jueves, 6 de octubre de 2011

Origen y comienzo de cada vida humana. Causa eficiente y causa final.




Por Natalia López Moratalla
Catedrática de Bioquímica



1. El lenguaje simbólico de la naturaleza.

Hay una “peculiar no–verdad”[1] de la visión del mundo y del hombre que consiste en reducir la realidad a lo empírico, aquello que aparece ante nuestros sentidos, y que permite percibir la dimensión cuantitativa de lo real. El mundo natural no es sólo las apariencias sino que tiene un significado propio; habla con un lenguaje simbólico, de forma que lo visible es signo de una realidad más profunda. El cuerpo de cada hombre, con sus procesos vitales y sus gestos corporales, habla de la persona titular de ese cuerpo; su lenguaje propio muestra el misterio de cada hombre.

La cultura del hombre “autónomo” –el hombre que no acepta deberle a alguien su existencia – ha creado un nuevo lenguaje, especialmente para hablar de su origen y de los orígenes del mundo natural; esa realidad que no es obra suya. Es una mentalidad con la pretensión de que sea el hombre quien dé sentido a la realidad, reinventando el proyecto original y despreocupado por conocer la verdad que encierra; es una pasión obsesiva de emanciparse de toda atadura. En ese nuevo lenguaje hay cambio de importancia capital: al término “procreación” le sustituye el de “reproducción” para describir la transmisión de la vida humana. Ambos conceptos no son necesariamente excluyentes. Efectivamente, cada persona, que evidentemente es engendrada por sus padres y aparece en un momento singular y concreto de comienzo, es al mismo tiempo creada por parte de Dios; tiene un origen más allá de su comienzo. Sin embargo, tras el uso de cada uno de estos términos resuena una concepción del hombre diferente y un modo distinto de entender el mundo natural.

La técnica de nuestros días permite separar fácticamente el acontecimiento natural y personal de la unión de un hombre y una mujer (procreación) del fenómeno puramente biológico (reproducción) que subyace a la transmisión de la vida humana. La biotecnología le ha permitido apropiarse de un nuevo poder sobre la naturaleza y en concreto sobre los lazos naturales de la filiación humana. Este poder se le ofrece como una forma de emanciparse definitivamente de su naturaleza, al rechazar ser un “ser natural” que tiene su origen y comienzo en el engendrar de sus progenitores. La forma de optar por dominar la procreación es reducirla a mera reproducción.

En efecto, los cuerpos personales de los padres, en la unidad plena de un encuentro personal, es un ámbito procreador que goza de la libertad de la naturaleza y escapa de suyo a una programación artificial desde fuera. Los hijos engendrados son un don y no el mero producto necesario de un proceso biológico puesto en marcha. El intento de programación racional, finalizada a los intereses de los manipuladores, exige que los hombres sean “confeccionados” y seleccionados para cumplir convenientemente la misión que se les marque. La necesidad que rige en el dominio de lo biológico permite la eficiencia del proceso fisiológico de reproducción, por el que se da comienzo a una nueva vida; se puede fácticamente intervenir en ese proceso biológico para generar seres humanos convertidos en medio para los fines de los programadores.

Ahora bien, todo viviente humano posee ese plus de realidad, o carácter personal, sea cual sea la forma en que haya tenido lugar su comienzo a la existencia. La biología humana, al describir espléndidamente los presupuestos biológicos del don de la libertad personal, muestra que cada ser humano no está sumergido en los procesos naturales de la fisiología. El titular de un cuerpo humano no está encerrado en el necesario automatismo de lo meramente biológico. Pone así de manifiesto la presencia de una potencia real, distinta de la fuerza de la vida, involucrada en el origen de cada ser humano. Un dinamismo vital propio de cada ser humano que potencia el dinamismo de la vida biológica. Lo que no puede la ciencia es dar razón de por qué cada hombre es un viviente libre, ni del origen de esa capacidad.

