viernes, 31 de enero de 2014

Hora Santa III Febrero

Hora Santa III
Febrero

Dichosa soledad del Sagrario… ¡Qué bien descansa el alma así, entre las sombras del santuario, a los pies de Jesucristo, que es la luz!
Dejemos, siquiera por un momento, el mundo de vanidades y falsías, y acerquémonos al Paraíso delicioso del Corazón Sagrado de Jesús… Él está aquí y nos llama… Roguémosle confiadamente que cierre los ojos a todas nuestras culpas y que nos abra, en esta Hora Santa, la llaga del Costado, en la que salva a los pecadores, donde santifica a los buenos y en la que endulza las amarguras de la vida y los horrores de la muerte…
(Pausa)
(Pedidle que acepte esta Hora Santa, como la plegaria de todos nuestros hogares).

(Lento)
¡El cielo interrumpió su cántico de gloria, los ángeles se estremecieron de emoción al ver llorar a Jesucristo por amor del hombre!… Ese llanto lo guardó María en esta Hostia para nosotros los amigos, los fieles que ahora le adoramos… ¡Oh, si cada lágrima de Jesús hubiera sido vencedora de un alma… si cada gemido suyo hubiera conquistado para siempre una familia! Pero todavía es tiempo para darle la posesión de esta tierra ingrata, que Él vino a redimir… La Hora Santa precipitará su triunfo.
(Hagamos, pues, violencia al Corazón abandonado del Maestro, para que apresure su reinado en el vencimiento decisivo de su amor… Hablémosle sin más demora y con toda el alma).
“Jesús amado, atraídos hacia ti por tus clamores, compadecidos por tu soledad y sedientos del advenimiento de tu reino, henos aquí, ¡oh, Divino agonizante de Getsemaní!, tristes con tu mortal tristeza, olvidados de ese mundo que te olvida, aquí nos tienes pobres de fe, enfermos de espíritu, inquietos de la vida, decepcionados de la tierra, dolientes y caídos… aquí nos tienes reclamando nuestra parte de agonía y de dolor en el dolor y la agonía de tu dulce Corazón!…”.
Ábrenos en esta Hora Santa tu herida preciosísima, a fin de confiarte en ella una esperanza y un consuelo que te alivien… ¡Ah! y mañana, con tu gracia, te daremos una gloria inmensa, en el triunfo social de tu Sagrado Corazón… ¡Apresúrate, Señor, y reina, en recuerdo de tu agonía crudelísima del Huerto!…”.
(Meditemos la soledad y las angustias de Getsemaní y del Sagrario).
Almas piadosas, penetremos en espíritu en aquel jardín tan lleno de pérfidas sombras para Jesucristo. ¡Ah!, qué convicción de fe tan consoladora nos alienta y nos alumbra. Aquél que está en la Hostia, mudo, silencioso, pero siempre agonizante y redentor, es el mismo Nazareno que desfalleció entre los olivos, al peso de angustias infinitas… Sorprendámoslo, ¿queréis?, sorprendámoslo en su agonía eucarística, pues tenemos más derecho que los ángeles.
Vedlo, está moribundo, y ¡oh dolor!, está siempre solo…
Sus enemigos fraguan un complot… Los indiferentes tienen preocupaciones de tierra y dicen que no tienen ni amor, ni tiempo para el pobre Jesucristo… Los amigos, los apóstoles de predilección, con excepción rarísima, están fatigados del combate y muchos duermen, mientras el Maestro aguarda desamparado y triste, la muerte y la traición. No así vosotros, creyentes, que estáis en esta hora compartiendo la amargura de su soledad… Endulzadla con un cántico, cuya suavidad le haga olvidar la ingratitud del hombre.
(Hagamos una solemne acción de gracias, y, todos de rodillas, bendigamos al Señor por las inagotables larguezas de su amor menospreciado).
(Lento y cortado)
Las almas. Por habernos prevenido con el don gratuito e inapreciable de la fe.


(Todos en voz alta)
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por el tesoro de la gracia y por la virtud de la esperanza en aquel cielo que es el término de los dolores de esta vida.
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por el arca salvadora de tu Iglesia, perseguida y siempre vencedora.
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por la piedad incomprensible con que perdonas toda culpa, en los sacramentos del Bautismo y de la santa Confesión.
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por las ternuras que prodigas a las almas doloridas que, sufriendo te bendicen en sus penas y en la Cruz.
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por los ardides santos de tu caridad, en la conversión maravillosa de los más empedernidos pecadores…
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por los bienes de la paz o de la prueba, de la enfermedad o la salud, de la fortuna o la pobreza, con que sabes rescatar a tantas almas…
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por los singulares beneficios a tantos ingratos, mal nacidos, que abusan de situación, de dinero y de talentos, que sólo a ti, Jesús, te deben…
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por el obsequio que nos hiciste al confiarnos el honor y la custodia de tu Madre, el Corazón de María Inmaculada…
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Por tu Eucaristía sacrosanta, por ese cautiverio y por esa compañía tuya deliciosa, prometida hasta la consumación de las edades…
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
Y en fin, por aquel inesperado Paraíso, que quisiste revelarnos en la persona de tu sierva Margarita… por el don maravilloso, incomprensible, de tu Sagrado Corazón…
Gracias infinitas a tu amable Corazón.
(Meditemos en la prisión de Jesucristo el Jueves Santo, continuada en la Santa Eucaristía).
¿Habéis pensado alguna vez en esta frase, insondable en el misterio de caridad que entraña: “Jesús cautivo, Jesús encarcelado por amor en el Sagrario”? Miradle a través de esa reja; tras de aquellos muros del tabernáculo, está Jesucristo prisionero, vencido por su propio Corazón… Así, hace veinte siglos, el Jueves Santo, por la noche, se dejó conducir maniatado, del huerto de la agonía a la prisión en que le arrojó el inicuo juez… Y esa noche afrentosa, horrenda en la soledad y desamparo del Maestro, y lejos, muy lejos de todos los que Él amaba, se prolonga en todos los Sagrarios de la tierra…
La blasfemia, la negación, la indiferencia, la impureza, la soberbia, el sacrilegio… todo ese clamoreo deicida, todo ese torrente de fango y de ignominia, tiene el triste privilegio de llegar hasta sus plantas, de subir hasta su rostro y profanarlo como el beso del traidor… ¡Y Jesucristo no se va!… ¡Es el Cautivo del amor, su Corazón le ha traicionado! ¡Está ahí, envuelto en el ultraje humano…; está ahí, sentado en al banquillo de los reos… tiene un gran delito: haber amado con pasión de Dios, al hombre!… ¡Vedlo, así le paga éste… con olvido y soledad!…
Las almas. ¡Oh, amabilísimo Cautivo!, encadena también estas almas, que quieren compartir la soledad de tu prisión… te piden que su cautividad, como la tuya, sea eterna… y te suplican para ello que les des por cárcel, en la vida y en la muerte, el abismo insondable de tu Costado herido. ¡Sí, arrójanos en él a todos, como rehenes por los grandes pecadores, por aquéllos que reniegan de tu altar y blasfeman de tu Cruz!… Queremos que se salven para ti, y por la gloria de tu nombre… ¡Redímelos, Jesús Sacramentado, cabalmente a ellos, los verdugos de este Gólgota, en que vives perdonando sus ofensas!…
Divino Salvador de las almas, cubierto de turbación me postro en tu presencia, y dirigiendo mi vista al solitario tabernáculo, siento oprimido el corazón, al ver el olvido en que te tienen relegado tantos de los redimidos… Pero, ya que con tanta condescendencia, permites que, en esta Hora Santa, una mis lágrimas a las que vertió tu humilde Corazón, te ruego, Jesús, por aquellos que no ruegan, te bendigo por aquellos que te maldicen y con todo el ardor de mi alma, te alabo y adoro con esta gran plegaria, en todos los Sagrarios de la tierra.
