miércoles, 5 de octubre de 2011

QUÉ Y QUIÉN ES JESUCRISTO


Naturaleza y persona en Jesucristo

Después de las controversias de los primeros siglos sobre el ser de Cristo, para expresar el misterio del Dios-Hombre, la Iglesia se ha servido de las palabras que traducimos al castellano por "naturaleza" y "persona". No son términos sinónimos: designan principios realmente distintos, aunque de hecho no haya naturaleza humana sin que esté dotada de “personeidad”, ni persona (humana) que no posea una naturaleza (humana). Nuestra lengua refleja muy certeramente esa distinción, confirmando que no se trata de una sutileza fabricada artificiosamente para explicar algo esotérico o inextricable. En efecto: no es lo mismo preguntar con la palabra "qué" que con la palabra "quién".

-Tú, ¿qué eres?.

La respuesta puede ser:

-Yo soy hombre. Es decir soy un individuo de la especie humana; tengo una naturaleza humana, soy humano.

Y ahora una pregunta distinta:

-Tú, ¿quién eres?

Una respuesta justa sería:

-Yo soy Pedro. Es decir, en rigor "yo" no soy ante todo un "qué", soy un "quién"; no soy "algo"; soy "alguien". Más bien "tengo" una “naturaleza” y “soy” una "persona".

Las consideraciones metafísicas pertinentes, podrían complicar mucho nuestro discurso, pero es fácil entender que no es lo mismo un "qué" que un "quién", no es lo mismo lo que llamamos "naturaleza", que lo que llamamos "persona". Esta distinción es absolutamente necesaria para entender que no es absurdo ni imposible que una naturaleza humana pueda pertenecer a una persona no humana.

La persona es el sujeto necesario de cualquier naturaleza humana individual. No es pensable lo contrario. Pero sí es pensable, en cuanto nos lo sugiere la Revelación, que Dios pueda crear una naturaleza humana de tal modo que el "yo" de esa naturaleza, es decir, el sujeto que la tiene y sostiene, sea un "Yo" divino, es decir, una de las Personas de la Santísima Trinidad. Es éste un misterio verdaderamente inabarcable. No hubiéramos podido imaginar que Dios - el Dios único, creador y trascendente - pudiera hacer y querer una cosa así; pero una vez sabido, no repugna a la razón. Repugnaría, si naturaleza y persona fueran términos sinónimos. Contradictorio sería que una naturaleza humana fuera a la vez divina o viceversa. Pero no lo es que una Persona divina, sin dejar de ser Dios, es decir, sin dejar de poseer la naturaleza divina, venga a tomar posesión de una naturaleza humana hasta el punto de que El mismo se haga Sujeto de esa humanidad.

La fe católica enseña que Dios, a la vez que formó una naturaleza humana en el seno inmaculado de María, se hizo Sujeto del hombre concebido en María por obra del Espíritu Santo. De manera que, desde el instante en que la Virgen dijo "fiat", El Verbo pudo decir: "este hombre soy Yo". Jesús, engendrado por obra del Espíritu Santo, es verdadero hombre porque tiene una naturaleza real y perfectamente humana. Y es verdadero Dios, porque la persona que sustenta esa naturaleza no es otra que la del Verbo. El Verbo - Dios eterno -, misteriosamente, viene a ser hombre: uno de nuestra misma especie, alguien con una naturaleza igual a la nuestra (salvo el pecado), pero con una singularidad irrepetible: ese hombre es el Verbo. El "yo" de ese hombre, Jesús, es el "Yo" divino del Verbo.

La persona no es el cuerpo, ni el alma; ni el cuerpo y el alma unidas. Cuerpo y alma componen la naturaleza humana, hacen a un hombre perfecto y completo. Pero decir persona es decir más que hombre perfecto: es decir sujeto irreductible, independiente, autónomo respecto a cualquier otro; del que predicamos la generación, la concepción, el nacimiento, la filiación. En este sentido, el "sujeto" de Jesús, o, más exactamente, el “sujeto” llamado Jesús, hijo de María, es verdaderamente el Verbo.

