martes, 4 de febrero de 2014

Mensaje de Pío XII en honor de Santa María Goretti. 

Heroicidad de la pureza


Extracto 

La virginidad es una manera angélica de vivir, que la religión cristiana llevó a un tal grado de perfección, que parece ser ajena a la tierra, y convenir solamente al Cielo: pero si la palabra del martirio se agrega a ella, al encanto y al brillo de la gracia se le une la victoria de la fortaleza, y todas las almas nobles se ven arrastradas por ella a los actos heroicos exigidos por los preceptos divinos. Todo esto lo admiramos en la virginal niña que Nos ha sido dado coronar ayer con la gloria de los Santos del Cielo, María Goretti.

Sus padres pertenecían a la clase obrera, y para ganar con un trabajo honesto el pan para su numerosa familia, tuvieron que abandonar su pequeña ciudad y se mudaron a la provincia del Lazio, donde pudieron asegurarse, muy modestamente, la subsistencia de sus hijos por medio del trabajo en el campo.
Al candor de su alma, María le agregaba su ardor al trabajo y desde sus más tiernos años no solamente se distinguió por la luminosa pureza de su vida, sino también por el cuidado y la diligencia con los cuales ayudaba, alegremente y sin cansarse, a su madre y en todos los trabajos de la casa.
Cómo no sabía leer, aprendió los preceptos del cristianismo de su propia madre, quien cuidaba que ellas penetrasen su alma atenta.
No había nada más agradable ni más suave para ella que dirigirse cada vez que le era posible a la iglesia, que estaba bastante lejos de su hogar, y en donde podía dirigir a Dios y a la Bienaventurada Virgen María sus oraciones llenas de amor.

Cuando finalmente pudo acercarse a la mesa eucarística y nutrirse con el alimento celestial, lo hizo con una piedad tan grande, con una caridad tan ardiente, que más que una niña se parecía a un ángel con envoltura humana.
Sin ninguna duda, fue de allí donde sacó esa fuerza celestial que le permitió pocos meses después, cuando aún no había cumplido doce años, combatir victoriosamente hasta la muerte para conservar intacto y sin mancha el lirio inmaculado de su inocencia, pero tiñéndolo de púrpura con la sangre de su martirio por el Divino Autor de su vida virginal.
En esta lucha tan dura, como cada uno de ustedes bien lo sabe, tuvo que comprometerse esa virgen indefensa.

De improviso la acometió un ataque violento e impetuoso, dirigido a violar y ensuciar su angélico candor. Pero en la terrible dificultad en medio de la cual se vio envuelta, pudo haber repetido con el Divino Redentor esas palabras que se hallan en el pequeño libro de oro de la “Imitación de Cristo”: “Si estoy tentada y afligida por las turbaciones, no temeré que me ocurra ningún mal, mientras su gracia esté conmigo.
Ella es mi fortaleza; ella me aconseja y me socorre.Es más poderosa que todos mis enemigos…”
Por eso, sostenida por la gracia celestial, a la cual correspondía con su voluntad fuerte y generosa, dio su vida, pero no perdió la gloria de su virginidad.

En la vida de esta humilde hija, que a grandes rasgos hemos recordado, Nos es dado ver, venerables hermanos y queridos hijos, un espectáculo no solamente digno del Cielo, como ya lo hemos dicho, sino también digno de una mirada de admiración y de respeto de los hombres de nuestro tiempo.
Que los padres y las madres de familia enseñen cuánto importa que eduquen en la rectitud, la santidad y la fuerza de carácter a los hijos que Dios les ha confiado, y que los formen según los preceptos de la religión católica, de tal manera que cuando su virtud sea probada, con la ayuda divina, salgan victoriosos, intactos e inmaculados
Que la infancia alegre y la juventud ardiente aprendan a no abandonarse perdidamente a las alegrías efímeras y vanas de voluptuosidad, ni a los placeres de vicios embriagadores que destruyen la apaciguada inocencia, engendran una sombría tristeza y debilitan tarde o temprano las fuerzas del alma y del cuerpo, sino más bien a tender con entusiasmo, aún en medio de penosas dificultades, hacia esa paz cristiana de las costumbres que por la energía de nuestra voluntad, ayudada por los dones celestiales, por el esfuerzo, el trabajo y la oración, todos podemos alcanzar.

Que este mundo voluptuoso y demasiado inclinado a hacer el mal aprenda de una vez a venerar y a imitar la victoria de la fortaleza en esta virginal niña.
Que todos miren este lirio campestre, exhalando su olor suavísimo, estas palmas radiantes de martirio, y que entiendan cuán poderosos son los principios cristianos para conducir a los hombres dentro de la rectitud y formarlos, y cuánto las alegrías superiores -que nacen de una inocencia de vida guardada intacta y de una virtud laboriosamente adquirida- traspasan y eclipsan los vanos placeres de la voluptuosidad. Sólo Dios, en efecto, puede colmar de paz y tranquilidad las almas de los hombres, y calmar sus deseos infinitos.

No todos estamos destinados a sufrir el martirio sino a alcanzar la virtud cristiana para la cual somos llamados. La virtud requiere una fuerza que, si no alcanza a las cimas de la fuerza de esta angélica niña, exige de nosotros nada menos que un esfuerzo prolongado, asiduo, indefectible, hasta el fin de la vida.
Por esto se puede decir que Jesucristo nos invita a un martirio largo y continuo, con esas divinas palabras: “El Reino de los Cielos sufre violencia, y son los violentos quienes lo alcanzan”.

Fuertes en la gracia celestial, tendamos todos a esto: la Santa Virgen y Mártir María Goretti nos exhorta a ello. Que desde lo alto de los Cielos, donde está gozando de la felicidad eterna, le pida al Divino Redentor que todos, cada uno según la condición de Nuestra vida, sigamos con ardor sus huellas. Amén


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