El lenguaje de la biología humana pone de manifiesto el sentido natural propio del cuerpo de cada hombre y deja abierto el camino racional para entender lo que de suyo dicen las realidades naturales. La ciencia no es el único modo; desde siempre el hombre ha buscado comprender el sentido profundo de la realidad, la realidad verdadera que está escondida en las apariencias. Ambos planos de la realidad no están separados por un abismo intransitable racionalmente; entre ambos hay un mensaje, una voz. Y sólo atendiendo a ese mensaje se puede hablar de manera apropiada del hombre, sin caer en la falacia intelectual de negar la existencia de ese “plus de realidad” que la ciencia no puede explicar. Este conocimiento racional es una revelación natural de su Hacedor; es el lenguaje luminoso de la naturaleza que la hace accesible a nuestro conocimiento. Y, también desde siempre, el hombre ha encontrado apoyo en la coherencia plena entre la verdad que alcanza con la razón y la verdad contada en la revelación primitiva para todos los hombres. Revelación que tomará una forma de expresión nítida en la revelación judaica y definitiva con la revelación cristiana (1).

Se trata en esta ponencia de recorrer el camino desde el conocimiento de la biología, acerca del sentido propio del comienzo del cuerpo de cada hombre, hacia la comprensión de su origen. Es legítimo que la racionalidad humana tenga de fondo lo que de diversas formas ha relatado Quien lo crea. La confianza en lo que dice tiene el apoyo ineludiblemente universal en la coherencia de sentido de la realidad natural y en la unidad de sentido de cada ser humano.

2. El comienzo de cada viviente.

Hasta el ser vivo más simple es un individuo que se constituye desde un material de partida que es un material informativo, el DNA, que hereda de sus progenitores y transmite a sus descendientes. Lo que se transmite por generación es una información, un lenguaje, un mensaje genético, o secuencia de los cuatro elementos del DNA de los cromosomas. El orden de los sillares del DNA se traduce en la secuencia de aminoácidos de una proteína, secuencia que determina su estructura tridimensional y por tanto su función. De este modo, la información genética del DNA se traduce a información funcional de la cadena polipeptídica. Y estas a su vez catalizan la formación de las estructuras orgánicas ordenadas, y progresivamente más complejas, en el desarrollo individual. Es el lenguaje molecular de la vida

Los progenitores aportan el sustrato material de ese mensaje genético inmaterial, como lo es toda información. Cada uno de ellos una mitad no idéntica de cromosomas y que juntas constituyen una versión completa del patrimonio genético del nuevo individuo y que es la base de su identidad biológica. El significado biológico del mensaje genético del genoma es informar la construcción del organismo y las funciones biológicas. En este sentido se puede decir que es la forma, o diseño del viviente. Describe al individuo puesto y le da la identidad biológica que mantiene a lo largo de su existencia, a pesar de los cambios de fenotipo.

El fenotipo del individuo es el resultado del tipo de proteínas sintetizadas y con ello de las funciones que pueden desempeñar. Depende en primer lugar del genotipo, pero no sólo de él. Para que la información se traduzca es necesario que el DNA reciba señales moleculares que regulan cuándo y cómo se traduce. Estas señales aparecen con el desarrollo y reconocen una configuración espacial concreta del DNA; configuración que es cambiante a su vez con el desarrollo y maduración del organismo. Por ello el primer nivel de información (la secuencia de sillares del DNA heredado) no basta.

La construcción del organismo requiere un segundo nivel de información que aporta la secuencia espacio-temporal en la que se emiten los mensajes que portan los diversos genes. Esa regulación ordenada, unitaria, armónica y coordinada de la expresión de los genes, en el espacio corporal y en el tiempo, es el programa genético: una ordenada sucesión de los mensajes de los diferentes genes. Su función específica es precisamente el crecimiento unitario, lo que podríamos denominar el principio vital de cada viviente. Con él se inicia la existencia del nuevo individuo y se mantiene su unidad porque permite la diferenciación armónica y sincronizada de las diversas partes del cuerpo

El programa, o principio unitario, no se hereda, sino que genera con la concepción de cada nuevo individuo. La fecundación fusiona el material genético de los gametos de los progenitores en un proceso en que ambos gametos se reconocen y activan mutuamente. Así al terminar las sucesivas etapas de la fecundación, el soporte material está en una situación diferente de la que tenía en los gametos y es más que su suma. Es una nueva unidad de información en acto, “encendida”. Es decir, la fecundación da lugar al comienzo de la vida de ese ejemplar concreto al activar el inicio del programa. No sólo reúne los materiales de la herencia, sino que genera un nuevo principio vital unitario. El contenido del mensaje, el texto, es entonces el lenguaje de un individuo, que posee el texto y que lo encarna; es decir el texto se traduce a cuerpo vivo.