Aceptad, Señor, el grito de expiación que un sincero pesar arranca de nuestras almas afligidas: ellas te piden piedad.
Por mis pecados, por los de mis padres, hermanos y amigos.
(Todos en voz alta)
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por las infidelidades y los sacrilegios.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por las blasfemias y profanaciones de los días santos…
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por el libertinaje y los escándalos públicos.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por los corruptores de la niñez y de la juventud.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por la desobediencia sistemática a la Santa Iglesia.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por los crímenes de los hogares, por las faltas de los padres y los hijos.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por los atentados cometidos contra el Romano Pontífice.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por los trastornadores del orden público, social cristiano.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por el abuso de los Sacramentos y el ultraje a tu Santo Tabernáculo.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Por la cobardía o los ataques de la prensa, por las maquinaciones de sectas tenebrosas.
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
Y por fin, Jesús, por los buenos que vacilan, por los pecadores que resisten a la gracia…
Piedad, ¡oh, Divino Corazón!
(Pausa)
(Meditemos en la condenación de Jesús, y en su ignominia al ser tratado como loco: misterios de caridad y de dolor que se perpetúan en el Sacramento del Altar).
Hemos callado un breve instante, y se ha hecho el silencio en el fondo de ese pobre tabernáculo… ¡Ay! el mundo, sin embargo, ha seguido y seguirá condenando en su clamor de culpa al Prisionero del Altar…, y si consiente en libertarle, es sólo para exhibirle como loco, para llevarle después al desierto del olvido humano… y de ahí a la muerte afrentosa de una Cruz… Pero oíd al mismo Jesús, expuesto ahí donde le veis, como cuando le presentó Pilatos al pueblo enfurecido: el Hombre-Dios quiere quejarse dulcemente a vosotros, sus amigos; escuchadle, creyentes fervorosos, como le oyó San Juan, en los latidos angustiosos de su Corazón despedazado.
“¡Háblanos Tú, Maestro!”.
(Lento y cortado)
Jesús. Alma tan querida, mira mi frente, marcada con la sentencia de muerte, fulminada por una de mis propias creaturas… Mi amor es infinito…, el tuyo ha sido pobre…, la sentencia me la diste también tú.
Mira mis manos atadas por aquellos que piden vergonzosa libertad… ¿No has tenido tú, a las veces, tus horas de licencia y de pecado? Mis cadenas las forjaste también tú…
Mírame, cubierto con manto blanco de insensato; he amado tanto, que el mundo me condena como loco… lo fui de amor en mi Calvario; lo soy en la Hostia del altar… ¿no te has avergonzado nunca de la locura redentora de Jesús? ¿No me has herido con respeto humano también tú?
Mírame afrentado, porque quise dar la paz al mundo… Mírame desamparado… Soy vergüenza de los sabios, soy desecho de los grandes, soy risa de los pueblos… soy el reo de los gobernantes…, ¡pero, para todos, cuando lloran su pecado, para todos soy Jesús!…
Dime: y tú ¿no has sido infiel, o no me has herido nunca?… ¿No me has abandonado en mi Pasión?… Respóndeme yo quiero darte, en esta Hora Santa, el ósculo de paz, y de perdón… ¡Respóndeme!

(Breve pausa)
Las almas. ¿Qué tengo yo, ¡oh, Divino prisionero!, que Tú no me hayas dado?
¿Qué sé yo, si no estoy a tu lado?
¿Qué merezco yo, si a ti no estoy unido?
¡Perdóname los yerros que contra ti he cometido!
Pues me creaste sin que lo mereciera;
Y me redimiste sin que te lo pidiera;
Mucho me hiciste en crearme;
Mucho en redimirme;
Y no serás menos poderoso en perdonarme…
Pues la mucha sangre que derramaste,
Y la acerba muerte que padeciste,
No fue por los ángeles que te alaban,
Sino por mí y demás pecadores que te ofenden…
Si te he negado, déjame reconocerte;
Si te he injuriado, déjame alabarte;
Si te he ofendido, déjame servirte;
Porque es más muerte que vida,
La que no está empleada en tu santo servicio…
(Pausa)
(Consideremos la soledad del Viernes Santo, prolongada en todos los Sagrarios).
¡Qué sombrío debió ser en el Calvario y también en el Sepulcro, el anochecer del Viernes Santo! Allá, en la montaña, en el Gólgota, las manchas de una sangre divina pisoteada con furor… Más abajo, en la cueva de la tumba, la inercia, el silencio y el frío de la roca y de la muerte… ¡Ahí tenéis en ese altar el Gólgota; ahí tenéis la tumba en el Sagrario! Contemplad, y decid si no es verdad que Jesucristo sigue siendo la víctima del hombre.
Allá fuera, ruge la tempestad de la negación y la blasfemia. Estamos ahora reparando ese ultraje, en un momento de oración…; pero dentro de un instante, terminada la Hora Santa, cerradas las puertas de este templo, quedará Jesús solo con sus ángeles, en aquel sepulcro y esperando que la alborada le traiga el eco de un clamor humano…
¡Ah, y si supiéramos la vida de recuerdo, de plegaria permanente por nosotros, la vida de perpetua inmolación del Corazón de Jesucristo en esa Hostia!… Que Él mismo nos lo diga:
(Cortado)
Jesús. “Hijos míos: estoy angustiado… estoy herido, vengo llorando una inmensa desventura… de lejos llego con el Corazón atravesado, ¡aquí me tenéis despedido del lecho de agonía de un desgraciado moribundo!… Me ha rechazado porque dice que es justo y que no me necesita… ha dicho que muere tranquilo, sin dejar que Yo le abrace y le perdone…; ha expirado sin mirar mi Cruz, sin bendecir mis llagas…; ya murió sin aceptarme… ¡Y le había amado tanto!… Le había redimido con mi sangre… ¡y no ha tenido para mí, ni el último latido, ni su última mirada!
¡Vosotros, que me amáis, consoladme de esa herida… endulzadla, orando con fervor por los pobres moribundos!…(Pedid por los agonizantes).
Acercaos… Dejadme sentir el calor de afecto de vuestras almas fidelísimas, porque “la mía está bañada en el rocío de la noche”… He aguardado, en vano, que un hogar me brinde el hospedaje que se da al último y al más pobre peregrino… He llamado… le ofrecí mi paz… ¡la necesitaba tanto!… Y aquí me tenéis…; regreso con la amargura del rechazo…, mientras tanto, ¡cuánto sufre esa familia desgraciada!… no hay dicha en ella…, no hay consuelo, ni resignación… ni amor.
