético, de la verdad y la contemplación como fin del hombre, la negación de la naturaleza personal del hombre y la autoconstitución del hombre por una acción sin fundamento ni fin” (La Esencia del Conocimiento, pag. 628-630).   


Por: Prof. Leonardo Bruna R.