El primer “hito”, el comienzo, en la vida de un organismo es su constitución como individuo por la actualización de la información genética en una peculiar unidad celular, el cigoto. Los componentes del citoplasma ponen en marcha, en acto, la información potencial de la información genética de los gametos, iniciando la emisión del programa. Aparece el individuo en su etapa unicelular. En el cigoto está todo el individuo en la etapa de comienzo; y, por tanto, tiene en acto todas las potencialidades propias de esa etapa y sólo ellas. Es un verdadero cuerpo, con los ejes cabeza-cola y dorsoventral trazados, asimétrico, e indiviso (2).

Con el tiempo de su existencia se irán actualizando las potencialidades que le corresponden a cada etapa vital, y con el fluir de la vida cada individuo genera una información -información “epigenética”-, que no está en los genes sino que aparece con el desarrollo. Así la construcción de un determinado órgano aporta la función o la operación propia del mismo, aquello a lo que el órgano está ordenado: el riñón a filtrar, el corazón a bombear la sangre, etc. Esas operaciones, o funciones, emergen del órgano. No están contenidas en el soporte material de la información que hereda sino que es información epigenética. De esta forma, el individuo es el beneficiario de todas las operaciones y en todas las etapas hace autoreferencia a la información genética con que se constituyó. Es el mismo pero no está lo mismo. La diferencia de realidad fenotípica, o de operatividad, de un embrión, respecto de un feto o de un organismo joven es innegable; y es igualmente innegable la referencia del viviente neonato, joven, maduro o envejecido, con el feto, embrión o cigoto que tuvo su comienzo en la fecundación de los gametos de sus progenitores.

Si en el patrimonio de la especie no hay información genética para construir un determinado órgano, el individuo de esa especie no posee la operatividad que emerge de tal sistema. De ahí que la operatividad propia de los animales superiores se hace posible porque poseen información genética para construir su sistema nervioso que procesa información de otro tipo: la que le llega a través de los sentidos. Las capacidades como la memoria, el “conocimiento” animal, o el comportamiento instintivo, surgen y dependen de la integración de circuitos neuronales. Como toda función, en última instancia descansa en la configuración de la materia aportada por la información genética inicial: sin información genética para configurar neuronas no puede existir un sistema nervioso. Tampoco puede existir sin información epigenética que aporte la capacidad de “reformatear” la información que recibe cada neurona para que se establezcan los circuitos neuronales y con ello se complete y madure el cerebro, y aparezcan las operaciones propias del animal de esa especie.

Podría decirse, por tanto, que los animales superiores están preprogramados o predispuestos, por el contenido de su mensaje genético, para aprender determinadas pautas de comportamiento y aprenderlas de manera paralela al crecimiento orgánico del individuo. Según la edad existirá un tipo u otro de respuestas, siempre iguales para todos los miembros de la especie. Y según la especie, esos circuitos neuronales podrán ser más o menos automáticos y cerrados, o más o menos plásticos y no tan estereotipados. Esa forma de “capacidad curiosa”, que les permite una cierta exploración el entorno, emerge de la dinámica funcional de los circuitos cerebrales. En efecto, la posesión y la expresión regulada de genes que codifican proteínas para la síntesis de neurotransmisores inhibidores, permite a estos animales una capacidad de regulación de la dinámica cerebral, en función de sus necesidades. Y, obviamente, sólo se regulan los circuitos estímulo-respuesta que le corresponden por ser individuo de una especie determinada.

El comienzo, la constitución de todo individuo de cualquier especie animal está pautada por los ciclos biológicos de la transmisión de la vida. Por ello la causa eficiente de la constitución del cigoto animal es el proceso de fecundación. El proceso biológico de constitución causa la vida de un individuo que está finalizado a vivir (construir y madurar el organismo) y transmitir la vida. Un ciclo vital cerrado en sí mismo y pautado por la naturaleza y sólo en orden al mantenimiento de la especie. Cada viviente no-humano carece de fin en sí mismo y no requiere una causa final que dé cuenta de su existencia individual: su existencia está sumergida en la dinámica de la vida de la especie a que pertenece y de las especies que pueblan la Tierra.