(Breve pausa)
Dadme vuestro amor, prestadme el fervor de vuestras oraciones, ofrecedme el holocausto de vuestros sacrificios, para vencer a tantos obstinados, que luchan contra la ternura de mi Corazón, que los persigue sin descanso.
Contad las espinas de mi corona; ellas podrán deciros los consuelos y las flores de cariño, rechazados por las almas queridas de vuestro propio hogar…, por tantos seres, muy amados de vuestros corazones y del mío..
¡Oremos juntos porque venza en ellas la paciencia y la misericordia de mi Corazón, que los espera aquí, en la Santa Eucaristía! Tengo sed de verme rodeado en esta Hostia de los pródigos vencidos, de las ovejas recobradas, de los hijos convertidos por la dulzura del reproche, por mis lágrimas, por las gracias especiales concedidas los primeros viernes y aquí, en la Hora Santa.
¿Qué aguardáis? Pedid, ¡oh sí, pedid con fe! Pues este vuestro Dios quiere vengar su cautiverio, haciendo la felicidad del mundo… Llamad a la herida de mi pecho, y se abrirá de par en par mi Corazón… Pedid, pues. ¡Quiero ser Jesús!… cumpliendo con vosotros mis promesas!
(Pausa)
Las almas. ¡Oh, buen Jesús, absorto en tus dolores…, confundido por tu soledad y tus tristezas, he olvidado mis pedidos y las necesidades de mi alma pobrecita!… Adivina Tú las flaquezas de tu siervo, y cura sus heridas más secretas… Mi hogar también espera en esta Hora Santa la bendición de tu Corazón, agonizante; no suprimas en él, si así es tu voluntad, no agotes el manantial de lágrimas de mi familia atribulada: ¡pero acércate a los míos y enséñales a padecer amando, puestos los ojos en tus ojos celestiales, y cobijadas sus almas combatidas en tu alma divinamente acongojada!
¡Que mi casa sea Nazaret y la Betania de tu Corazón, Señor Jesús!
Y mira, amabilísimo Maestro; bendice también desde esa Hostia los tesoros del hogar, que nos robó la muerte; bendice a nuestros muertos, y dales pronto el descanso eterno de tu cielo… Hemos padecido con esas ausencias desgarradoras, pero, al verte agonizar también a Ti por nuestro amor, hemos dicho, resignados: “¡Hágase tu voluntad!”. No te olvides de ellos, ¡oh!, y acuérdate también, hermoso Nazareno, de aquellos que en el mundo viven enteramente huérfanos de cariño… de los olvidados por los hombres en el banquete de la vida…, de tantos que la tierra menosprecia en su soberbia, y que padecen hambre de amor y de justicia. Tú sabes cómo hiere aquel desdén de los hermanos… ¡Te ruego, pues, que te apiades de ellos, en tu gran misericordia!


(Pausa)
Tendría que pedirte mucho más en mi indigencia, pero todo ello lo remediarás Tú, que velas por las flores y las avecitas del Santuario… Quiero que los últimos momentos de esta Hora Santa expiren en el olvido de mí mismo, y te lleven sólo mis ansias incontenibles, mi aspiración apasionada por tu triunfo en el reinado de tu amante Corazón. Sí, para todos estos que te amamos, tus intereses son los nuestros…, queremos, todos, tu reinado… ¡Pedimos, pues, Señor, que cumplas con nosotros las promesas que hiciste a tu confidente Margarita María, en beneficio de las almas que te adoran en la hermosura indecible, en la ternura inefable, en el amor incomprensible de tu Sagrado Corazón!… ¡Por eso te gemimos con tu Santa Iglesia, te suplicamos por la Virgen Madre, te exigimos por el honor inviolable de tu nombre, que establezcas ya, que apresures el reinado de tu amante Corazón!
(Todos)
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
1ª. Pronto, Jesús, sí, reina presto, antes que Satán y el mundo te arrebaten las conciencias y profanen en tu ausencia todos los estados de la vida.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
2ª. Adelántate, Jesús, y triunfa en los hogares, reina en ellos por la paz inalterable, prometida a las familias que te han recibido con hosannas.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
3ª. No demores, Maestro muy amado, porque muchos de éstos padecen aflicciones y amarguras, que Tú sólo prometiste remediar.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
4ª. Ven, porque eres fuerte, Tú el Dios de las batallas de la vida, ven mostrándonos tu pecho herido, como esperanza celestial en el trance de la muerte.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
5ª. Sé Tú el éxito prometido en nuestros trabajos, sólo Tú la inspiración y recompensa en todas las empresas…
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
6ª. Y tus predilectos, quiero decir los pecadores, no olvides que para ellos, sobre todo, revelaste las ternuras incansables de tu amor…
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
7ª. ¡Ah, son tantos los tibios, Maestro, tantos los indiferentes a quienes debes inflamar con esta admirable devoción!
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
8ª. Aquí está la vida, nos dijiste, mostrándonos tu pecho atravesado… permite, pues, que ahí bebamos el fervor, la santidad a que aspiramos.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
9ª. Tu imagen, a pedido tuyo, ha sido entronizada en muchas casas; en nombre de ellas te pedimos sigas siendo en todas el Soberano y el Amigo muy amado.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
10ª. Pon palabras de fuego, persuasión irresistible, vencedora, en aquellos sacerdotes que te aman y que te predican como Juan, tu apóstol regalado.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
11ª. Y a cuantos enseñan esta devoción sublime, a cuantos publiquen sus inefables maravillas, resérvales, Jesús, una fibra vecina a aquélla en que tienes grabado el nombre de tu Madre.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…
12ª. Y, por fin, Señor Jesús, danos el cielo de tu Corazón a cuantos hemos compartido tu agonía en la Hora Santa; por esta hora de consuelo y por la Comunión de los primeros Viernes, cumple con nosotros tu promesa infalible… te lo pedimos en el trance decisivo de la muerte.
Venga a nos el reinado de tu amante Corazón…

(Pausa)
Debemos separarnos, Jesús, pues va a terminar la hora mil veces dulce y santa de tu inefable compañía… ¡Oh, vente oculto en mi alma, al nido del hogar, donde serás Esposo, Padre, Hermano, Amigo, el Rey de la familia… ven! Y al despedirnos, dejo aquí ante tu Corazón Sacramentado, el mío todo entero, en el clamor de una última plegaria; ¡escúchala, Jesús benigno!
(Cortado)
Cuando los ángeles de tu Santuario te bendigan en la Hostia sacrosanta… y yo me encuentre en la agonía… sus alabanzas son las mías, acuérdate del pobre siervo de tu Divino Corazón.
Cuando las almas justas de la tierra te aclamen encendidas en amor… y yo me encuentre en la agonía… sus loores y sus lágrimas son las mías… acuérdate del pródigo vencido por tu Divino Corazón.
Cuando los sacerdotes, las vírgenes del templo y tus apóstoles, te aclamen soberano, te prediquen a las almas y te entronicen en los pueblos…, y yo me encuentre en la agonía… su celo y sus ardores son los míos, acuérdate del apóstol de tu Divino Corazón.
Cuando tu Iglesia ore y gima ante el altar, para rescatar contigo al mundo, y yo me encuentre en la agonía… su sacrificio y su plegaria son los míos…, acuérdate del fiel amigo de tu Divino Corazón.