En Cristo, pues, no hay persona humana, lo que no obsta para que su naturaleza humana sea perfecta: tiene todas las perfecciones que tiene o puede tener cualquier naturaleza humana. También está sostenida, actualizada, vivificada, por una persona, con la particularidad de que ésta es la Segunda de la Santísima Trinidad. María engendró, por obra del Espíritu Santo a un verdadero hombre que era, desde el primer instante de su existencia, verdadero Dios.

Que María es Madre del hombre Jesús, no tiene duda, por la sencilla y contundente razón de que le da todo lo que una madre da a su hijo. Pero es preciso añadir enseguida: el "quién" de Jesús es el de la Segunda Persona de la Trinidad. Ahora bien, las verdaderas madres lo son del hijo completo, es decir, de la naturaleza y de la persona. Es lógico, porque persona y naturaleza son realidades distintas, pero no separables. De ahí que justa y verdaderamente se llame a María Madre de Dios, por haber engendrado la naturaleza humana de Jesús, cuya persona es divina. Volvamos a decir: María da a Jesús - es decir, a Dios Hijo - todo lo que una madre da a su hijo. Ella es, pues, sin lugar a dudas y en un sentido propio Madre de Dios Hijo.

Esta explicación encaja perfectamente con la formulación católica del dogma, definido por la Iglesia en el Concilio de Éfeso (año 431) frente a los errores de Nestorio: "la Santa Virgen es Madre de Dios, pues dio a luz carnalmente al Verbo de Dios hecho carne" [1]. El Concilio de Calcedonia enseñó que Cristo fue "engendrado de María Virgen, Madre de Dios, en cuanto a la humanidad" [2]. Y añade que no puede llamarse a "la Virgen María Madre de Dios en sentido figurado" [3], hay que afirmarlo en sentido propio.

A lo largo de la Historia de la Iglesia, el Magisterio, sin cesar, ha ido saliendo al paso de los distintos errores acerca del misterio de la Maternidad divina, afirmando, entre otras cosas, que Jesucristo:

-«El Hijo de Dios... trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado»[4]

-«Ni tomó un cuerpo celeste que pasó por el seno de la Virgen a la manera que el agua transcurre por un acueducto» [5], como pensaban los gnósticos;

-«De la Virgen nació su cuerpo sagrado (el de Cristo), dotado de alma racional, al cual se unió hipostáticamente el Verbo de Dios» [6]

El último Concilio Ecuménico Vaticano II, haciéndose eco de la constante enseñanza de la Iglesia, afirma en la introducción del capítulo VIII de la Constitución dogmática Lumen gentium que «efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del Ángel recibió al Verbo de Dios en su alma y en su cuerpo y dio Vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera Madre de Dios y del Redentor» [7] El Papa Juan Pablo II no se cansa de recordar este gran misterio, para gozo y fortaleza de todos los fieles [8].


Notas:

[1] DS 252.

[2] DS 301.

[3] DS 427.

[4] CEC, 470. Cfr. GS 22, 2; Concilio de Efeso, Carta II de San Cirilo a Nestorio, año 1931; Concilio de Calcedonia, año 451; Concilio II de Constantinopla, can. 6, año 553. Una formulación sencilla de este misterio la daban los Catecismos populares al decir que: «Dios, por obra del Espíritu Santo formó un cuerpo en el seno purísimo de María, al cual unió un alma creada de la nada; y, en el mismo instante, se unió el Hijo de Dios»

[5] Concilio Florentino, Bula Cantate Domino, 4-II-1442.

[6] Concilio de Efeso, Carta II de San Cirilo a Nestorio, año 431.

[7] LG, c. VIII, n. 53.

[8] RM, n. 4.

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