Transmitir la vida es aportar con los gametos propios el soporte material que contiene la información genética de la especie. Es dar paso a la vida a un congénere que realizará su propio y nuevo ciclo vital, repitiendo el contenido del mensaje.

3. Comienzo de un nuevo mensaje genético.

La vida en la Tierra lleva aparejada evolución: el contenido de los mensajes ha cambiado con el tiempo y lo han hecho en el sentido perfectible, de lo más simple a lo más complejo. Las diferencias que existen entre los seres vivos de distintas especies, su diversa identidad biológica y formas de vida, con mayor o menor autosuficiencia, o mayor o menor dependencia del exterior, se deben a diferencias en el contenido del mensaje: número y tipo de genes. Pero la mayor complejidad de un organismo no viene dada sólo por los genes que constituyen su genoma. El dinamismo propio de lo vivo supone que la información aumenta con el proceso mismo de desarrollo del organismo, de modo que las diferencias entre especies son debidas principalmente a diferencias en la emisión del programa. Poseer un principio unitario más rico, o tener más dinamismo vital, significa más regulación espacio-temporal de la expresión de los genes, y más retroalimentación de la información del inicio. La capacidad de amplificación epigenética de la información es lo que hace posible que se construya un organismo más complejo y con más capacidades vitales, a veces con escasa información genética adicional.

Evolucionar es, en primer término, dar paso al transmitir la vida a un nuevo y diferente soporte material de información genética. Un cambio en el contenido del mensaje, del genoma que generará descendientes con otra forma; evolucionar es transformar. Es una transmisión de vida que no la realizan progenitores sino antecesores. Al dar comienzo a esa nueva vida se habrá generado un principio unitario de otro orden, del que dimanan todas las potencialidades del nuevo fenotipo. Cada una de estas transformaciones, que suponen la aparición de ramas en el árbol de la vida emergen de la eficiencia propia de la dinámica de lo vivo (3). Cada comienzo evolutivo es causado por la eficiencia propia de una materia que posee información para configurar un organismo, e información que puede cambiar, por cambio en el soporte material, al transmitir la vida.

Tanto la génesis de un individuo como la de una especie tiene una dinámica epigenética de lo simple a lo complejo, y no exige una causa final que dé cuenta de su aparición. No son fines por sí mismas. Es en la unidad del mundo vivo, en las ramas del árbol de la vida, donde se manifiesta una tendencia finalizada a la complejidad. Y de forma evidente en la rama de los homínidos se manifiesta una tendencia de cambio evolutivo que tiene su término en los individuos del género Homo, Homo sapiens.

4. La génesis humana.

Como en toda transmisión de vida, la vida humana se inicia con la generación del cigoto iniciando la emisión de un programa como una sucesión ordenada de mensajes genéticos. El cigoto es un cuerpo humano. La constitución de cada cuerpo se debe a la eficiencia de los mecanismos de la fecundación de los gametos de los padres. Sin embargo, la dinámica de la génesis de los mamíferos (un programa que se genera y que amplifica epigenéticamente la información genética del material genético heredado), es insuficiente para dar razón de la génesis de cada hombre.

La biología muestra el plus de complejidad de cada cuerpo humano que le permite estar abierto a más posibilidades que las que la biología ofrece, convirtiendo la vida en biografía. Y, sin embargo, el genoma que hereda cada viviente de la especie humana es, en lo que se refiere a información, muy similar al de los primates más próximos, los grandes simios.

¿Qué hace humano un genoma? ¿Cómo puede construirse un organismo tan peculiar como el cuerpo humano desde el genoma, prácticamente idéntico, del Pan troglodytes, el pariente más cercano?

La biología actual, con la secuenciación de genoma humano y su comparación con el del chimpancé, muestra la profunda coherencia lógica del viviente humano. La información genética human -cuantitativamente pobre, pero permanentemente amplificable y regulable- predispone la generación de un tipo de programa, de un principio vital unitario que es “más”. Construye un peculiar organismo que es presupuesto de la capacidad humana de liberación del automatismo de los procesos biológicos. Obviamente, no se dice con esto que unos genes causen la libertad. Sin embargo, sin ser la causa, son imprescindibles para que el mensaje genético pueda constituir un cuerpo humano cada vez que da comienzo una nueva emisión. El mensaje genético, y sus amplificaciones, en vez de quedarse ordenado a la mera vida corporal, en función de la especie, se ordena hacia el fin propio personal.