Cuando en la Hora Santa, tus almas regaladas, amando, sufriendo y reparando, te hagan olvidar perfidias y traiciones… y yo me encuentre en la agonía…, sus coloquios contigo y sus consuelos son los míos, acuérdate de este altar y de esta víctima de tu Divino Corazón.
Cuanto tu divina Madre te adore en la Sagrada Eucaristía y repare allí los crímenes sin cuento de la tierra… y yo me encuentre en la agonía…, sus adoraciones son las mías…, acuérdate del hijo de tu Divino Corazón.
Mas, no ¡Señor!, olvídame si quieres, con tal que, en mi muerte, me dejes olvidado para siempre, en la llaga venturosa de tu amable Corazón.
(Pausa)
¿Qué tengo yo, Señor Jesús, que Tú no me hayas dado?… ¡Despójame de todo, de tus propios dones, pero abrásame en la hoguera de tu ardiente Corazón!
¿Qué sé yo, que tú no me hayas enseñado?… Olvide yo la ciencia de la tierra y de la vida, pero conózcate mejor a ti, ¡oh Divino Corazón! ¿Qué valgo yo, si no estoy a tu lado? ¿Qué merezco yo, si a Ti no estoy unido?… Úneme, pues, a ti con vínculo que sea eterno… ¡renuncio a todas las delicias de tu amor, con tal de poseer perfectamente este otro Paraíso, el de tu tierno Corazón!
Y en él sepulta, ¡oh, sí!, los yerros que contra ti he cometido… y castiga y véngate de todos ellos, hiriendo con dardo de encendida caridad, al que tanto te ha ofendido.
Y si te he negado, déjame reconocerte en la Eucaristía en que Tú vives…
Si te he ofendido, déjame servirte en eterna esclavitud de amor eterno… porque es más muerte que vida la que no se consume en amar y hacer amar tu olvidado, tu amante, tu Divino Corazón.
¡Venga a nos tu reino!
(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.
Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.
Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).
(Cinco veces)
¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!
Acto final de consagración
Jesús dulcísimo, Redentor del género humano, míranos postrados humildemente delante de tu altar; tuyos somos y tuyos queremos ser, y a fin de estar más firmemente unidos a Ti, he aquí que hoy día cada uno de nosotros se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.
Muchos, Señor, nunca te conocieron; muchos te desecharon, al quebrantar tus mandamientos; compadécete, Jesús, de los unos y de los otros y atráelos a todos a tu santo Corazón. Sé Rey, ¡oh, Señor!, no sólo de los fieles que jamás se separaron de Ti, sino también de los hijos pródigos que te abandonaron; haz que vuelvan pronto a la casa paterna, no sea que perezcan de miseria y de hambre.
Sé Rey para aquéllos a quienes engañaron opiniones erróneas, y desunió la discordia, tráelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que luego no quede ya más que un solo rebaño y un solo pastor.
Sé Rey de los que aún siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo. A todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.
Mira, finalmente, con ojos de misericordia, a los hijos de aquel pueblo, que en otro tiempo fue tu predilecto; que también descienda sobre ellos, como bautismo de redención y vida, la sangre que reclamó un día contra sí. Concede, Señor, a tu Iglesia incolumidad y libertad segura; otorga, a todos los pueblos la tranquilidad del orden; haz que del uno al otro polo de la tierra resuene esta sola aclamación:
¡Alabado sea el Divino Corazón por quien hemos alcanzado la salud;  a El gloria y honor, por siglos de los siglos. – Así sea.

martes, 28 de enero de 2014



El papel de la filosofía en la formación de los estudiantes que se preparan al Sacerdocio, por Leo Elders



1. Visión rápida de la enseñanza de la Filosofía al servicio de la Teología
Si uno se contenta con la lectura rápida de algunos pasajes de la Sagrada Escritura la filosofía no parece que deba encontrar un lugar en el programa de los estudios teológicos. San Pablo declara que «la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios» (1 Cor. 4,19) y advierte de los peligros que todo recurso a ella trae consigo: «mirad que nadie os engañe con filosofías y vanas falacias» (Col. 2,8). A lo largo de la historia de la Iglesia se han hecho oír advertencias semejantes: Cristo no ha venido a enseñar un curso de filosofía. Además la pluralidad de opiniones filosóficas muestra que ninguna de ellas posee definitivamente la verdad. Tertuliano ex­clama: «¿Qué hay de común entre un cristiano y la filosofía, entre un discípulo del cielo y un partidario de Grecia, entre alguien que se compromete con sus obras y alguien que no profesa más que palabras?»[2]; el cielo azul se oscurece por la niebla de la filosofía[3]. En la edad media Gregorio IX envía una admonición a la univer­sidad de París aconsejando que los doctores no dejen entrar la filo­sofía en la teología. El canciller de París, Eudes de Chateauroux, se queja de que ciertos teólogos se vendan a los hijos de los Grie­gos[4]. Nuestro siglo ha asistido al desarrollo de teologías no escolásticas y pastorales, un cambio de timón que fue promovido de una parte, por la esclerosis de una cierta escolástica y de otra, por un antirracionalismo muy extendido. La enseñanza de la filosofía en nuestros seminarios y facultades se resintió del efecto de aquellos cambios. El número de horas lectivas ha disminuido, el acento se ha desplazado hacia las ciencias humanas y el pensa­miento contemporáneo. La Sagrada Congregación para la Educa­ción cristiana hace el balance de la situación: «La enseñanza de la filosofía, en vez de progresar, ha perdido su vigor y se ha hecho incierta en lo que se refiere a su contenido y a su finalidad»[5].
Por otra parte a lo largo de su historia la Iglesia ha afirmado que la filosofía es útil y necesaria para la explicación y la defensa de la fe. En cuanto a los autores cristianos de los primeros siglos baste recordar los nombres de Atenágoras, Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes y San Basilio[6]. En la edad media la función de la filosofía en la teología se hace más importante. En las uni­versidades los estudiantes seguían primero los cursos en la facultad de artes antes de empezar los estudios de teología. Acogiendo esta herencia los Jesuitas introdujeron cursos de filosofía en sus cole­gios. Este programa de estudios se convirtió en el modelo para los seminarios que fueron fundados en varios países europeos. El anti­guo Código de Derecho Canónico —can. 589 § 1 (cfr. c. 1365 § 1)— recogió el uso recibido en la Iglesia latina: antes de sus estu­dios teológicos los seminaristas debían estudiar filosofía al menos durante dos años («per integrum saltem biennium»).
Con ocasión de la preparación del Vaticano II se realizó una encuesta entre los obispos, acerca del lugar que ocupa la filosofía en los estudios que preparan al sacerdocio: expresaron el deseo de una cierta puesta al día en los cursos así como el de una conexión más estrecha con las ciencias. También se expresó el deseo de dar algunos cursos de teología durante los años de formación filosófica. Y además hubo un acuerdo casi total acerca de la duración de los cursos (dos años) y de su contenido: la doctrina de Santo Tomás[7].
Durante el Concilio algunos Padres quisieron innovar y pensa­ron, frente a una neoescolástica rígida, que una llamada a seguir la antigua tradición no era ya suficiente. Propusieron dejar una libertad mucho mayor a los profesores y suprimir el lugar privilegiado de Santo Tomás, pero pronto se manifestó una reacción. Más de mil Padres firmaron peticiones pidiendo seguir la doctrina de Santo To­más en la enseñanza de la filosofía y de la teología. El Concilio aco­gió aquellas peticiones. El decreto Optatam Totius sobre la formación de los candidatos al sacerdocio insiste en la necesidad de una ense­ñanza de la filosofía durante dos años apoyándose en el patrimonio de la filosofía que conserva siempre su valor. Se trata aquí en primer lugar y sobre todo de la filosofía de Santo Tomás. Hay que notar que Optatam Totius insiste en la necesidad de tratar en la enseñanza de la filosofía toda la tradición doctrinal: «la historia de la filosofía debe ser objeto de gran cuidado con el fin de ver bien el origen y el desarrollo de los más grandes problemas»[8].
Desgraciadamente, en el periodo posconciliar, la enseñanza de la filosofía en los seminarios no ha progresado en ciertos países. En Alemania ha habido una reducción enorme de las horas de clase; en los Estados Unidos disciplinas positivas como la psicología o la socio­logía han remplazado algunas asignaturas de filosofía. En muchos se­minarios los manuales de la filosofía escolástica han desaparecido; allí se enseña preferentemente la filosofía contemporánea. Según Karl Rahner, la neoescolástica ha sido el último intento de hacer teolo­gía con la ayuda de una sola filosofía; pero esto no sirve ya hoy en día y las teologías hablarán desde ahora en otras lenguas[9].
No es exagerado decir que, a pesar de los textos del Concilio, de las precisiones de la Congregación para la Educación y de las inter­venciones de los últimos papas[10], el lugar y el sentido de los cursos de filosofía en el programa de estudios que conduce al sacerdocio han quedado en situación comprometida. Por esta razón es útil insis­tir sobre el sentido bien fundado de la práctica secular de la Iglesia.
2. La importancia de los estudios filosóficos en general
La joven generación es el producto de una civilización de las imágenes y de los sentimientos; está proyectada hacia lo concreto y seducida por lo que le ofrecen las ciencias y la técnica. El orden recibido —Dios, la familia, la educación, el lugar de la mujer, la sociedad y sus grupos, el valor del trabajo y el sentido del ocio, los estados y sus fronteras—, se pone en tela de juicio. El pasado se ha convertido en el gran desconocido, porque no se conoce ni se quiere conocer más que lo que es reciente. Se ha perdido «la memoria» en el sentido de que la historia no ofrece ya ningún punto de apoyo, ninguna certeza y ningún criterio. Por otra parte, los interrogantes sobre el porvenir —la revolución tecnológica, la protección del medio ambiente, el descenso de la natalidad y el en­vejecimiento de las poblaciones, la manipulación genética, el abor­to y la eutanasia, o aún el sistema penal y nuestra responsabilidad hacia el tercer mundo—, son tan acuciantes que una reflexión filo­sófica es más necesaria que nunca. Pero el panorama de la plurali­dad de opiniones y de la diversidad de las soluciones propuestas es tan desorientador, que a menudo el hombre moderno no sabe ya a qué «maestro pensador» someterse. Prefiere atrincherarse en su propia subjetividad.
El pensamiento científico bajo sus diferentes formas (que es­tán lejos de ser siempre objetivas) ocupa un lugar privilegiado en la escena, pero uno se pregunta cada vez más acerca de la morali­dad y del valor humano de las soluciones propuestas. A esto se añaden la disgregación de las disciplinas y la aparición de las filo­sofías o religiones asiáticas. Estamos ante una verdadera crisis de la inteligencia.
El desafío más grande es el hombre mismo. El hombre occi­dental ya no sabe quién es. Para muchos de nuestros contemporá­neos, sus deseos, sus emociones y sus necesidades son el valor do­minante de la vida. Sus aspiraciones se limitan frecuentemente a la satisfacción de necesidades superficiales e inmediatas mientras aban­donan las inclinaciones más fundamentales de su naturaleza como por ejemplo aquella de tener una posteridad, de descubrir la ver­dad, y de conocer el auténtico sentido de una vida tan efímera co­mo la nuestra. Al contrario, para ellos todo lo que es espontáneo es bueno. Se constata una difusión de subjetivismo de tal alcance que el hombre individual cree poder decidir sobre el sentido mis­mo de las cosas. Esta insuficiencia de perspectivas y este relativis­mo, son la auténtica enfermedad de nuestro tiempo[11]. Traen con­sigo el olvido de aquello que caracteriza los seres, esto es, lo verdadero, lo bueno y lo bello y abren la puerta a los placeres fá­ciles, pero a menudo funestos. Dios y la religión no son más que una opinión entre otras. La concepción del hombre como criatura es sustituida por la del hombre autónomo en su conciencia auto determinadora. El hombre moderno se desentiende también con gran facilidad de sus propias opciones y de sus compromisos. ¿Cómo definir una línea de conducta o un género de vida para el futuro cuando el cambio arrastra todo? El bien común es remplazado por el interés del individuo que no está limitado más que por el interés de otros individuos.
Lo más inquietante de todo esto, es que ya no se trata del individuo en su unicidad que quiere ser el centro del mundo, sino del individuo manipulado por los medios de comunicación que lle­nan los espíritus de un conjunto de imágenes y de ideas que ma­tan la autenticidad y reducen al hombre a un nuevo tipo de escla­vitud, mucho más peligroso y humillante que el del mundo antiguo.
Sobre este fondo se ve mejor la importancia de los estudios filosóficos que apuntan a un fin más alto que el de producir técni­cos bien preparados: ayudan a analizar, a discernir las causas pro­fundas, a alcanzar la auténtica sabiduría y una conducta responsa­ble. La filosofía ayuda a los estudiantes a elevarse por encima de las emociones efímeras de lo cotidiano para anclarse en la gran tra­dición de la sabiduría. Procura la auténtica libertad de espíritu, una vista sintética del mundo, un juicio equilibrado sobre lo que es honesto. La filosofía, en cuanto que estudio de las causas pro­fundas de las cosas, es el lugar de la síntesis. Es ella la que hace la unión del saber humano. Ella es «el prisma donde la vida deja aparecer su inteligibilidad»[12]. Siendo el conocimiento la actividad más sublime del hombre, es evidente que, como bien dice Santo Tomás de Aquino, la verdad es el fin de todo el universo[13].
A medida que las ciencias se desarrollan y que la vida se ha­ce más compleja tenemos más que nunca necesidad de ese saber fundamental y aglutinante que es la filosofía. ¿Cómo encontrar la verdad entre tantas opiniones contrastantes? Para juzgar es necesa­rio investigar en profundidad y unir nuestros conocimientos frag­mentarios. Las ciencias progresan, pero la razón permanece. Para evaluar los resultados de las ciencias y responder a las cuestiones fundamentales volvemos a necesitar la filosofía. ¿Es accesible lo real al conocimiento? ¿Cuál es el valor de las representaciones científicas? Ya que la física no nos da más que un saber limitado en el registro de lo cuantitativo. Gracias a ella «los hombres inten­tan tomar posesión del universo físico, pero es el mundo el que toma posesión de ellos»[14]. Los resultados más sublimes de la bús­queda científica se nos ofrecen además, casi siempre, unidos a una buena dosis de monismo, de materialismo o de idealismo. ¿Quién puede distinguir lo verdadero de lo falso; quién puede ayudarnos a ver los límites de ciertas aproximaciones, si no es la filosofía? He aquí en algunos trazos la tarea grandiosa que corresponde a la filosofía y el panorama de su más importante razón de ser en la formación filosófica de los candidatos al sacerdocio.