Es decir, los cambios en el material genético que causan eficientemente el proceso evolutivo de hominización están unitariamente finalizados al plus de complejidad del cuerpo humano.

En efecto, el viviente humano es una realidad específica y distinta, capaz, cada uno, de novedad radical. Lo específico del cuerpo humano y de la vida de cada ser humano se puede resumir precisamente en apertura y relacionabilidad. Apertura en las dos direcciones: hacia su interior, la intimidad, de tal forma que el cuerpo de cada hombre es un organismo, que expresa en gestos humanos al personaje titular. Y, porque está abierto hacia dentro puede relacionarse abierta, es decir, libremente hacia fuera: hacia el mundo natural, los demás hombres y Dios. En efecto, ese plus de realidad de cada hombre, que es capacidad de desatar ese tipo de ataduras que encierran al animal en los ciclos biológicos de la especialización, se manifiesta en apertura en los ciclos vitales de intereses-conducta y es al mismo tiempo lo que le permite abrirse “más allá del nicho ecológico”. Cada hombre tiene “mundo”, en cuanto que se relaciona con los demás y se hace cargo de la realidad en sí misma, objetivamente, y no sólo de modo subjetivo en función de su situación biológica.

Su actuar no está estrictamente sometido a las condiciones materiales, por lo que es capaz de operaciones no determinadas estrictamente por las condiciones previas: A) No tiene un conjunto fijo de estímulos, sino que puede interesarse por cosas que incluso no existen. B) Una vez captado el estímulo, puede reaccionar a él de formas diversas, no determinadas biológicamente, a veces culturales y a veces “contraculturales”, e incluso no reaccionar en absoluto. C) No se pone automáticamente en marcha, cuando se dan acontecimientos biológicamente significativos; o, si se pone, puede liberarse de ese automatismo.

Su actuar manifiesta una operatividad creativa que sobrepasa todo aquello que los más sofisticados procesamientos de información neuronal podrían hacer emerger. Las facultades como el habla, el conocimiento intelectual, la voluntad y la capacidad de amar, son facultades no ligadas directamente a órgano, y la prueba más obvia de ello es que están abiertas a desarrollarse mediante hábitos. A diferencia de lo que sucede en el comportamiento animal, estas facultades no crecen de forma paralela a la maduración del órgano. De hecho, al estar abierto a incorporar a la emisión del programa la información que procede de su capacidad de relación, no está nunca terminado. Más aún, la criatura humana que nace siempre en un parto prematuro, sin acabar, necesita de un “acabado” en la familia para ser viable y para alcanzar la plenitud humana de atención y relación con los demás. Tiene una enorme plasticidad neuronal; la construcción y maduración del cerebro de cada hombre no está cerrada, sino abierta a las relaciones interpersonales y a la propia conducta.

Ese elemento nuevo, la apertura o relacionabilidad, no es simplemente más información genética ni epigenética, sino potenciación de la dinámica de emisión del programa de desarrollo. Un dinamismo vital abierto a la relación que no crece en paralelo al desarrollo corporal. La ciencia biológica, al dar razón de la construcción de un cuerpo humano inespecialidado e indeterminado en su funcionamiento, aporta un conocimiento de gran riqueza: el principio vital único de cada hombre está intrínsecamente potenciado por la capacidad de relación personal que posee.

No es “otro” principio operativo, sino potenciación de la dinámica de la emisión del único programa genético de cada hombre. No es un segundo principio de vida, al modo de más información genética o epigenética, sino refuerzo de la información genética de cada viviente humano. No le viene con el tiempo sino que comunica libertad al principio de vida transmitido por sus padres con la constitución misma del patrimonio genético.

Cada hombre dispone en propiedad de la naturaleza humana común a todos los hombres. Por ello, el carácter personal no emerge con el desarrollo corporal. Ni la transmisión de vida humana es mera reproducción, ya que, a diferencia de los demás seres, los humanos no reproducen íntegramente su naturaleza en nuevos ejemplares de su especie. Cada uno posee un plus que potencia la vida biológica convirtiéndola en tarea personal, precisamente al liberarle del encierro al mero fin biológico.