Desgraciadamente, la filosofía conduce a veces a la perpleji­dad. Los historiadores del pensamiento nos muestran un panorama de sucesivas opiniones contrastantes. Por no citar más que un ejemplo, Christian Delacampagne[15] escribe que «la historia del pensamiento francés de los últimos treinta años constituye una prodigiosa aventura intelectual: jamás se ha visto en tan poco tiempo tantas ideas defendidas, atacadas, admiradas, abandonadas». ¿Hace falta seguir la fenomenología de Husserl y atribuir a la con­ciencia una tarea fundante, es decir, la tarea de «cimentar la física, la lógica y las ciencias a partir de la dimensión trascendental del ego subjetivo»?[16]. ¿Hace falta admitir sin remedio una quiebra en­tre la soledad del hombre que yo soy y la opacidad del mundo? Pero la fenomenología, triunfante hace unos años, aparece hoy pa­sada de moda. Ciertamente hay mucho de genial en las obras de los filósofos; uno descubre intuiciones profundas, fórmulas de choque, pero aún así los maestros pensadores despliegan a menudo an­te nuestros ojos imágenes que, si son admirables por su ingeniosi­dad, no son más que ilusiones. Crean a veces una niebla artificial que nos impide ver las cosas tal y como son.
Las aventuras del pensamiento filosófico nos dicen, mejor que toda crítica, que la razón humana es bien débil. ¿Cómo debe organizarse la indispensable formación filosófica en nuestros semi­narios y facultades de teología?
3. La formación filosófica de los candidatos al sacerdocio debe ha­cerse según el método y la doctrina de Santo Tomás
Es lo que nos dice la tradición de la Iglesia. Es también el sentido del texto de Optatam Totius.Algunas personas describen esta posición como desesperadamente desconectada de nuestro tiempo. Según ellos, Aristóteles y Santo Tomás significan solamente una opi­nión, al lado de tantas otras, y pertenecen a un período de la his­toria superada para siempre. Pero el realismo aristotélico-tomista no es sólo una filosofía particular ni un sistema entre otros. Es senci­llamente una apertura de la inteligencia a la realidad sin prejuicios subjetivos. Su objeto primario no es lo que el hombre hace. Se trata, al contrario, de una toma de conciencia de lo que es la realidad en su estructura profunda, para desarrollar sobre esta base firme la filosofía de la naturaleza, la metafísica y la moral.
El pensamiento del Doctor Común deja detrás de sí todo sub­jetivismo para buscar conocer, por un la.do lo real, y por otro la doctrina revelada. Lo hace con toda honestidad, siguiendo un mé­todo que en cada ocasión es adaptado a la problemática de cada disciplina. Lo que constituye, por así decirlo, la identidad espiritual de Santo Tomás es «el silencio, es decir, ese acto interior, donde el espíritu se recoge para acoger el sentido de las cosas, ese es el lu­gar…»[17]. Este silencio interior es todavía más grande delante de la Palabra divina y la Tradición: se trata de plegar nuestro pensa­miento a la revelación y no de atraparla en nuestras categorías.
Luego la filosofía de Santo Tomás no es un sistema en el sentido de un pensamiento que se construye a partir de una cierta idea o experiencia inicial. Ateniéndose a lo real, tiene una maravi­llosa capacidad de integrar todos los conocimientos válidos trans­poniéndolos en una síntesis superior.
Santo Tomás muestra así cómo escapar al historicismo y al relativismo: el hombre no está totalmente sumergido en el deve­nir; su pensamiento puede moverse en el plano de lo universalmente válido. Los conceptos fundamentales y los primeros princi­pios atrapan y expresan estructuras de lo real, la veritas rerum.
Hoy más que nunca el hombre necesita una filosofía que le permita librarse de la teoría de que no conocemos más que opi­niones. El Aquinate nos conduce hacia un humanismo nuevo que reconoce el valor de las realidades terrestres, pero que nos pone también en contacto con Dios en quien «vivimos, nos movemos y existimos». Mas la importancia de una formación filosófica es aún más acuciante en el caso de aquellos que deben guiar al pue­blo, enseñar la «verdad» y advertir contra las desviaciones y desen­mascarar el espíritu del mundo.
4. La importancia de una buena formación filosófica en teología
Como ya se ha dicho anteriormente, a lo largo de la historia de la Iglesia ha habido voces en favor de una teología sin ninguna intromisión de la filosofía. ¿Pero puede dispensarse la teología de recurrir a la filosofía? Constatamos que eso no ha sucedido nunca. Recordemos a Clemente Romano, profundizando decididamente en la sabiduría de los estoicos y a los apologistas buscando argumen­tos filosóficos para confirmar la doctrina cristiana. El gnosticismo, el platonismo medio y el neoplatonismo han influenciado el pensa­miento de autores cristianos hasta el punto de conducir a algunos de ellos a falsas concepciones. Si en la primera época de la literatu­ra cristiana, ésta ha sido marcada por influencias estoicas, es el pla­tonismo el que más ha influido sobre el pensamiento de los auto­res cristianos. En el siglo XII el aristotelismo entra en escena y da lugar al desarrollo de una teología científica. Más tarde algunos han sido víctimas de concepciones filosóficas particulares, como las de Descartes, del idealismo alemán o del historicismo. Más cerca de nosotros se ha podido constatar cómo la filosofía trascendental, el existencialismo, el perspectivismo de Merleau-Ponty, la filosofía analítica y el marxismo han deformado el pensamiento teológico de numerosos autores.
Efectivamente, si el teólogo tira por la borda la metafísica del ser, por fuerza ocupará su lugar alguna ideología. Porque es imposible emplear un método y buscar el sentido del mensaje cris­tiano sin adoptar una doctrina. Lo que Horacio dice de la naturaleza, vale también para la tarea de la filosofía en la teología: «naturam expelles furca, tamen usque recurret»[18].
La historia nos ofrece varios ejemplos de la voluntad de aca­bar con la filosofía por parte de los teólogos quienes, aun procla­mando su independencia, sucumben a teorías filosóficas erróneas. Lutero fulmina a los monjes que sometían la teología a Aristóteles y en particular a Santo Tomás[19]. Según el reformador habría si­do un bien para la Iglesia si Porfirio, con sus universales, no hu­biera nacido[20]. Pero el mismo Lutero, que firmaba por un cierto eclecticismo, aceptó elementos del platonismo, del nominalismo y del gnosticismo hermético. Marcado por una corriente de pensa­miento pesimista colocaba al sujeto humano con sus problemas personales y su necesidad de independencia en el centro de su re­corrido teológico[21]. Esta teología, contaminada por falsas posicio­nes filosóficas, deforma la doctrina de la fe.
Tenemos otro ejemplo en la crítica que algunos autores pro­testantes hacen de la teología natural de Santo Tomás: éste busca­ría someter a Dios a categorías humanas[22]. Karl Barth y Rudolf Bultmann se oponen a la teología metafísica. Pero la «liberación» de la teología de la cual afirman ser los abogados, es tributaria de la opinión de Feuerbach según la cual el pensamiento religioso no es más que una proyección de los sentimientos del hombre mis­mo[23]. Y detrás de Feuerbach hallamos el idealismo[24].
El hecho de que precisamente aquellos que no quieren filoso­fía en teología, sucumban a una u otra filosofía defectuosa, subra­ya la necesidad de servirse de una filosofía que se preste a ser la ancilla theologiae. Mientras la odisea del hombre a través del tiem­po, la rica variedad de las herencias culturales que él mismo ha construido, el augmentum scientiarum así como los desafíos, delan­te de los cuales se ve situado, contribuyan cada uno a su manera al desarrollo del saber teológico, será la filosofía la que se encuen­tre más íntimamente unida a este saber. La razón es que la teolo­gía trata de la revelación que anuncia misterios sobrenaturales, pe­ro su discurso está hundido en términos y proposiciones cuya significación primera se refiere a cosas naturales. Así la analogía ocupa un lugar central en teología. Además la filosofía es un saber universal que estudia el ser más profundo de las cosas, formula los principios fundamentales y determina las relaciones entre los entes. De este modo ayuda a organizar la doctrina de la fe y acompaña todos los esfuerzos de los teólogos.
Basta consultar la Suma teológica de Santo Tomás o los ma­nuales clásicos de dogmática o de moral para ver cómo el análisis filosófico está asociado al trabajo teológico. El Doctor Angélico hace resaltar que la filosofía no ofrece más que «quasi» explicacio­nes: la realidad de la fe supera todo lo que puede concebir el filó­sofo. En efecto la filosofía y la teología no son del mismo género: en la teología todo es tratado desde el punto de vista de Dios; el teólogo se somete a la revelación; para poder juzgar las cosas reve­ladas le hace falta tener una cierta conformidad de espíritu con Dios[25]. En filosofía, en cambio, el argumento ex auctoritate ocupa el último lugar. La inteligencia filosófica no puede ser por tanto aplicada a la teología sino en una función subordinada.
Esta función de la filosofía se desdobla en una tarea prepara­toria —demostrar la existencia de Dios, la espiritualidad del hom­bre, etc.— y en una tarea apologética —refutar los errores que pro­vienen de opiniones filosóficas—.
¿Qué filosofías pueden servir a la teología? De nuestras con­sideraciones se saca que sólo una filosofía que da un conocimiento veraz y profundo de lo real puede tener un papel positivo en teo­logía. Porque solamente instalándose en el orden de la creación es como el teólogo puede intentar analizar y explicar la revelación. Como han dicho a menudo los papas, esta filosofía es sobre todo y principalmente el realismo de Santo Tomás. Pero, a pesar de las estipulaciones y las recomendaciones del Vaticano II y de los pa­pas de los siglos XIX y XX, la formación filosófica de los estu­diantes de filosofía ya no se hace, en muchos lugares, según el pa­trimonio siempre válido y los principios de Santo Tomás. No se conoce ya ni la filosofía escolástica en general ni la de Santo To­más en particular. Uno de los resultados de este abandono es que la teología se ha ido a la deriva. Para dar un ejemplo de lo que ello significa en teología, señalemos que, por falta de una antropo­logía verdadera y auténtica, algunos teólogos están totalmente de­samparados ante el dogma de la resurrección del cuerpo y propo­nen opiniones aventuradas. La teoría de la transignificación para explicar el misterio de la presencia eucarística de Cristo es el resul­tado de la intromisión de la fenomenología existencialista. Se cons­tata una desorientación total en teología moral y una transforma­ción de la dogmática en un intercambio de puntos de vista con corrientes de pensamiento protestante o con las ideologías mo­dernas.
Parece a pesar de todo, que entre los mismos estudiantes hay aquí y allá signos de un deseo de hacer una teología no antropocéntrica y no sociológica que sea una meditación sobre los miste­rios de la fe. Más que sus maestros, la joven generación está de nuevo abierta a lo real y a la contemplación de los misterios de la fe. Harta del subjetivismo asfixiante que reina por todas partes, está ávida de conocer una interpretación verdadera de lo revelado que se convierta en un alimento para la vida espiritual.
Terminemos nuestra exposición llamando la atención sobre la vocación que corresponde a la filosofía de Santo Tomás dentro de la teología según el magisterio de la Iglesia. Después del Conci­lio, los papas han intervenido para sustentar la tarea muy particu­lar que, sobre el plano de la teología y de la filosofía, la Iglesia ha atribuido a Santo Tomás. Pablo VI, primero, ha hablado de Santo Tomás discreta pero claramente: el Doctor Angélico nos da un compendio de verdades universales. Su filosofía refleja la esen­cia de las cosas en su verdad inamovible. No es pues propia de la Edad Media o de un pueblo particular; está por encima del es­pacio y del tiempo[26].
Pablo VI menciona también el vacío dejado en nuestras es­cuelas de filosofía y de teología. Se ve más bien, decía, una acogi­da superficial de filósofos modernos así como la opción deliberada de renunciar al patrimonio de la sabiduría de la Iglesia. Pero aquí, en esta hora en que se difunden tantas opiniones falsas, Santo To­más es para la Iglesia el teólogo providencial[27]. Como apogeo de su convicción creciente de la urgencia del retorno a Santo Tomás, Pablo VI publicó la magnífica carta Lumen Ecclesiae. La confusión creciente que se instala en tantos espíritus, la decadencia de la teo­logía y la entrada en escena de tantas doctrinas aventuradas llevan a Pablo VI a insistir en la necesidad de un retorno a Santo To­más. Se queja amargamente de que muchos teólogos y filósofos ha­yan abandonado la doctrina del Doctor Común. Los filósofos mo­dernos, a los que recurren, son a menudo inconciliables con la fe[28].
El Papa añade que es un error sostener que, como Santo To­más incorporó el aristotelismo, nosotros debemos incorporar en teología a los filósofos modernos: se trata de pensamientos tan di­ferentes, que uno no puede colocarlos en el mismo plano[29].
Juan Pablo II, por su parte, se adhiere a la tradición secular que atribuye a la doctrina de Santo Tomás de Aquino un lugar privilegiado y único en la Iglesia. En un discurso pronunciado en el Angelicum, el 17 de noviembre de 1979 el Papa describe prime­ro la encíclica Aeterni Patris como una puesta en relieve y como una aplicación de la doctrina del Vaticano I sobre las relaciones entre la fe y la razón. Santo Tomás ha valorado los dos órdenes, y al mismo tiempo los ha distinguido cuidadosamente. El Papa también se pronuncia acerca de la opinión de que Santo Tomás es­tá, a pesar de él, encerrado en su época, subrayando que el Doctor Común ha podido elaborar una doctrina supratemporal: a) gracias a su docilidad respecto a la revelación y a la tradición; b) gracias también a su sumisión a la veritas rerum; c) y a su adhesión al Magisterio de la Iglesia.