El fin de cada hombre no está biológicamente dado y por ello el ser personal no está sumergido en el automatismo de los procesos fisiológicos. La libertad humana queda situada en lo más alto e íntimo del ser humano, más aún, es la explicación última de su intimidad y de su manifestación (4). Esa dimensión corporal, abierta y relacional, que es precisamente el elemento constitutivo de la personalidad humana, es signo de la presencia de la persona y no causa. Esta cuestión es de especial importancia en un mundo en el que la eficiencia aparece como independiente de la finalidad natural. La libertad que capacita a cada uno para marcarse sus propios fines y decidirse, procede de la persona.

El origen de cada hombre involucra de modo explícito la fuerza creadora del mismo Dios, que le otorga el carácter personal, al llamarle a la existencia a vivir en relación con Él, haciendo de la vida del hombre el espacio para responder personal e insustituiblemente a la llamada que le puso en la existencia “desde la eternidad”. Quien no acepta una intervención de la Causa final, que crea de la nada, deja sin explicación el origen de ese “vivir más”, que no es mera vida biológica más compleja. .

5. El origen de cada ser humano “más remoto” que su comienzo.

El primer capítulo del Génesis describe como Dios hace al hombre: “modeló al hombre con el barro de la tierra…insufló aliento…y fue ser vivo”. ”Él quiso formar nuestro cuerpo con sus propias manos”[2]. El lenguaje de la mano de Dios que forma el cuerpo, se corresponde con su Palabra “¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza!”. Con sus propias manos forma al primer hombre y a la primera mujer (“hombre y mujer los creó”) y a todo hombre y a toda mujer. Lo que la Biblia dice del primer hombre vale para todos.

5.1. La eficiencia de la generación humana en el engendrar de los padres.

“En el principio” la fecundidad humana se vincula expresamente con el primer hombre y la primera mujer a quienes encarga transmitir vida humana mediante la procreación. La unión por la que se «se hacen una sola carne» es un gesto humano genuino de reconocimiento mutuo personal, del que la biología humana da buena cuenta (5). El sentido de la unión sexual no queda descrito en términos de eficiencia, sino en términos de unión, de entrega mutua. Engendran los cuerpos personales de un varón y una mujer. Los padres humanos, siendo primaria y fundamentalmente causa eficiente, participan al engendrar en la creación de la nada que es exclusiva de Dios; que es causa total. No sólo dan comienzo al cuerpo, sino que los padres están en el origen de la existencia del hijo al participar en el acto por el que Dios llama a la existencia, crea el alma de esa persona singular que es el hijo. Es una con-creación que causa del origen del hijo, ya que el mismo sujeto que es engendrado es creado directamente por parte de Dios.

El impulso de unidad que aparece entre un varón y una mujer que se donan, les conduce hacia la unidad peculiar de la una caro. La coincidencia del gesto de expresión natural del amor sexuado con el gesto que les hace potencialmente fecundos, esa unidad, es reflejo de la Causa final de la criatura que es concebida. La eficiencia que se origina es esencialmente dependiente de la unión. En ese ámbito personal e íntimo del espacio procreador Dios moldea e insufla el aliento que torna eficaz un nuevo comienzo. La estructura informativa generada en ese comienzo, es como el precipitado material de la llamada creadora a ese ser humano en concreto. Por ello la dotación genética es signo de la presencia de la persona: es su identidad biológica y el apoyo material de su identidad personal. La relación personal de los padres en el engendrar forma parte crucial de la identidad del hombre e incluye la identidad biológica heredada sin condiciones.

Una combinación de información concreta, entre las infinitas posibles de los gametos de los cuerpos de los padres, no elegida por ellos sino por Dios en la libertad propia de la naturaleza. Dios forma el cuerpo del hijo con sus manos en la libertad de un comienzo en el acontecimiento espiritual y personal de la una caro de sus padres. Acontecimiento en el que el hijo está “en causa” final y llegará a la vida en un momento concreto por la causa eficiente de los procesos temporales de la generación.