En su discurso el Papa vuelve hacia Optatam totius, n. 15, donde se dice que los seminaristas deben estudiar la filosofía «apo­yándose en el patrimonio de la filosofía siempre válida», un texto, que no nombra explícitamente a Santo Tomás[30]. Algunos autores han aprovechado esta ausencia, de suerte que la Congregación para la Educación cristiana se ha visto obligada a declarar que la expre­sión designa sobre todo y en primer lugar la filosofía de Santo Tomás[31]. El Papa confirma esta interpretación: el pensamiento del Doctor Angélico constituye una parte considerable de ese pa­trimonio siempre válido. El Papa nos explica también por qué in­siste tanto en este punto: «muchos naufragios en la fe y numerosas dudas revelan una crisis de naturaleza filosófica». Recuerda la ur­gencia de una buena formación filosófica: el Concilio ha visto en esta fidelidad al Doctor Angélico una condición necesaria para la renovación tan deseada de la Iglesia[32].
En la Lumen Ecclesiae Pablo VI habla del valor persuasivo de la doctrina de Santo Tomás para los jóvenes. Según Juan Pablo II este atractivo viene de la apertura del pensamiento del Doctor An­gélico: en su universalidad éste acoge el ser en todas sus modalida­des y es un canto en honor de lo real. En efecto, la primera intui­ción del intelecto no es una proyección subjetiva, pero sí una acogida original de la realidad. El Papa añade que es solamente en esta intuición de lo real donde el intelecto se siente a gusto y co­mo en su propia casa. Según Juan Pablo II la afirmación de lo real a) conduce a una antropología admirable por su verdad y profun­didad; b) establece la filosofía como una disciplina irreductible a otros tipos de saber; ésta es en efecto, autónoma y trasciende las ciencias y las artes; c) nos permite afirmar la existencia de Dios. El Papa termina su discurso subrayando una vez más que la meta­física de Santo Tomás es apertura a la realidad. Invita a permane­cer fieles al Doctor Común aunque rechazando la actitud de total cerrazón hacia otras formas de pensamiento[33].
En un discurso pronunciado en la Gregoriana Juan Pablo II volvió sobre el hecho de que, en teología, no se puede recurrir a cualquier filosofía: hay corrientes de pensamiento que, por su orientación profunda o por sus desarrollos ulteriores, no reúnen las condiciones necesarias para emprender una colaboración con la búsqueda teológica. «Hay ópticas, puntos de vista, lenguajes teoló­gicos deficientes; hay sistemas tan pobres y cerrados que excluyen una traducción o interpretación de la Palabra divina». Si la teolo­gía acepta estos sistemas como aliados, se condena a muerte[34]. Se admitirá la conveniencia de este recuerdo de Juan Pablo II.
Para terminar conviene recordar que hoy más que nunca te­nemos necesidad de una filosofía que permita a la inteligencia re­cuperar su vigor original. Ahora bien, Santo Tomás nos libera de la teoría según la cual conocemos únicamente opiniones y nunca las cosas mismas. Nos permite también escapar de esa prisión espi­ritual que es la moda o la época en la que vivimos. Nos libera del cientificismo, según el cual las ciencias proveerían el único co­nocimiento válido de la realidad. Nos conduce hacia un humanis­mo nuevo que, por una parte, reconoce los valores y la autonomía relativa de las realidades terrestres pero que, por otra parte, cava en profundidad y nos da el contacto con Dios, en quien «vivimos, nos movemos y existimos». En moral, la doctrina tomista nos ayudará a rencontrar el fundamento de las normas para nuestros actos y a descubrir una doctrina equilibrada de los derechos y de los deberes del hombre.
Fundamentándose en la verdad de la doctrina del Aquinate así como sobre un análisis del itinerario del pensamiento cristiano anteriormente descrito, se puede sostener que, sin un retorno a las doctrinas, principios y métodos del Doctor Común, no habrá una renovación verdadera en la formación de los candidatos al sacer­docio.

[1] Publicado en «La formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales». XI Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra (1990), L. Mateo-Seco ed., Pamplona, 1990, pp. 889-903.
[2] Apol. 4, 6.
[3] De anima, 3.
[4] Para los textos ver M.-D. Chenu, La théologie comme science au XIIIe siècle, París 1969, 28-29.
[5] L’insegnamento della filosofia nei seminari, en «Seminarium» 1972, 11-14.
[6] Ver nuestro The Greek Christian Authors and Aristotle, en «Doctor communis» 1990, 26-57.
[7] Ver «Seminarium» 1970, 201.
[8] Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis (1970), sección XI.
[9] Zum heutigen Verhältnis von Philosophie und Theologie, «Schriften zur Theologie» X, 70-80.
[10] Pensamos en particular en la carta apostólica Lumen Ecclesiae de Pablo VI y en el gran discurso de Juan Pablo II en el Angelicum el 17 de noviembre de 1979 (Insegnamenti di Giovanni Paolo II (1979), 2, 1117 ss.).
[11] K. POPPER, The Open society and its Enemies, II, 369.
[12] M. NEDONCELLE, Existe-t-il une philosophie chrétienne?, p. 102.
[13] S.C.G., I, 4.
[14] Manuel de DIÉGUEZ, Science et nescience, París 1970.
[15] «Le monde», 4 de mayo de 1979.
[16] C. DELACAMPAGNE, l.c.
[17] J. RASSAM, Thomas d’Aquin, París 1969, 13.
[18] Epístola I, X 24.
[19] Ver Martin Luthers Werke (Weimar), IX, 23, 7; 43, 5.
[20] Martin Luthers Werke. Kritische Gesamtausgabe (Weimar), I, 226. Ver el bello volumen de Théobald SÜSS, Luther, París 1969 (Colección «Philosophes» PUF).
[21] Ver también H.A. OBERMAN (edit.), Luther and the Dawn of the Modern Era, Leiden 1974; Théobald BEER, Der fröhliche Wechsel und Streit. Grundzüge der Theologie Martin Luthers,Einsiedeln 1980.
[22] Ver entre otros a G. EBELING, quien reprocha a Santo Tomás ha­ber cometido una violación filosófica de Dios y propuesto una «substanzontologische Interpretation des Evangeliums» (Luther – studien I, Tubinga, 1971, 266 s.).
[23] Ver su Das Wesen der Religión, tercera lección.
[24] Ver Claude GEFFRE, Le problème théologique de l’objectivité de Dieu, Paris 1969, 241-263.
[25] S.Th. I, 1, 1; II-II, 45, 2.
[26] AAS 56 (1964) 302-305.
[27] Insegnamenti VI, 417-418.
[28] Lumen Ecclesiae, n. 3.
[29] O. c, 29.
[30] Lo está indirectamente en la nota, que envía a la Humani generis.
[31] «Seminarium» 18 (1966) 65. Pablo VI lo ha confirmado en la Lumen Ecclesiae.
[32] Para el texto ver Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 2, 1177 ss. Comparar también el discurso a los Sacerdotes y a los Representantes de las Comunidades religiosas del barrio en que está encuadrada la parroquia de S. Pío V de Roma, el 28.X.1979, donde el Papa subraya en términos muy vigorosos la necesidad de seguir a Santo Tomás tanto en filosofía como en teología (Insegnamenti, II 2, 995 s.).
[33] Cfr. el bello estudio de Pedro RODRÍGUEZ, La encíclica ‘Aeterni Patris’ de León XIII en el magisterio de Juan Pablo II, en L’enciclica ‘Aeterni Patris’ nell’arco di un secolo. Atti dell’VIII Congresso tomistico internazionale, I, Cittá del Vaticano 1981, 161-197.
[34] Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 2, 1418 ss.