Ser engendrado en la libertad de la naturaleza es un derecho y no algo neutro para el concebido. Más aún, la gestación en el cuerpo personal de la madre del hijo engendrado en ella es una unidad de sentido biológico y de sentido personal. La biología humana aporta un aspecto profundamente significativo del carácter personal de la maternidad. El cuerpo materno es la primera habitación que no la suple un hipotético “útero artificial”. El encuentro inicial con la madre es humano; da el “último terminado afectivo” que le permitirle asimilar e incorporar las estructuras formales del ambiente a las estructuras organizadas por la herencia y le dotan de una capacidad de adaptación a su mundo peculiar. Una “urdimbre” -en terminología de Roff Carballo-, que le permite la vida personal, biográfica, creativa y cultural.

La ciencia muestra la influencia de la situación personal y los habitos de la madre en la construcción o “cableado” del cerebro del hijo que gesta. Más aún, ese desarrollo es dependiente de las relaciones interpersonales afectivas. Es bien conocido, que no acaba de construirse un cerebro adecuado, que no madura la estructura orgánica misma, si la vida no es vivida en relación personal[3]. No solamente las emociones modulan la capacidad cognitiva, sino que incluso la relación personal afectiva permite que desarrolle la lateralización de los hemisferios cerebrales, imprescindibles para una operatividad específicamente humana[4].

El desarrollo del cerebro tiene que ver con la información genética y la epigenética, con las señales que recibe del entorno familiar y cultural y en definitiva con la biografía personal. Los procesos psíquicos inmateriales emergen de la estructura funcional del cerebro labrado por la vida de cada uno. La limitación la pone el órgano, pero la operatividad es más libre que la apertura de posibilidades que la masa cerebral ofrece. En efecto, el “plus” humano, que es la facultad inteligencia, tiene como base biológica la indeterminación de los circuitos neuronales; una indeterminación que es intrínseca a la dinámica funcional y que consiste en una regulación del funcionamiento mediante frenado de los procesos neuronales (6). En cuanto que el intelecto detiene, frena, o inhibe lo inmaterial psíquico, no está determinado por lo fisiológico. Por ello, si la facultad inteligencia se manifiesta en la regulación de las estructuras psíquicas, puede afirmarse que lejos de que emerja de ellas, permite liberarlas del automatismo biológico.

En definitiva, dar origen a un viviente humano significa insuflar libertad a un cuerpo que comienza a generarse en la eficiencia de la confección de un genoma humano desde progenitores humanos.

5. 2. Hominización

La cuestión que se plantea a continuación es el origen evolutivo del cuerpo humano. Es decir, cómo se origina un patrimonio genético humano sin progenitores.

El proceso de hominización, que da paso al hombre, se inserta en el proceso evolutivo de los primates del viejo mundo. En el camino ontológico hacia el hombre, con la eficiencia propia del proceso evolutivo de lo simple a lo complejo, se han ido fraguando una serie de cambios en los materiales de la herencia de los grandes simios que suponen incoación de procesos anatómicos y fisiológicos que alcanzarán su “plenitud de significado biológico” en la generación de la “carne humana”. El Creador formó con sus manos el cuerpo del primer hombre y la primera mujer en la eficiencia de la materia de la vida orientada y finalizada a cuerpo humano. Los seres humanos divergieron fenotípicamente de los grandes monos de forma repentina. Ante nosotros está el desafío de encontrar los cambios genéticos en el linaje humano que explique nuestros rasgos inusuales[5].

Los datos de la ciencia muestran que ha habido dos etapas de preparación. En una primera, remota, se mejoran las condiciones generales para un modo de vida pautada por un buen cerebro[6]. Por ejemplo, la selección natural ha favorecido en la línea de los primates antropoides, particularmente de los humanos por su larga vida[7], aquellos cambios que permiten la producción de energía limpia en el cerebro. La etapa más próxima de la hominización tiene una fase de divergencia de Homo y Pan desde un antecesor común; y una última fase en que los australopitecos dan paso a la primera etapa de la humanidad, el Homo habilis.

Recientemente se ha realizado la comparación del genoma del chimpancé con el humano, y se ha generado un catálogo completo de las diferencias genéticas entre ambas especies[8], que permiten analizar la selección positiva y negativa de las mutaciones acaecidas en ambos genomas. Algunos datos de interés son los siguientes.

1) En la línea humana ha habido “pérdida” de genes que suponen reducción de capacidad de adaptación al medio y que llamativamente son ganancia en posibilidad de manifestación del carácter personal. Por ejemplo, el registro anatómico fósil[9] muestra la perdida del gen d

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